Acabo de recibir un mensaje de Alejandro, un chaval universitario que no sabe si ha tomado la decisión correcta. Está planteándose su cambio a Física y me pide consejo. Una de las dudas que tiene es si realmente se puede trabajar investigando en Física o si eso está restringido a unos pocos afortunados.
Cuando envié el correo pensé seguir con el libro que estoy escribiendo (sí, siempre estoy escribiendo un libro), pero las palabras «unos pocos afortunados» siguieron repicando en mi mente. Aunque él no lo dijo específicamente, otras personas que acudieron a mí en busca de consejo mencionaron su duda sobre si Física es una carrera de élite intelectual en la que solamente los Sheldon Coopers pueden salir adelante. ¿Cómo puedo soñar con medirme de igual a igual a todos esos genios de la ciencia? parecen decir. Es como un alevín pensando que jamás podrá ser un futbolista de la talla de Messi o Cristiano, y que por eso debería dedicarse a otra cosa.
Bueno, por mi experiencia laboral puedo decir que tengo compañeros más tontos que yo, tan tontos como yo, más listos que yo y mucho más listos que yo. Y no pasa nada. Hay habilidades más necesarias que un cerebro privilegiado, y creo que el avance de la ciencia es más efectivo con un buen equipo que con un genio solitario.
Y sin embargo, seguro que todos nosotros nos planteamos en algún momento si realmente nos merecemos estar donde estamos. Hay colegas mucho más brillantes, tanto aquí como en otros lugares. Después de leer el último «paper» del gurú que domina tu campo y ver lo lejos que quedan tus pobres habilidades, no es raro pensar que eres un impostor, un recluta en un pelotón de boinas verdes, un pobre aficionado al pedal en una carrera de Pantanis y Pericos Delgado.
No es un sentimiento limitado a la ciencia. He leído que se conoce como síndrome del impostor. Se trata de esa sensación que uno tiene de ser un fraude. Piensas que los demás son mucho más brillantes y están más capacitados que tú de aquí a Lima, que tus logros no han sido para tanto, que hasta ahora has tenido suerte y nadie se ha dado cuenta. Algún día alguien caerá en la cuenta de que eres un fraude y te relegarán al cuarto de las escobas mientras los demás se ríen de tí y se burlan por tu pretensión de ser uno de ellos.
En un ambiente tan competitivo como el de la investigación científica el síndrome del impostor no está precisamente ausente, y la imagen que nos transmite el cine y la televisión del científico no ayuda a desterrar el mito. The Big Bang Theory, una de las series más exitosas de los últimos años, nos muestra un grupo de amigos científicos en una institución de élite. Es el típico sitio donde todos se llaman «doctor» unos a otros, y donde un mero ingeniero con un máster del MIT es considerado sólo ligeramente mejor que el celador nocturno.
Los logros de los protagonistas son extraordinarios. Raj lo mismo sale en la revista People que descubre cuerpos transneptunianos o investiga Plutón. Howard es «sólo» ingeniero aeroespacial pero se las arregla para diseñar componentes para la Estación Espacial Internacional, maneja el róver de Marte y participa en proyectos secretos del gobierno. Leonard lo mismo busca materia oscura que patenta un giroscopio hecho de helio superfluido. En cuanto a Sheldon Cooper, prácticamente revoluciona un campo de la Física distinto cada semana. A ver quién supera eso. Yo, al menos, no les llegaría ni a la suela de los zapatos (salvo por lo de ligarse a la rubia, y hasta en eso Leonard me ganó por la mano).
En Hollywood el científico más tonto le dice de tú a Stephen Hawking. En la película Esfera, dos científicos pugnan por demostrar cuál de ellos es más genio. El profesor Farnsworth se enfrenta al ligeramente menos genial profesor Wernstrom en Futurama. Incluso Sheldon Cooper tiene un encontronazo con un genio coreano más listo que él, lo que le lleva a una crisis de identidad. Y qué decir de todas esas películas donde el protagonista es un científico incomprendido a quien nadie hace caso pero que, por supuesto, al final resulta tener razón: El Núcleo, El Día de Mañana, Flubber y el Profesor Chiflado, Regreso al Futuro. ¿Tú tienes un doctorado? Pues yo dos. ¿Te graduaste a los quince años? Yo a los trece. Comparado con ese panorama, el lobo de Wall Street vive una vida bucólica y pastoril.
Todo actor quiere ser el nuevo Pacino, pero si no lo eres siempre puedes encontrar su propio hueco, triunfar y ser feliz. Eso también se aplica en ciencia. Por desgracia, la percepción que sobre el trabajo científico parece tener el ciudadano medio es muy distinta. Parece que los científicos, más que sufrir el síndrome del impostor, prácticamente lo hayamos inventado.
