Vivimos una era apasionante en la exploración interestelar. Usando y refinando técnicas de observación que hace algunos años parecían imposibles hemos detectado casi dos mil planetas extrasolares de todo tipo, algunos de ellos tan lejos que su distancia se mide por decenas de miles de años-luz. Los exoplanetólogos utilizan técnicas de efecto Doppler, examinan las minúsculas variaciones de luminosidad cuando un planeta pasa por delante de su estrella, aprovechan el efecto de lente gravitacional, y han llegado incluso al descubrimiento de mundos mediante observación directa.
En lo relativo a la detección de civilizaciones extraterrestres, llevamos mucho más tiempo buscando a nuestros vecinos, por el momento sin éxito. Esto ha dado lugar a la llamada paradoja de Fermi. Se creía que los planetas alrededor de una estrella eran muy frecuentes (cosa que las observaciones recientes han confirmado hasta la saciedad), y en principio no hay razón para que en ellos no se puede desarrollar vida y posteriormente inteligencia, así que debería haber montones de civilizaciones extraterrestre. La gran pregunta es ¿dónde están? ¿Por qué no las encontramos, o ellos a nosotros?
La paradoja de Fermi no tiene solución única y podemos imaginarnos muchos motivos para que otras sociedades fuera de nuestro Sistema Solar no den señales de vida. Puede que no les interesemos y nos hayan dejado al margen, como si la Tierra fuese una reserva natural en cuarentena. Puede que no quieran comunicarse. Quizá no exista el viaje superlumínico y no compense trasladarse a otra estrella. Tal vez evolucionen a un nivel que deje atrás la materia y los viajes estelares.
O tal vez se autodestruyan.
Cualquiera que haya leído o visto Cosmos estará al tanto de esa posibilidad. Cuando Carl Sagan creó su obra maestra, el peligro de la aniquilación nuclear era cercano y evidente. La civilización humana podía ser aniquilada en los treinta minutos que tardan los misiles ICBM en atravesar los continentes. La propia investigación de Sagan en atmósferas planetarias le llevó a proponer la hipótesis del invierno nuclear, en el que los efectos del humo y polvo generados en un intercambio nuclear a gran escala podría derivar incluso en el fin de la civilización tal y como la conocemos. Ante el penoso ejemplo que daba la raza humana, la posibilidad de que una civilización extraterrestre pasase la prueba del tiempo era algo que no podía darse por sentada.
¿Dónde estamos hoy? La Guerra Fría es historia y el consenso actual es que Sagan y otros sobreestimaron los efectos destructivos de un invierno nuclear (lo que no resta mérito a él y a cuantos lucharon por devolver el genio nuclear a la botella, algo que nunca debemos olvidar). A pesar de ello, persisten las amenazas a nuestra civilización, y no hay que ir más allá del telediario de la sobremesa para recordarlo. Entre el conflicto Rusia-Ucrania, el cambio climático, el surgimiento de estados terroristas sin escrúpulos, plagas víricas y flujos migratorios incontrolados, tenemos de sobra para escoger nuestro camino al infierno.
Hasta ahora solamente hemos podido hacer conjeturas sobre las posibilidades de supervivencia de una civilización extraterrestre, pero ha surgido una alternativa interesante. Hemos llegado a un punto en el que podemos detectar incluso la composición atmosférica de algunos planetas extrasolares, y los exobiólogos están centrándose en las llamadas biofirmas, rasgos químicos capaces de indicar la presencia de vida, como por ejemplo la presencia de oxígeno, metano u ozono en la atmófera.
Un grupo de científicos británicos ha ido un paso más allá y se ha planteado la posibilidad de detectar una civilización extraterrestre que se haya suicidado. Es decir, ¿hay alguna biofirma que nos indique el fin de una sociedad alienígena? Bajo el título Evidencia observacional de las civilizaciones autodestructivas, examinan las formas más probables que conducen a la extinción de una civilización alienígena y la posibilidad de poder detectarlas a grandes distancias. Se trata de una ocupación hasta cierto punto morbosa pero que debemos plantearnos. Si hay biofirmas detectables, y encima las podemos comprobar experimentalmente, quizá podamos resolver la paradoja de Fermi y explicar por qué parece que estamos solos en esta fiesta; y por supuesto, poner nuestras barbas a remojar.
Las posibilidades de autodestrucción, y sus posibles biofirmas, que tuvieron en cuenta estos autores son las siguientes:
– Destrucción nuclear. Pulsar el botón y esperar unos minutos, nada tan sencillo y rápido para acabar con una civilización. Desde gran distancia los rasgos más significativos serían un rápido pulso de rayos gamma; emisiones en luz visible y ultravioleta (correspondientes a la ionización del oxígeno y el nitrógeno atmosférico debido a la radiación beta); emisiones en el infrarrojo por las detonaciones; y desaparición de la capa de ozono por los óxidos de nitrógeno generados.
