Robin Williams acaba de morir. Descanse en paz. Con independencia de que os haya gustado como actor o no, ha encarnado a personajes inolvidables en películas legendarias, y es de justicia reconocerlo.
En lo que a mí me toca como profesor, no puedo evitar recordar su papel de profesor inconformista en El Club de los Poetas Muertos. Para que lo recordéis, William interpretaba a un profesor de literatura que llega a una academia prestigiosa (lo que quiere decir aburrida y clasista), revoluciona a los alumnos con su nada ortodoxo sistema de enseñanza y les abre los ojos a un nuevo mundo. No sé si los alumnos aprenderán más literatura de esa forma, pero lo cierto es que devoran libros como si fuesen caramelos.
La verdad, me siento bastante bipolar al respecto. En el lado positivo, me gusta ese espíritu que impulsa a un profesor a enseñar a sus alumnos de forma creativa, bordeando las normas oficiales y evitando el aburrimiento e intentando. En el lado negativo, sin embargo, creo que buena parte de los males de nuestro actual sistema docente universitario provienen de que ha sido diseñado por personas que ha visto demasiadas veces El Club de los Poetas Muertos.
¿Y eso es malo, señor Quirantes? Pues creo que sí. Es malo en la medida de que se trata de una película de ficción, en tanto que la vida real tiene el inconveniente de ser real. Eso significa que no basta con causar una impresión en los alumnos, hacer las maletas y esperar al The End. Los genios que nos inventaron Bolonia no parecen haberse dado cuenta.
Antes de seguir, un caveat emptor: el pacto Bolonia es un sistema paneuropeo que incluye reconocimiento de créditos, becas de intercambio (hola, Erasmus) y convalidación de carreras. Durante el enésimo cambio normativo universitario en España, las autoridades educativas decidieron hacer creer a todos que las partes negativas de dicho cambio se deben a Bolonia, ya saben, en plan «no es culpa nuestra, es que nos obliga Bolonia, que es muy mala.» Eso no es cierto (Bolonia no obliga a hacer grados de cuatro años, por ejemplo), pero por desgracia se aprovechan para echar balones fuera, y como resultado las críticas al nuevo modelo universitario se entienden como hechas a todo el proceso Bolonia, lo que no es justo. En este post, y a fines de simplificar, usaré la palabra Bolonia para referirme al conjunto de cambios hechos recientemente al sistema universitario español.
Debo reconocer que «Bolonia» me ha venido bien como profesor, al menos en parte. Ahora puedo realizar tareas innovadoras en el aula, poner a los alumnos a hacer labores académicamente dirigidas, salirme un poco del temario, evaluarlos más allá del examen final de junio y algunas cosas más, todo con mucha mayor facilidad y flexibilidad. Eso sí, me cuesta mucho más tiempo, trabajo, y sobre todo, papeleo, pero en conjunto creo que vale la pena.
Mi motivo de queja sobre «Bolonia» es que se nos obliga a cumplir un doble objetivo: por un lado, hemos de formar a los alumnos en los conocimientos que precisarán en el futuro, y por otro hemos de hacer de Robin Williams en clase, animándolos, ilusionándolos en cuerpo y alma, convirtiéndolos en sanos ciudadanos formados en valores, libres de espíritu. Vamos, lo que los profesores de guardería, primaria, secundaria y bachillerato no hayan conseguido en quince años lo tenemos que hacer nosotros en un par. Como dijo (y muy bien dicho) Francesc de Carreras, la plastilina ha invadido la Universidad.
La primera estupidez que se les ocurrió fue contabilizar como «créditos» no solamente las horas de clase, sino prácticamente cualquier cosa que hagan los alumnos para sacar la asignatura. A partir de ahora, junto a las horas de teoría y de práctica de laboratorio, se contabilizan las horas dedicadas a actividades académicamente dirigidas (ya saben, los «trabajos,» talleres, seminarios y demás cosas que se nos ocurra a los profes), las horas de estudio, las horas de tutoría, ¡incluso las horas que dedican a prepararse el examen!
Si se pregunta usted cómo se contabilizan esas horas, le diré eso de «buena pregunta.» Tuvimos que aplicar coeficientes correctores, algunos de los cuales sacamos de alguna parte (no recuerdo cuál) y otros, sencillamente nos inventamos. Como resultado, el crédito pasó de ser diez horas de docencia teórica a ser veintipico horas de docencia + prácticas + AAD + estudio + preparación de exámenes. Ese «veintipico» es distinto para cada asignatura de cada carrera.
