Estamos acercándonos a esas fechas tan entrañables conocidas también como Navidades. Los niños preparan las listas de regalos, se hartan de turrones y destierran el cole al rincón más profundos de sus pequeños cerebritos. En los últimos años, están cambiando sus lealtades desde los Reyes Magos hacia Papá Noel, Santa Claus, San Nicolás o como queramos llamarlo. El motivo es sencillo de entender. Los Reyes Magos te dan el tiempo justo para jugar un día antes de volver al cole, pero Santa Claus trae los regalos el 25 de Diciembre, con lo que hay mucho más tiempo para poder jugar hasta hartarse. Y, desde Navidad hasta Reyes, tenemos que tragarnos las típicas películas de Tim Allen haciendo de gordito feliz en Vaya Santa Claus. Podemos cuestionar las capacidades «clausianas» del señor Allen, pero nunca el hecho de que Santa Claus, lo que se dice haberlo, haylo.
Pero no es una hipótesis fácil de tragar. Se supone que nuestros niños han de creerse que Santa es capaz de visitar, en una sola noche, centenares de millones de casas, entrar en ellas sin ser detectado, dejar los regalos que correspondan y salir en silencio. Todo ello sin equivocarse de regalo o de lugar, lo que requeriría una lista de regalos que dejaría en ridículo a la NSA y Google. Es decir, se pasea por los cielos del mundo transportando millones de toneladas de juguetes, sin ser derribado por la defensa aérea norteamericana y sin que le afecte la huelga de controladores.
Al menos con los Reyes Magos podríamos decir eso de «es que son magos», pero ¿qué tiene Santa Claus para explicar sus hazañas de cada Nochebuena? ¿Superpoderes? Incluso en el caso de que admitiésemos la hipótesis del Santa de Acero, incansable e invulnerable a todo salvo a los niños maños, las cuentas no cuadran. Hay por Internet multitud de análisis más o menos científicos que, en base a consideraciones físicas, demuestran que Santa Claus no puede realizar su misión. Las energías puestas en juego serían enormes, las aceleraciones pulverizarían a Santa y sus renos, el tiempo por casa debería reducirse a microsegundos.
A lo que yo respondo !bobadas! Niños, no os dejéis engañar por esos papanatas., ni tampoco vosotros, padres y tíos incrédulos. Hay contra-argumentaciones para todos los gustos. Por ejemplo, en 2003 un equipo de científicos noruegos salió al paso con un conjunto de explicaciones sofisticadas que parecían sacadas de Star Trek: deflectores de iones, teoría de cuerdas, viajes interdimensionales, energía del vacío, y suma y sigue. Yo voy a atreverme con una explicación alternativa, científica y razonada. Vamos a ver qué os parece: Santa Claus es un sistema cuántico.
Las «demostraciones» habituales sobre la inexistencia de Santa Claus parten del supuesto de que éste obedece las leyes de la mecánica clásica newtoniana: eso de fuerza igual a masa por aceleración, y todo eso. Pero en el mundo de lo infinitamente pequeño, las reglas cambian, las certidumbres desaparecen y se precisa un nuevo modo de entender las cosas. No es este lugar para explicar las profundidades del mundo cuántico, pero sí podemos dar algunas pinceladas.
En el mundo clásico podemos expresar perfectamente la posición y velocidad de una partícula. su estado, el lugar en el que se encontrará mañana a las once, todo. Pero en el reino de la mecánica cuántica, todo lo que podemos hacer es hablar de probabilidades. De ese modo, los electrones ya no «giran» alrededor del núcleo atómico como planetas en torno al Sol. Más bien es algo así como un gallinero. Tenemos el comedero con el maíz, y las gallinas picoteando a su alrededor. En principio, no sabemos dónde estará una gallina determinada. Sí podemos calcular, por ejemplo, la probabilidad de que se encuentre a menos de un metro del comedero. De hecho, lo podemos calcular con gran precisión. Pero no sabremos dónde está cada gallina hasta que miremos.
La diferencia con las gallinas clasicas estriba en que una gallina cuántica se «encuentra» en todo el Universo a la vez, en el sentido de que hay una probabilidad más o menos pequeña, pero no nula, de que se halle en cualquier parte. Cuando miremos, y solamente cuando miremos, la veremos en un lugar en concreto. La idea subyacente es que toda la información que tenemos sobre la gallina está contenida en una ecuación matemática de probabilidad, llamada función de onda. Esa función de onda tiene muchos estados posibles, y cuando efectuamos una observación la función de onda colapsa en un estado concreto. O dicho en román paladino, la gallina cuántica «decide» que se encuentra en un lugar.
Voy a mejorar las cosas con un famoso ejemplo. ¿Les suena el gato de Schrödinger? Este simpático felino es uno de esos «experimentos mentales» que nos ayudan a explicar conceptos. Imaginemos que tenemos a un gato dentro de una caja, donde también guardamos una botella de veneno, un martillo y una partícula radiactiva. Si la partícula radiaciva se desintegra, activa un mecanismo que mueve el martillo, éste rompe la botella de veneno y el gato muere; si, por el contrario, no se desintegra, la botella permanece intacta y el gato tan contento.