Ninguno de estos rasgos podría dar lugar a una biofirma inequívoca. Los estallidos de rayos gamma son habituales en el Universo, y se cuentan entre los fenómenos más energéticos que hayan existido; buscar un estallido gamma procedente de una guerra nuclear sería como intentar detectar el calor de una hormiga en un incendio forestal. El propio proceso de invierno nuclear, al lanzar grandes cantidades de humo y polvo a la atmósfera, oscurecería las emisiones en el visible/UV e impediría medir las variaciones de la capa de ozono. La mayor opacidad de la atmósfera durante un invierno nuclear podría detectarse, pero sería indistinguible de fenómenos naturales como la caída de un asteroide; y aunque podrían usarse asteroides como táctica de guerra, de nuevo seríamos incapaces de distinguir una caída accidental de un bombardeo deliberado. La única posibilidad de detectar una muerte por guerra nuclear sería examinando todas las posibles biofirmas en rápida sucesión.
– Guerra biológica. Imaginemos que nuestra civilización cayese víctima de un agente biológico de letalidad extrema, de esos que causan sensación actualmente en las series de televisión. Es evidente que no podríamos detectar los virus desde una órbita cercana, no digo ya desde otra estrella, pero sí hay algo que podemos intentar observar: el resultado de miles de millones de cuerpos en descomposición. Los microorganismos putrefactores se darían la madre de todos los festines con nosotros, liberando a la atmósfera sustancias como etano, metano, sulfuro de hidrógeno y dióxido de carbono.
En principio, la detección de tales sustancias a la atmósfera sería posible durante un año, tiempo que podría extenderse en el caso de que también muriesen otras especies animales. Este sería el caso si el agente biológico saltase de una especie a otra; o bien si la civilización muerta deja tantas porquerías químicas y nucleares que provocase una extinción masiva. Al cabo de pocos años la situación anómala desaparecería.
– Mocos grises. Este es el nombre que los autores dan a una hipotética sustancia compuesta por nanorrobots. Se trataría de un caso en el que los ingenieros diseñan una máquina a nivel microscópico, con instrucciones para buscar material y autorreplicarse. Si los nanorrobots se toman sus instrucciones demasiado en serio podrían echar mano de todo el material a su disposición, incluidos sus creadores, y acabar con la vida en el planeta. Esta peculiar forma de muerte a gran escala aparece en la película Ultimátum a la Tierra (la de Keanu Reeves, es decir, la mala), y creo que hace poco vi un episodio de Futurama con un argumento parecido.
Una biofirma sería la inyección de gran cantidad de partículas de pequeño tamaño a la atmósfera (los propios nanorrobots). Es posible que la presencia de estas partículas en la superficie produzca un brillo similar al del regolito lunar cuando refleja la luz del sol (menos mal que el proyecto Apolo descartó la presencia de nanorrobots en la Luna), y que las peculiares características de la luz reflejada (retrodispersión coherente) pudieran ser detectadas durante un tránsito del planeta frente a su estrella.
– Contaminación. Se discute el efecto de grandes cantidades de contaminantes en la atmósfera. Gases de invernadero como el CO2 o el metano son, o bien naturales, o posible producto de seres vivos, pero eso no implica civilización inteligente. Podríamos detectar compuestos de larga duración como los clorofluorocarbonos, pero eso no nos dice si una civilización ha muerto. También se examinó la posibilidad de que una sociedad «contaminase» su propia estrella usándola como vertedero de sustancias radiactivas. Detectar uranio o plutonio sería, en determinadas condiciones, factible mediante análisis espectroscópicos, pero de nuevo sólo sería señal de civilización inteligente, no necesariamente extinta. Vale, pueden venirme con el chiste de que lanzar plutonio a nuestra estrella no es muy inteligente, pero es una forma de librarse de los residuos radiactivos, y no se trata de juzgar la moral de ET.
También se pensó en la posibilidad de detectar la «contaminación» debida a chatarra orbital. Ahora tenemos miles de objetos en órbita terrestre, y si algunos se disgregasen en fragmentos (como la Estación Espacial Internacional cayendo a la atmósfera) pronto tendríamos todo un anillo de basura orbital. ¿Sería detectable desde otras estrellas? Los autores hablan del síndrome de Kessler, pero personalmente dudo de que el volumen de chatarra que hemos puesto en órbita sea suficiente para poder detectarlo. Los propios autores apuntan a diversas iniciativas para limpiar nuestra órbita baja (desde satélites basureros a grandes láseres), así que en cualquier caso la chatarra espacial desaparecería en cuestión de tiempo. Eso sin contar con que un planeta puede tener anillos naturales, y que aun en el caso de observar un anillo de chatarra espacial eso no implicaría una civilización extinta, sólo una muy guarra.