Me parece peligroso para nuestra profesión, porque transmite la idea de que la ciencia es campo cerrado para todos salvo para los cuatro supergenios de turno, lo cual no nos beneficia en absoluto. Ya es difícil convencer a un chaval (o a una chavala) de que la ciencia no es una cosa rara de frikis, pero si encima creen que no están a la altura saldrán corriendo a escoger otra carrera. Habremos perdido otro científico, y él/ella no podrá desarrollar su verdadera vocación.
¿Solución? Podemos seguir incidiendo en el punto que ya he mencionado: que no todos los científicos son Einstein, igual que no todos los soldados son Chuck Norris; y que es lo más natural del mundo. Todos tenemos gente superior a nosotros, sea intelectual, física o socialmente. La clave consiste, creo yo, en verlos no como rivales a batir sino como ejemplos a seguir. Fíjate en ellos, aprende de ellos, sigue sus pasos.
Hasta Homer Simpson aprendió la lección. Cuando decidió convertirse en inventor, su euforia se transformó en depresión al darse cuenta de que su ídolo Edison había hecho más y mejores inventos que él, no había forma de superarlo, era imbatible. Finalmente se dio cuenta de que también su ídolo sufría de síndrome del impostor frente a Leonardo da Vinci. Pero ni Leonardo inventó la bombilla, ni Edison las patas reclinables. Hizo falta alguien más, espoleado por el ejemplo de otros, para conseguirlo.
Busca tu propio faro y síguelo, ese es mi consejo. Por mi parte, es posible que nunca llegue a ser un divulgador científico mundialmente famoso como Neil deGrasse Tyson o Brian Cox, ni un profesor de la talla de Richard Feynman, pero eso no hace sino animarme a seguir mejorando. Lo único que me preocupa es llegar a ser el mejor de los mejores, porque entonces ¿de quién tomaré ejemplo?
Desde mi experiencia como estudiante de último curso de Física, tengo alguna opinión al respecto. La mayor parte de la gente se mete en Física por dos motivos: física teórica y astrofísica. Todo el mundo quiere «desentrañar los misterios del universo» y eso es lo que más sale en la tele, lo que más venden las películas etc etc.
Estudiando, uno se da cuenta el campo de la física teórica es complicado. Muy complicado. Hay que tener un nivel de matemáticas bastante superior al habitual, y, además, hay un problema: en ese campo la inteligencia cuenta mucho. Puedes trabajar muchísimo, pero el que tenga el flash va a publicar antes que tú, a obtener resultados antes que tú, y encima reza para que entiendas esa sarta de símbolos que ha publicado, y eso con el nivel de competitividad que hay es un problema. Yo estoy entre los primeros de mi promoción y sinceramente no se me ocurriría dedicarme a eso, porque aunque a uno le guste mucho algo, hay que saber cuándo se puede y cuándo no se puede.
Analizar las cualidades de uno mismo es muy importante. Frente a lo que venden en la tele, Física tiene muchas más salidas en investigación, como en el estudio de materiales, o de fluidos, o incluso la propia astrofísica. Esto son cosas mucho más experimentales, más mundanas, y recompensan mucho más una capacidad muy importante: trabajo y constancia. Si en el mundo de la física teórica tener un «flash» te catapulta rápidamente hacia arriba, en el de la física experimental no sirve para mucho: después de tenerlo hay que hacer experimentos. Y repetirlos. Y validarlos. Y analizarlos. Yo he sacado la máxima nota de la clase en todos aquellas asignaturas que evaluaban por trabajos. ¿Por qué? Porque no soy brillante, las cuentas se me dan tirando a mal, pero soy cabezota. E insistente. Y cuando trabajo, soy exhaustivo. No soy el mejor de mi promoción, no voy a destacar como el que resolvió todos los misterios del Universo, pero puedo aportar mi granito de arena a muchas otras áreas. Para el que no lo sepa, incluso se puede trabajar haciendo tratamientos radiológicos en hospitales, o en la industria diseñando nuevos productos, o cualquier otra cosa.