Al final, como en esas veintipico horas se incluyen unas diez de docencia, las cosas han vuelto a ser lo mismo. El crédito, ese invento norteamericano que adoptamos aquí para cuantificar el trabajo del alumno, ha pasado de «10 horas de teoría» a «10 horas de teoría y otras horas que no sé bien cuántas ni, la verdad, me importan mucho.» Horas y horas de luchar contra la burocracia para volver al punto inicial.
Si solamente fuese eso, maldeciría por las horas de reuniones y papeleo que perdí cuando preparamos el nuevo grado en el que doy clases, y seguiría adelante con mi vida. Lo que me fastidia es que, a estilo Poetas Muertos, se me exige que sea un institucionalizado Robin Williams para mis alumnos.
Para que lo entiendan, usaré terminología oficial. Ahora resulta que todo se mueve según competencias. Las competencias de mi asignatura (Física I, primer curso del Grado en Química, Universidad de Granada) son de diversos tipos. Algunas son genéricas, como las capacidades de analizar y sintetizar; de gestionar datos; de resolver problemas; de razonar críticamente. Hasta cierto punto, son razonables. Pero luego me incluyen «competencias» que parecen más propias de bachillerato o de primaria, según sea el caso. Por ejemplo:
– Capacidad de organizar y planificar. Es decir, algo que padres y profesores intentan meterle al niño en la mollera desde pequeñito. Si al llegar a la Universidad todavía no ha aprendido a organizarse, mal vamos.
– Capacidad de comunicarse en una lengua extranjera. ¿Dónde me entra a mí, profesor de Física, una cosa así en el temario? ¿Voy a sacarlos a la tarima para que me reciten algo de Tennessee Williams en hora docente? Todo lo más puedo darles bibliografía en inglés, pero dudo que así aprendan inglés.
– Capacidad de comunicarse de forma oral y escrita. O dicho de otro modo, ¡enseñarles a escribir y hablar en público! Con todos mis respetos, WTF!!!
– Capacidad de trabajar en equipo. Amigos, ni el mismísimo Robin Williams es capaz de entrar en un aula universitaria, agrupar a los alumnos para que trabajen en grupos pequeños… y esperar que no haya conflictos. ¿Cómo les puedo enseñar a trabajar en equipo? Sí, puedo darles indicaciones, decirles que se repartan el trabajo adecuadamente, que hagan subgrupos, que deleguen tareas específicas, pero me temo que me harán el mismo caso que cuando digo eso de «no dejéis el estudio para la semana antes del examen.»
Luego hay otras que me encantan por lo robinwillianesco que suenan, pero que lo crean o no forman parte de lo que el alumno supuestamente debe aprender de nosotros los profesores: capacidad de liderazgo; sensibilidad hacia temas medioambientales y sociales; iniciativa y espíritu emprendedor; adaptación a nuevas situaciones…
Y mi favorita: capacidad de realizar un aprendizaje autónomo para su desarrollo continuo profesional. Esto, amigos míos, es lo que los adláteres de la plastilina llaman «ser gestor de tu propio aprendizaje.» Aprender a aprender, nada menos. Se supone que, en lugar de ser proporcionadores de conocimientos, lo que hemos de hacer es enseñar a los alumnos a buscar esos conocimientos por su cuenta. Ya saben, eso de la caña de pescar y los peces.
Una competencia así se puede conseguir de dos maneras, a saber, la manera sencilla y la complicada. La sencilla se llama Google, y la complicada implica enseñarles Google junto con los parámetros de búsqueda (álgebra booleana y demás), introducirlos a las bases de datos, mostrarles cómo se consigue información, se clasifica, se complementa, etc.
Bien, no veo problema que aprendan eso, y si alguien crea una asignatura específica al respecto me parecerá genial. Por desgracia, los genios de la didáctica moderna han decidido que eso debe ser el elemento fundamental de nuestro trabajo. Basta de que nos subamos a nuestros púlpitos y enseñemos a los alumnos, de eso ni hablar: ahora, lo que moda es que los alumnos puedan encontrar esa información sin necesidad del profesor.
¿Y qué falla en ese esquema? Pues que, lo quieran o no, el papel del profesor sigue siendo imprescindible como explicador y solucionador. Ellos, en su mayoría, no pueden obtener los conocimientos por sí solos. Puedo decirles qué libros son los que les vendrán bien, darles apuntes por escrito, enlaces al Rincón del Vago (o a Naukas, ejem); pero cuando lean el tema y no lo entiendan, ¿a quién van a acudir? Pues al profesor, que para eso está.