– Destrucción total. Aquí ya nos acercamos a conceptos de ciencia ficción. Imaginemos una civilización de nivel II, capaz de desmontar planetas enteros para formar una gran esfera (sí, la famosa esfera de Dyson). El propósito sería aumentar la superficie habitable y captar toda la energía solar posible. Esto sería algo más allá de la Federación, pero hagamos un ejercicio de imaginación e imaginemos una civilización con un nivel así de acceso a recursos. En esas condiciones, una guerra civil sería todo un espectáculo. Las explosiones termonucleares que tanto nos asustan serían una insignificancia frente al poder que podría desencadenar una civilización así, incluso en el caso de una destrucción accidental.
Vale, ¿cómo podemos detectar la destrucción de Alderaan, o la de la propia Estrella de la Muerte cuando salte Luke Skywalker a salvar la situación con sus torpedos de protones? Nuevamente podríamos darnos cuenta si estamos observando en ese mismo momento, cuando se generan energía a tamaño aterrador. El problema es que, si nos vamos de vacaciones y observamos unos meses después, todo lo que tendremos es una enorme cantidad de material en órbita, y eso no nos da pista sobre su procedencia. Puede tratarse de la Guerra de las Galaxias o de una colisión natural.
Todo lo anterior presupone una capacidad de observación como mínimo igual a la que tenemos hoy. Si queremos tener una posibilidad de captar algunas de estas biofirmas necesitaremos acceso a observatorios futuros como el telescopio espacial James Webb o los que se están desarrollando para buscar exoplanetas. Los autores del estudio, para concluir, admiten la posibilidad de que la primera evidencia de la inteligencia extraterrestre proceda de los restos de una civilización muerta, y nos recuerdan que en tal caso «esa información no solamente nos proporcionaría conocimiento sin también sabiduría.» Quizá esa sabiduría nos lleve hasta el punto en que, por fin, tengamos la autoridad moral suficiente para poder hablar en nombre de la Tierra.
Mientras tanto, disfruten de su telediario.
Echo de menos unas referencias al artículo británico que mencionas.
Ahora mismo, por los datos que tenemos, bien podemos estar creyendo mirar una «Supertierra» como un transito de algo similar a Venus-Tierra que pasen a la vez, o si un planeta habitable tiene una órbita de 20 años, no lo hubieramos detectado.
A lo que voy es que no tenemos suficiente precisión como para confirmar nada, mucho menos para asegurar que en ese planeta una civilización se exterminó por una guerra atómica o similar, los aliens bien podrían pensar lo mismo de Venus (con mejores datos que los nuestros por supuesto)
Los datos de las atmósferas que sacamos de los espectros de planetas a años luz se me asemejan más a las cartas del tarot… ¿Por qué eres tan extremista diréis? porque en nuestro propio jardín, no tenemos clara la composición de los gases de las atmosferas planetarias (veánse Plutón, Titán, Europa, Encélado…) y hay muchas cosas en el espacio que «manipulan» y «deforman» la luz.
Deducir el sino de una civilización a través de nuestras mediocres, sí, mediocres técnicas de observación de un espectro de luz me parece pasarse de castaño ya…
Cómo mucho, mucho, como dijo Daniel Marín en su día, detectar una nave interestelar por la famosa radiación de Cherenkov que debería dejar como huella: http://danielmarin.naukas.com/2015/03/25/podriamos-detectar-una-nave-alienigena-que-se-mueva-a-la-velocidad-de-la-luz/
Según avancen los observatorios espaciales veremos cambios en el número de planetas por sistema y que no se asemejan en nada a las primeras observaciones.
Y siempre puede que esten tan lejos (los aliens xD), que ni su tecnología ni la nuestra permita una detección y mucho menos un contacto…
Por último (peor que una persiana…) decir que tendemos a encasillarlo todo en siglos, milenios, generaciones, cosas que nuestra limitada percepción puede conceptualizar y entender, pero para hablar de vida en el universo hay que pasar a millones de años y probabilidades de civilizaciones tecnológicas bajísimas. ¡Que de cara al universo nosotros existimos desde hace 50 años señores!, con lo que la pregunta dejaría de ser: ¿Dónde están? para pasar a ser: ¿CUÁNDO y Dónde están/estuvieron/estarán? Nos quedan billones de años luz^3 que explorar… ¿Quién aventura una fecha?
es casi imposible que una civilización extraterrestre note nuestra existencia ya que tendrían que vernos desde 20 años luz o menos ya que aun no hemos hecho el suficientemente daño al planeta para que se note una diferencia sustancial en uno de sus telescopios por lo cual debemos esperar mínimo 100 años para que apenas noten que estamos aquí si es que no detectan nuestros primeros programas de radio primero.