El problema es que, mientras no miremos, la función de onda de la partícula es una superposición de estados. Por decirlo así, hay un 50% de probabilidades de que se desintegre, y otro 50% de que no. Cuando hacemos una observación, se dice que la función de onda colapsa, y entonces sabremos si la partícula se ha desintegrado o no. Así pues, cuando miremos será cuando se decidirá si el gato vive o muere. Pero mientras no miremos, el gato estará en una superposición de estados. Es nuestra observación la que determinará su estado final. En cierto modo, mientras no miremos, el gato está vivo y muerto a la vez.
Esto explica algunos de Santa Claus. En primer lugar, su ubicuidad. Si fuese un sistema clásico, tendría que recorrer las casas de los niños uno por uno. Sin embargo, como sistema cuántico, tiene una función de onda que se extiende por los hogares de todos los niños buenos del mundo, de forma que en cierto sentido está en todos los lugares a la vez. Ignoramos el proceso exacto que utiliza en sus desplazamientos, pero en la actualidad se están haciendo experimentos relacionados con un fenómeno llamado teleportación cuántica, que permite trasladar partículas de un lugar a otro de forma instantánea. En realidad, lo que se transmite es la información que conforma la partícula, pero para el caso también nos vale.
Quizá Santa se ha conseguido un análogo al transportador de Star Trek. La idea de que vuela por ahí en un trineo tirado por renos con nombres ridículos puede ser, sencillamente, una concesión a las mentes infantiles, poco dadas a pensar en términos mecanocuánticos. Quién sabe, tal vez dentro de cien años la imagen que tengan los niños sobre Santa Claus sea más parecida a la que vemos ahora en las pelis de Star Trek. Teletranspórtame, duende, y !zas!, ya está Santa donde quiere en nada de tiempo.
Tambén podemos entender ahora la insistencia en decirles a los niños que, si oyen ruidos en el cuarto de estar, ni se les ocurra ir a mirar. La advertencia es sabia: si se nos ocurre hacer una observación, la función de onda «colapsa» y Santa Claus se encontrará en un solo lugar… muy probablemente a miles de kilómetros. Tendrá que volver a su estado cuántico, lo que significa tiempo perdido, !y solamente dispone de una noche! Es mucho mejor permanecer en silencio debajo de las sábanas y dejar que la mecánica cuántica siga su curso. Y si hemos dejado leche con galletas para reforzar la función de onda de Santa, mucho mejor.
Eso también explica por qué no encontramos la aldea de Santa Claus. Sabemos que se halla en algún lugar de Escandinavia septentrional. En esta época de satélites de espionaje observación, GPS y Google Earth, encontrar su escondrijo debería ser tarea de chinos. Puede que, sencillamente, se encuentre protegido por una especie de escudo mecanocuántico de ocultación. En cuanto pasa un satélite con la intención de hacer una foto, el escudo y todo lo que hay debajo «colapsa» a un estado de inexistencia local, haciéndose temporalmente indetectable. Cuando pase el satélite, la aldea vuelve a su lugar. ¿A que mola?
Veamos ahora cómo un tipo tan gordo puede entrar por una chimenea … especialmente cuando no hay chimenea. Se trata de un fenómeno cuántico conocido como efecto túnel. En el mundo clásico, cuando queremos que una partícula atraviese una barrera, hay que darle una energía mínima. Sin embargo, en mecánica cuántica hay una probabilidad pequeña -pero no nula- de que una partícula atraviese dicha barrera incluso sin tener la energía suficiente. Santa Claus entra y sale de cualquier casa sin problemas, así que podemos suponer que su función de onda le permite atravesar ventanas y paredes a voluntad mediante efecto túnel. Por supuesto, si la barrera de potencial es menor, le resultará mucho más fácil. De ahí su preferencia por introducirse a través de la chimenea.
Por supuesto, toda esta argumentación también tiene validez en el caso de los tres Reyes Magos. A lo mejor, en lugar de ser magos son sencillamente físicos cuánticos. En cualquier caso, reconozco que mi tesis presenta muchas dudas. La mayor estriba en utilizar la mecánica cuántica para un objeto macroscópico, es decir, grande, cuando solamente se manifiesta en sistemas microscópicos como átomos y partículas subatómicas. Sin embargo, no parece haber una frontera precisa entre los mundos microscópico y macroscópico, así que ¿cómo atreverse a pensar que la cuántica no se puede aplicar a un ser tan especial como Santa Claus? Porque especial sí que es el tío: se teletransporta, atraviesa barreras mediante efecto túnel, se extiende por todo el mundo … y aparentemente controla su propia función de onda.
Pero estoy convencido de que esa es la solución. O eso, o creernos que Santa Claus no existe. De modo que, si no quieres que la función de onda de tu regalo colapse al estado de «saco de carbón», ya sabes lo que tienes que hacer: leche con galletas en la mesita del cuarto de estar, ni se te ocurra levantarte de la cama a medianoche … y espero que hayas sido bueno este año. Feliz Navidad.
Sublimeeee!!!
Juas, y qué me dices del Olentzero que con su burrito va repartiendo regalitos… a esto hay que añadir que según la leyenda este hombretón era un poco borrachín ;D
Muy bueno!
Por cierto, ¿los niños «maños»… ?
😉
Qué bonito!!
Muy bueno, me ha hecho sonrreir como un bobalicón xddddd
Resumiendo fue mi abuela la que teorizó sobre el fenómeno cuántico. Ella siempre decía que «ojos que no ven, corazón que no siente» Feliz Navidad
Ya mismo voy a salir corriendo a explicarles esto a mis 2 hijos de 4 y 5 años 🙂