Por supuesto, no quiero decir que haya que volver a la rigidez doctrinal de la Universidad del siglo XIX. Agradezco que exista Google, y Coursera, y las clases en YouTube, y las TED Talks, y la Khan Adademy, y otras mil iniciativas para facilitar la tarea del profesor, pero en última instancia es el profesor quien puede enseñar al alumno de forma más eficiente. Es como el ejército: los tanques, la aviación y el espionaje electrónico prestan servicios de apoyo geniales, pero quien toma el terreno y conquista la trinchera siempre será el soldado de infantería, a pie, fusil en mano.
Y sin embargo, los actuales planes universitarios pretenden que nosotros, soldados rasos, nos convirtamos en unos Chuck Norris del aula. Todos. En todo momento. Tenemos que motivar a los alumnos, incentivarlos, ilusionarlos, romper los moldes, hemos de decirles que arranquen las páginas del libro, que vivan la vida (¡como si eso no lo supieran hacer ya!), que gestionen su propio aprendizaje (sea lo que sea que signifique eso), que pasen de las reglas.
Lo siento, pero ni me siento capaz de hacerlo ni creo que nadie pueda. Podemos ser mejores profesores, animarlos más, aburrirlos menos, facilitarles que trabajen de forma creativa, sí, pero no podemos hacerlo con todos los alumnos, en todas las asignaturas, en todas las carreras. Ni siquiera Chuck Norris puede ser Chuck Norris todo el tiempo (y al diablo con los norrisfacts).
Sobre todo porque los que quieren convertirnos en profesores del Club de los Poetas Muertos, muy convenientemente, olvidan un pequeño pero crucial detalle: se espera de nosotros que, al mismo tiempo, actuemos como profesores tradicionales. Porque no nos engañemos, todo eso de subirse a las mesas y cantar «oh capitán, mi capitán,» queda muy bonito… pero es que, al mismo tiempo, también se nos exige que los alumnos se aprendan todo el temario en el calendario establecido, de acuerdo a sistemas de evaluación homologados y siguiendo todos los puntos del Verifica.
Y pobre de nosotros como no lo hagamos, porque al final lo que realmente importa es la cantidad, no la calidad. En cuanto acaba el curso comienza el baile de las habas contadas: el porcentaje de éxito, el de aprobados, la tasa de abandono. Si mi porcentaje de aprobados cae, no importa que yo haya conseguido motivar a mis alumnos o los haya convertido en mentes creadoras y libres, la Comisión de Garantía de Calidad se chivará, el coordinador y el decano vendrán a darme un buen tirón de orejas y acabaremos con lo de siempre: sí, está muy bonito eso de ser chachipiruli, pero antes que nada hay que cumplir el temario y que los alumnos aprueben el examen teórico.
Del mismo modo que Delta Force dista mucho de ser un ejemplo adecuado para reestructurar el ejército usamericano a su imagen y semejanza, El Club de los Poetas Muertos es tan sólo un reflejo de algunos temores sobre el sistema universitario (rigidez, dogmatismo, vocaciones rotas), no una guía de cómo han de ser los profesores en general; a menos que nos permitan centrarnos en el fomento de la libertad espiritual a expensas de los resultados PISA.
Por si algún ministro cuyo apellido comienza por W estuviese leyendo eso, una advertencia seria: ni siquiera convirtiendo a todos los profesores universitarios en Robin Williams se conseguiría un sistema educativo en condiciones. Los defensores del sistema «oh capitán, mi capitán» harán bien en recordar cómo termina El Club de los Poetas Muertos (ALERTA SPOILERS):
– Uno de los estudiantes queda tan frustrado por no poder seguir su destino que se suicida (al parecer, en ese instituto no tienen «resolución de conflictos» dentro de su elenco de competencias).
– El profesor revolucionario se queda sin empleo (y sin posibilidad de intentar otros métodos didácticos menos traumáticos y más eficaces).
– Los demás alumnos se quedan traumatizados de pie encima de una mesa, sin guía ni líder
Así que, queridas mentes grises ministeriales, recordad que El Club de los Poetas Muertos es ficción. No sigáis intentando meterla en nuestras aulas, porque no funciona. Si queréis que la cosa mejore, dejadnos hacer a nosotros, y sobre todo, HACEDNOS CASO. Aunque solamente sea de vez en cuando.
Y que la tierra te sea leve, amigo Robin Williams.
Todo lo que quise decir sobre Bolonia y no sabía cómo. Muchas gracias, Arturo. Yo, al final, sigo dando las clases como siempre.
