Una estrella llamada Cervantes

Por Arturo Quirantes, el 12 agosto, 2015. Categoría(s): Espacio ✎ 4
Quijote nocturno
¿Molinos de viento? Aún no has visto nada, Sancho

Todos los multados por radares de tráfico han sido víctimas del efecto Doppler. El policía lanza un haz de radar hacia el vehículo, y al rebotar en éste su frecuencia disminuye levemente, lo que permite determinar la velocidad del coche. Cuando una ambulancia se acerca hacia nosotros el pitido de su sirena es más agudo, y cuando se aleja se hace más grave.

A finales del siglo XIX alguien pensó en usar esta técnica para detectar estrellas débiles en sistemas binarios. La idea es que ambos cuerpos giran en torno a su centro común de masas. Si el plano de la órbita de ambos cuerpos es paralelo a la línea de visión desde la Tierra (es decir, si vemos ese plano orbital de perfil), el resultado es que la estrella principal se acerca y aleja, de modo que podríamos analizar su espectro de luz en busca de esas pequeñas variaciones de frecuencia que nos mostrarían el efecto Doppler y nos permitirían deducir la existencia de un cuerpo en órbita.

¿Podríamos usar esta técnica para detectar posibles planetas extrasolares? El astrónomo Otto Struve lo propuso en la década de los cincuenta, pero los números no son favorables. Un planeta con la masa de Júpiter que orbitase una estrella como el sol a una distancia de 3 millones de kilómetros (cincuenta veces más cerca que la Tierra) produciría una oscilación en la velocidad de la estrella de unos 200 metros por segundo, algo menor que la velocidad de un avión comercial… y cuatro veces mayor que los errores experimentales en tiempos de Struve.

Pero en los años setenta, la precisión de los espectroscopios había aumentado tanto que podría detectar el planeta Júpiter desde una estrella cercana. Durante la década de los ochenta se buscaron planetas extrasolares mediante la llamada técnica de velocidad radial, y en los noventa llegó la revolución: los planetas comenzaron a aparecer a montones. De repente, nos dimos cuenta de que nuestro sistema planetario no solamente no estaba solo en el Universo sino que formaba parte de una gran muchedumbre.

En 2003, uno de los telescopios del observatorio La Silla, en Chile, fue actualizado con un espectroscopio ultrasensible llamado HARPS. Su sensibilidad era tal que podía medir la velocidad de una estrella con una precisión de 0,2 metros por segundo, menos que la velocidad de un bebé gateando. Esa precisión permitió examinar con sumo cuidado una estrella llamada mu Arae, una estrella parecida a nuestro Sol.

Los resultados indicaron que esa estrella tiene no uno sino cuatro planetas: mu Arae b, c, d, e. Tres de esos planetas son gigantes gaseosos tipo Júpiter, a distancias de entre 0,9 y 5,2 unidades astronómicas (la distancia Tierra-Sol es una UA por definición). El cuerto, mu Arae c, es una supertierra, con una masa diez veces superior a la terrestre y un radio orbital diez veces menor que el de la Tierra. Un sistema de lo más variopinto.

El problema de los exoplanetas está a la hora de darles nombre. Sencillamente, no damos abasto. En el momento de escribir estas líneas, la base de datos exoplanets.eu abarca 1944 planetas extrasolares en 1228 sistemas planetarios. Muchas de las estrellas de esos sistemas han sido bautizados de modo caótico, según el nombre del observatorio o satélite que los encuentra. Sin embargo, hay unos pocos sistemas extrasolares con nombre, ya que sus estrellas son visibles desde la Tierra y fueron sido bautizadas hace siglos. Por ejemplo, mu Arae es una estrella de magnitud 5,1 en la constelación del Altar (Ara).

A pesar de eso, me imagino una nave de exploración estelar en el siglo XXII examinando el sistema estelar: «capitán, hemos examinado el planeta b, nos dirigimos hacia el planeta c, no, he dicho el c, nadie ha dicho b, te digo que estamos en el planeta b, la madre que parió al que puso estos nombres, esto no es lógico

Bautizar los planetas con letras no es de lo más elegante. Eso es lo que han pensado la Unión Astronómica Internacional (IAU), que ha aprovechado la oportunidad para hacer un concurso. En la página Name Exoworlds, el visitante puede votar el nombre de hasta 20 sistemas planetarios extrasolares, escogidos entre los más molones por sus características.

¿Y por qué os cuento todo esto? Pues porque el Planetario de Pamplona, la Sociedad Española de Astronomía y el Instituto Cervantes han decidido apostar fuerte en el asunto. Si consiguen su propósito, la estrella mu Arae pasará a llamarse Cervantes. También se bautizarán sus planetas:

mu Arae b, el primer planeta descubierto en el sistema, un gigante gaseoso a 1,6 UA, será Quijote.

mu Arae c, la Supertierra cercana a la estrella, será la bella Dulcinea.

mu Arae d, el pequeño gigante gaseoso con un radio orbital casi igual al de nuestra propia Tierra, será el flaco Rocinante.

mu Arae e, el más masivo del sistema, ubicado a casi la misma distancia que nuestro Júpiter, será el fiel y orondo Sancho.

Así que ya pueden ustedes ir pasando en fila ordenada por la web de votación. Consigamos que el viejo hidalgo castellano siga viviendo en un lugar del firmamento de cuyo nombre no nos olvidaremos, concretamente a 1,5 unidades astronómicas en torno a una estrella de clase G3 distante 50 años-luz, con coordenadas de ascensión recta y declinación 17:44:08.0, -51:50:02.

¡Todos a votar!

PD: Por pura casualidad, en estos momentos estoy escribiendo un libro sobre exoplanetas. Tengo una fecha de entrega, pero es posible que, entre revisiones, correcciones y galeradas, pueda incluir la decisión final de la IAU, que se anunciará a mediados de noviembre. Me encantaría poder escribir que Cervantes tiene un lugar en el cielo, así que corred la voz y votad. Todos. Porfa.



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Por Arturo Quirantes, publicado el 12 agosto, 2015
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