La Universidad y los intelectuales perdidos

Por Arturo Quirantes, el 1 junio, 2014. Categoría(s): Historias del Profe ✎ 18
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A veces, las apariencias engañan

Hola a todos. Me llamo Arturo Quirantes, soy profesor universitario, divulgador científico, bloguero, innovador y escritor. Y también soy un cero a la izquierda.

Eso último es, al menos, lo que parece desprenderse de dos artículos que he leído hoy y que me han fastidiado el día. El primero (cronológicamente) se titula «La cultura enclaustrada» y lo firmó el escritor Rafael Argullol en El País. En cuanto al segundo, titulado «Crisis y Universidad: de intelectuales a hacedores de ‘papers’ » y escrito por Fernando García-Quero, es más reciente, de hace apenas un par de días.

Aunque ambos artículos son distintos, tienen un trasfondo común, a saber: la Universidad; y más concretamente, cómo el ansia por publicar «papers» (artículos en revistas especializadas) está corrompiendo la Universidad española y convirtiendo a sus profesores en máquinas de publicar, abandonando con ello el papel de intelectuales comprometidos con la sociedad española. La Universidad se ha encerrado entre sus muros, prefiriendo aferrarse a una burocracia que sacraliza los «papers» como fin en sí mismo, en lugar de contribuir a resolver los problemas de la sociedad actual, escribir libros, desarrollar una vocación creativa y crear profesores del tipo de Robin Williams en El Club de los Poetas Muertos.

Argullol llega al extremo de acusar a los profesores universitarios de cómplices pasivos frente a una sociedad en actitud antiintelectualista. Por su parte, García-Quero ahonda en el ansia viva que tienen los profesores por obtener sus sexenios, supeditando a ello todo su esfuerzo, en detrimento de otras actividades más sanas como preparar clases, impartir charlas, colaborar con asociaciones y escribir en medios divulgativos; cosas que para él no son obligación actual de un profesor universitario.

Para empezar (porque por algún sitio hay que empezar), quisiera contradecir a García-Quero y negar una de sus máximas. Aunque el proceso Bolonia tiene muchos puntos feos, una de las cosas qué más me gustan es la forma en que nos permite a los profesores universitarios ser innovadores si queremos. Las clases magistrales y los exámenes de jugarse todo a una carta no son ya la única forma de hacer las cosas, sino que podemos (y deberíamos) acompañarlas de actividades académicamente dirigidas, seminarios, charlas, trabajos para el alumno, y en general, casi cualquier cosa que creamos conveniente.

¿Quieren mi ejemplo personal? Desde que probé a hacer que las prácticas de laboratorio fuesen opcionales, vienen más alumnos que cuando les amenazaba con suspenderlos. Cada día paso lista (sí, en primero de carrera) para animar a los alumnos a asistir a clase, ya que la asistencia es obligatoria; resultado: asistencia masiva. Les pongo fragmentos de películas en clase para explicarles principios de Física (pueden ver los resultados aquí y aquí). Llevo cuatro años coordinando un Proyecto de Innovación Docente sobre ese mismo tema. Y en lo que respecta a divulgación en mi blog, en una web de ciencia, en un videoblog, en concursos, en reuniones divulgativas (donde, si hay que pegar tiros, se pegan tiros), en televisión, revistas, periódicos, y suma y sigue… no quiero chulear, pero voy bien servido.

¿Significa eso que soy el único profesor innovador, moderno y chachipiruli que existe en España? Ni por asomo. No tienen más que pasarse por la nómina de Naukas. Yo les daría ejemplos de mi propia Universidad, pero prefiero no personalizar (más). Y eso son los círculos que conozco mejor. No quiero ni pensar en todo lo que estarán montando otros profesores en otros estudios de otras Universidades.

No, los profesores universitarios no estamos anquilosados en torres de marfil, tal y como algunos se empeñan en popularizar. Que hay profes viejos, sin ganas de reciclarse y aferrados a métodos antiguos, seguro que los hay; pero por cada uno de esa clase existe más de uno y más de dos que se pone las pilas y hace lo que está en su mano para hacer que aprender no sea aburrido.

Pero no tienen por qué creerme. A fin de cuentas, soy miembro de esa Universidad caduca y antiintelectualista. En su lugar, voy a desmitificarles el mito de los «papers.» Verán ustedes, publicar un «paper» es una de las cosas más importantes que puede hacer un investigador. Se trata de un escrito en el que muestras a la comunidad afín tus descubrimientos, invenciones, ideas, contribuciones a un campo de conocimiento. No hacerlo significa lo mismo que no existir, ya que ¿de qué sirve hacer contribuciones que nadie conoce? No tiene sentido. Un científico que no escribe es como un cantante que no canta.