Luis, yo no doy las clases como siempre. Desde que descubrí que las clases de Walter Lewin están en Youtube ya no lo intento imitar más, no le veo sentido. Aprovecho que están esos y otros miles de recursos espectaculares en internet (además de los cientos de libros que ya había) y organizo el tiempo de aula de otra forma. He reducido las horas de «clase magistral» a menos de un 30%, y aún creo que he de bajarlos más.
Joaquín, me refería a que nos piden hacer muchas cosas (que en las guías docentes reciben nombres pedantes) y yo al final hago lo que me parece. Por ejemplo, no hago tutorías colectivas: el que quiera algo que venga a verme, mi puerta siempre está abierta. Continuamente voy preguntando a los alumnos por su feedback. Cuantos más años cumplo, más recursos voy incorporando y quiero pensar que he mejorado como los vinos (ahí tengo las encuestas, que me suelen valorar bastante bien). Pero eso puedo hacerlo con la asignatura que llevo explicando desde el principio. Este curso en cambio, tengo una asignatura nueva y me siento inseguro, debo empezar desde el principio.
Por otro lado me canda que siempre tengamos que estar innovando.
Contactaré contigo para que me des ideas. ¿Vale?
Ahora lo entiendo, y además coincido plenamente. Una cosa es plantear unas clases de una forma interesante y otra darle los nombres y todo el papeleo que nos piden. Un saludo
En realidad no me expresé bien; hablé de «dar clase» cuando me refería a «las tareas académicas» o «gestionar el curso» o como se diga. Un saludo.
Aquí yo también me encuentro en posición bipolar. Por un lado el ministerio legisla sin contar con los profesores, y al final es lo de siempre «cambiarlo todo para que no cambie nada». Por otro lado entre el profesorado universitario español hay una resistencia total y absoluta al cambio. Todavía tenemos clases magistrales, profesores que no hablan inglés y te mandan estudiar libros del pleistoceno, otros que te dan la charla de lo estúpida que es la pedagogía en sí o de lo estúpidos que son los alumnos, temarios obsoletos, evaluación basada en exámenes y muchas monstruosidades más. Parece que la universidad española insiste en ir 50 años por detrás de las demás.
Muchas de las cosas que mencionas sí que se pueden hacer. Por ejemplo, el tema del inglés se potencia dando algunas clases en inglés. Eso se hace en Europa desde hace eones y ayuda además a integrar a los alumnos extranjeros. Eso requiere, claro está, profesores que hablen inglés. La capacidad de comunicación oral se potencia teniendo más presentaciones y exámenes orales. Como esto hay multitud de cuestiones totalmente estudiadas desde hace muchos años e implantadas en las aulas de otros países.
Como siempre digo, no se trata de reinventar la rueda, se trata simplemente de copiar otros modelos que funcionan mucho mejor que el nuestro.
Jajaja. «Mi motivo de queja sobre “Bolonia” es que se nos obliga a cumplir un doble objetivo: por un lado, hemos de formar a los alumnos en los conocimientos que precisarán en el futuro, y por otro hemos de hacer de Robin Williams en clase, animándolos, ilusionándolos en cuerpo y alma, convirtiéndolos en sanos ciudadanos formados en valores, libres de espíritu.»
Pues bienvenido al capitalismo, si te pagan es por algo si no te gusta pide excedencia, o cambia de trabajo.
Muchas veces me he preguntado si estos [sarcástico]genios de la didáctica[/sarcástico] que se dedican a armar estos [sarcástico]maravillosos[/sarcástico] planes y sistemas de estudio alguna vez han dado clases, si han consentido el exponerse al frente de un aula repleta. Todas las veces he llegado a la misma respuesta.
Saludos,
Ricardo
Hola:
Jo! pues yo ni os cuento.
Me dedico a dar clases de FyQ en Secundaria (perdonad que me meta, ya sé que creeis que no existimos, pero no es cierto) y lo de la plastilina se queda corto. Tenemos toda una recua de inspectores – la mayoría exprofes incapaces de dar clase a adolescentes- diciéndonos continuamente cómo dar clase y exigiendonos tal cantidad de papeleo que le voy a hacer un moumento a copiar y pegar. Los padres vienen a decirnos lo mal que lo hacemos, lo poco que motivamos a sus hijos ¡¡Oh, capitán mi capitán!! y lo que deberíamos hacer para que sus vástagos acaben aprobando, que es de lo que se trata. Todos quieren aprobar a base de trabajos (NO de trabajo) y pasamos (pasan) horas y horas rllenando informes inútiles….la verdad es que me gustaria llegar el primer dia a clase y dedicarme a arrancar páginas y páginas………..de la programación, de la atención a la diversidad, de la temporalización, de toda esa falsa pedagogía que ha eliminado el esfuerzo y la responsabilidad del alumno. Carpe Diem para todos.