Todos entran en física por la teórica y la astrofísica, y luego muy poca gente acaba haciendo esas cosas. Hay muchas cosas que hacer, y unas se te dan bien, y otras se te dan mal. Hay que coger una que te guste, eso es lo más importante; pero también hay que coger una que puedas hacer: a lo mejor no lo que se te da mejor de todo, pero sí al menos algo donde puedas obtener unos resultados de los que estar contento…
Y con eso no digo que si uno se ve flojo en algo se vaya a otra cosa: hay que esforzarse, pero también conocer los límites de uno mismo y sus virtudes es una cosa muy importante. Pero ese es el problema en mi opinión de mucha gente que se mete en física: quieren desentrañar los misterios del Universo y se les atranca el álgebra lineal y las ecuaciones diferenciales, y se preguntan, «¿y entonces qué voy a hacer con mi vida? Esto no era lo mío». Bueno, igual sí, pero tienes que buscar algo con unas mates menos demandantes. Paciencia, estudiar, y ver el campo, que es muy amplio =)
Una gran respuesta
No sé si vale la pena estudiar física para labrarse un futuro profesional. En general, a los chavales que conozco, les aconsejo que estudien una ingeniería.
Pero a los «Alejandros» con esa inquietud, les animo a analizar por su cuenta (en asociaciones de antiguos alumnos o donde vean) cuántos ex-alumnos de física de la promoción X han logrado el trabajo que estos «Alejandros» quieren y lo comparen con los ex-alumnos de otras carreras.
Claro que vale la pena estudiar física o matemáticas. Yo me arrepiento de haber estudiado Diseño Gráfico y no física por dejarme llevar por la falsa idea de «¿será que eso sí da dinero?». No niego que soy feliz con lo que hago porque me gusta hacer cosas interactivas relacionadas con temas científicos -aplicaciones educativas, diseño de infografías y demás-, pero debí dejarme llevar por mi amor a la ciencia y al arte, y no por el miedo a mi futuro económico.
Hay libro que recomiendo: «La utilidad de lo inútil» de Nuccio Ordine; es un análisis de cómo el pensamiento mercantilista del sistema en que vivimos ha relegado las artes y las ciencias puras por el simple hecho de creer que no son útiles, o porque no tengan una utilidad inmediata -pura apariencia-. Un ejemplo típico: nadie sabía la utilidad de la teoría de la relatividad cuando salió. Hoy, no tendríamos GPS precisos de no ser por ella.
Recomiendo de ese libro, un análisis de Henri Poincaré sobre la diferencia entre quienes estudian la ciencia con fines prácticos y aquellos que la estudian para mejorarla, desligada de cualquier afán utilitarista, y estos últimos llevan de la mano a los primeros siempre.
De hecho al final del capítulo de los Simpsons se veía que Edison sí había inventado la silla reclinable, quedando como único invento original de Homer el martillo articulado ese 😀
Muy buena nota. Creo que el título debería extenderse de «el físico» a «el científico» en forma general. Las preguntas que se plantean son las mismas que me he realizado ciclícamente a lo largo de mi carrera profesional, y cada tanto me vuelvo a replantear mis investigaciones y me pregunto cuál es mi verdadero aporte. Creo que es una sana reflexión, aunque a veces te haga sentir una nada, porque ayuda a buscar una dirección al trabajo.
Una sensación similar es la que viví al final de mi tesis, y que he visto replicada, con los años, en las tesis de mis dirigidos. Es la sensación de «¿y tardé cuatro años para esto?… ¡pero si es trivial!» Claro, es trivial después que te has pasado cuatro años sin dormir, poniendote al día con toda la literatura específica del tema, y ensayando una y mil veces esos &@#$%&% algoritmos.
Saludos a todos
El problema viene después, cuando llegas a la espantosa carencia de oportunidades para desarrollar tu carrera, empezando por el doctorado y terminando por la (por tantos codiciada) plaza estable en la institución «X».
Cualquiera puede ser científico, cualquiera con ganas (es más importante la vocación que el genio), pero si no hay inversión, si no hay plazas… ¿de qué sirve?
Me siento totalmente identificada con lo que comentas en el post. Yo soy doctora en biología y hago un postdoc. Es algo que ocurre pero que no se habla, difícilmente vas a comentar entre tus colegas que te sientes asi, un poco pequeño e inseguro en este mundo en el que los demás parecen o realmente son genios o grandes científicos. O que solamente te lo parecen, y que tú nunca llegarás a eso, cuando en realidad tú vales tanto como los demás, o tienes cualidades que aunque no sean excepcionales han hecho que llegues hasta donde estás. Alegra leer que no eres la única que piensa esto. Aunque tb estoy de acuerdo en que la falta de oportunidades profesionales desmoralice. Porque sabes que tienes que competir con esos genios para los pocos puestos que hay. Y te lo replanteas todo, porque aunque te guste la investigación no estás dispuesto a sacrificar el resto de tu vida por ella. ojalá esto cambiara y pudiéramos vivir de lo que más nos gusta.