Por supuesto, puede que a algunos les resulte más satisfactorio escribir un libro en lugar de un artículo, pero no siempre es factible. Yo puedo hacer contribuciones en forma de artículo, pero eso no da para escribir un libro. Eso es tarea que lleva años, aunque nada me lo impide. Pero es que un libro no sustituye a los artículos, ni viceversa. Se complementan y cada uno sirve para un propósito. Es como decir que un soldado no debe aprender a disparar un fusil porque, a fin de cuentas, tenemos misiles.

Hay un motivo para escribir papers, y es un motivo usado por algunos autores que desean menospreciar el trabajo universitario. En la actual Universidad, tenemos complementos salariales docentes en forma de trienios y quinquenios, y complementos investigadores en forma de sexenios. Ya he hablado antes sobre los «gallifantes,» y no quiero repetirme. Sólo quiero decirles hoy una cosa, y es esta: para conseguir un sexenio investigador, lo que se necesita según la normativa actual es publicar un mínimo de cinco papers en revistas de calidad (definida mediante indicadores bibliométricos) durante un período de seis años.

Repito: cinco artículos medianamente buenos en seis años. Eso es todo. El resto del currículo puede ser todo lo bueno o malo que quieras, puedes ser un genio creador o no dar un palo al agua, pero lo esencial es tener esos cinco artículos. Los buenos investigadores no se quedan en dar el mínimo; pero los mediocres no tienen excusa para no esforzarse. Quiero decir con ello que, si alguien me viene llorando porque el malvado sistema de sexenios no le permite hacer otra cosa en su horario laboral que preparar «papers,» lo echo a patadas de mi despacho.

¡Cinco artículos! No se te exige más. El resto del tiempo puede (y debes) dedicarlo a las demás tareas propias de tu cargo: publicar más, dar charlas, preparar clases, colaborar con asociaciones, y en fin, todo eso que se supone que deberíamos hacer y que muchos hacen sin darse golpes en el pecho buscando medallas.

Eso sí, coincido con Argullol y García-Quero en un punto: no se reconoce oficialmente el esfuerzo divulgador o innovador de un profesor. No dan puntos, ni complementos docentes, ni tan siquiera un donut en la cafetería de la facultad.

Pero eso no significa que no puedas hacerlo. Tampoco te dan un duro por donar sangre, y miles de personas sienten el deber de hacerlo. Y lo hacen. Y bien orgullosos que están de ello. Frente a eso, los comentarios de García-Quero sobre la existencia de «un sistema de incentivos para generar estudiantes mediocres, sin reflexión y manipulables, académicos y académicas sin discusión, catedráticos y catedráticas sin cátedra ni conversación e intelectuales sin intelecto» me parecen no sólo desafortunados sino también injustos.

Más allá de detalles como atacar a los profesores por una supuesta avidez de sexenios, o de debatir sobre el reconocimiento social de la ciencia y la docencia, parece como si la Universidad se hubiese dedicado en el pasado a contribuir a los debates públicos, a crear pensamiento y doctrina, a enriquecer la vida cultural de la sociedad, y ahora, de repente, hubiesen dejado de hacerlo. ¿Dónde han ido a parar esos grandes pensadores, esos maestros ejemplares, esos creadores de sana doctrina con sus libros forjadores de tendencias?

En mi opinión, no han ido a ninguna parte. Creo que no tenemos más que entrar en cualquier facultad española y encontrarlos. Los hay por todas partes. Uno escribe libros, otro da charlas, otro prepara encuentros multiculturales, este organiza un ciclo de cine y el otro sale en debates televisivos. Salvo en el caso de Literatura, me resulta difícil pensar en algún premio Nobel que NO haya sido profesor en alguna Universidad.

Tenemos reciente el caso de Pablo Echenique-Robba, científico del CSIC (bueno, no es la Universidad, pero me vale el ejemplo), que acaba de ser escogido eurodiputado por el nuevo partido Podemos. Echenique ha sido protagonista reciente de un ameno debate en Naukas, que -al margen de que estés de acuerdo o no con lo que él dice- ciertamente contribuye a aclarar conceptos y diseminar no ya conocimientos sino modelos de conocimiento. Eso es crear debate y generar intelecto.