Muy interesante reflexión, y con muchos aspectos, creo que a veces contradictorios. Para no enrollarme demasiado y hacer del comentarios un post bonsai (como diría @Wicho) paso a telegráfico:
– Totalmente de acuerdo en que una cosa es Bolonia (el EEES, que era una iniciativa excelente) y otra la interpretación hispana, llena de engendros.
– El concepto de las compatencias me parece muy bueno, otra cosa es como lo hayamos aterrizado en cada universidad
– Las competencias no se «enseñan», se practican. He pasado años despotricando por que muchos estudiante sllegaban a defender su PFC sin haber hablado en público nunca antes. El intento de evitar este se llama «competencia de hablar en público», y se trabaja hablando en clase (de física o de lo que sea), no en un cursillo teórico de hablar en público.
– Ejercitar competencias solo se puede hacer con grupos de clase mucho más reducidos de los tradicionales (por encima de 40 hay muchas cosas que ya no se pueden hacer).
– El cambio metodologico de sustituir clases expositivas (no todas, pero si muchas) por otras actividades en las que se ejercitan competencias a la vez que se aprenden contenidos requere de unos medios (sobre todo grupos pequeños) que no se han proporcionado. Para mi es este el problema grave, más que las competencias en si.
En fin, si tenemos ocasión ya comentaremos con calma. Un saludo
Lo firmo. Falta un requisito para todo esto. El primero, el más importante, el fundamental, el necesario para poder avanzar: la desaparición de la ANECA, sus Acreditas, Modificas, Monitorizas, Verificas y Mortificas. Miles, y digo bien, miles de profesores universitarios pierden el tiempo de forma miserable escribiendo y evaluando papeles. El mundo ANECA es lo más contrario al espíritu académico y universitario. He dicho.
Una pregunta sencillita, ¿Cuantos profesores universitarios tienen alguna formación pedagógica? Acabo de terminar un Master y la mayoría de mis profesores se han dedicado a leer de la pantalla de su portátil la presentación que todos seguíamos en el proyector. Algunos no se han levantado de la silla ni han apartado la cara de su portátil durante toda la clase.
Esto es la antipedagogia.
Te voy a contar una anécdota que me ha ocurrido, es verídica, y me abrió los ojos:
Paré a poner gasolina en la estación de mi pueblo y pregunté al encargado que tal su vida (por aquello de que le conocía un poco). Me contó que su hija había estudiado pedagogía y que un día fué a un Instituto a dar una charla, según él el barullo que hicieron los adolescentes fué tan grande que apenas tuvo posibilidades de hacer nada así que, y esto es lo bueno, me dijo que su hija se prometió no dar nunca más charlas/clases y se quedó en la Uni a «investigar».
He de decirte que la fotrmacion pedagógica es POSTERIOR a la académica, cada asignatura (ó área) tiene un método sistinto y es imprescindible, creo yo, tener primero los conocimientos acdémicos y luego elucubrar cómo trasmitirlos ¿ o se explica igual el Romancero Gitano la Conquista de América y las bases de la Mecánica Cuántica?
La formación pedagógica no es necesariamente posterior a la académica. Aunque el Romancero Gitano sea diferente a la Mecánica Cuántica la base del aprendizaje es la misma, y la enseñanza activa funciona mejor que la pasiva en los dos casos.
Aquí una referencia muy buena de enseñanza superior para cualquier materia.
http://www.amazon.co.uk/Teaching-Learning-University-Research-Education/dp/0335242758
Suena mucho a utopía conseguir todo lo que pretenden los precursores de Bolonia, aunque para mí todo lo que no sea jugarse la calificación de una asignatura a una sola carta, mediante los sempiternos exámenes de Febrero, Junio o Septiembre, me parece muy positivo. Aunqué claro está, ello requiere un mayor esfuerzo docente y contar con más medios que los necesarios para las evaluaciones tradicionales. Apostaría algo a que no se da el caso en muchas universidades, ¿verdad?
Entonces creo que tampoco es de recibo exigir más a los docentes sin aportar mayores medios, ¿no es cierto?
¡Que te sea leve, Arturo! Al menos puedo decir que eres de los pocos docentes universitarios que conozco (quizá el único), aunque no personalmente, que se preocupa continuamente por mejorar la calidad de la docencia y por atraer la atención de los alumnos, haciendo las clases todo lo amenas que pueden ser, teniendo en cuenta la materia tan difícil y tan compleja sobre la que tratan.
Todavía hay muchos profesores que más que explicar la lección dan misa, eso en asignaturas como matemáticas te deja cojo para física.