A pesar de ese ejemplo (y muchos otros, que no hay más que buscarlos), personas como Argullol acusan a la Universidad española de darle la espalda a la ola de antiintelectualidad que nos envuelve, afirmando cosas como esta (cito):

«En lugar de responder al desafío arrogante de la ignorancia ofreciendo a la luz pública propuestas creativas, la universidad del presente ha tendido a encerrarse entre sus muros. Es llamativo, a este respecto, la escasa aportación universitaria a los conflictos civiles actuales, incluidas las crisis sociales o las guerras. En dirección contraria, el universitario ha asumido obedientemente su pertenencia a un microcosmos que debe ser preservado, aún a costa de dar la espalda a la creación cultural

Ya saben, ojalá nos involucrásemos más, como por ejemplo denunciando la superchería de las pseudociencias (oh, wait!), despejando dudas sobre terapias sin base científica como la homeopatía (oh, wait!), contribuyendo a la paz y la resolución de conflictos (oh, wait!), denunciando la superchería (oh, wait!), presentando propuestas docentes innovadoras (oh, wait!) o creativas (oh, wait! oh, wait! oh, wait!)… y no quiero sonar egocéntrico, así que pueden ustedes encontrar sus propios oh, wait! con poco esfuerzo.

Con todo, hay algo más que me preocupa especialmente. En artículos como esos dos anteriormente mencionados noto un regusto extraño. Habitualmente denominamos intelectuales a personas con intelecto y formación superior, que participan en los debates sociales y usan sus conocimientos para mejorar el mundo que nos rodea. La idea que tenemos del intelectual es de alguien que va a tertulias, lee libros y revistas, es culto y siempre está dispuesto a opinar sobre cualquier tema de interés general, a estilo de los filósofos y literatos que proliferaron en la España de la Transición, cuando más falta nos hacían.

Subliminalmente, sin embargo, parece persistir la percepción de que los intelectuales  se centran en las ciencias sociales más que en las físicas. Parece que «los de letras» son intelectuales en tanto que «los de ciencias» son científicos, y que forman dos mundos separados e incompatibles.

Me parece una distinción falaz. Un científico de ciencias físicas es tan intelectual como un filósofo humanista. A pesar de ello, da la impresión de que los científicos físicos deben limitarse a investigar, dejando a los científicos sociales (humanistas, «de letras,» llámelos como quiera) la importante tarea de dar sentido al avance científico y social.

No me gusta contribuir al estéril debate de «los de ciencias contra los de letras,» pero tampoco me he cortado en remover avisperos de vez en cuando. Tampoco me gustan los argumentos ad hominem, pero no puedo evitar preguntarme hasta qué punto las opiniones de los autores que mencioné al principio de este artículo están mediatizadas por su experiencia personal o profesional; porque el mundo que perfilan no es el que yo veo.

El caso es que Rafael Argullol es filósofo y profesor de Estética en la Universidad Pompeu Fabra. Por su parte, Fernando García-Quero es economista, pero reconoce que el ámbito que mejor conoce es el de las ciencias sociales, ámbito donde afirma que «los papers… no sirven para mucho, no aportan gran cosa a la sociedad y no mejoran en absoluto la realidad más próxima a los investigadores e investigadoras que los realizan.»  Ignoro la situación en ciencias sociales, pero en las ciencias físicas sirven, y mucho. Quizá tenga que ver con las diferencias existentes en los campos de ciencias y de humanidades con relación al sistema de artículos censados y revistas especializadas, no sé.

Me resulta peculiar el hecho de que cada vez hay más artículos en prensa e Internet sobre la Universidad, enfatizando su labor aborregante y alienante, la ausencia de líderes culturales y su alejamiento de la sociedad… escritos en su gran mayoría por gente del campo de los estudios sociales. Si leo a un físico o a un químico criticar el sistema universitario actual, suele ser con ejemplos concretos, cifras fiables y al menos un amago de solución.

Por el contrario, la gente de ciencias sociales siempre suele cargar las tintas en tópicos y lugares comunes, generalizando a partir de percepciones personales, y, entre líneas, dejando caer que los verdaderos intelectuales son ellos. Puede que los de ciencias tengan el presupuesto y los laboratorios, parecen decir, pero nosotros tenemos la razón y la verdad revelada. La verdad, no me gusta nada.

Claro que esa es mi percepción personal del asunto como científico físico que soy. No tienen por qué hacerme caso. Piensen por sí mismos. En mayor o menor grado, todos somos intelectuales.



18 Comentarios

  1. Me parece acertado el artículo, y veo que no trata de quitar una parte de razón a los artículos criticados. Pero creo que Rafael Argullol no defiende que sea la Universidad la que se ha cerrado a la sociedad, sino más bien que es esta, o los medios de comunicación y la política, los que no cuentan con ella de forma natural. Que ante problemas económicos, medioambientales, de salud, etc, se utilizan argumentos poco elaborados, y al margen de la ciencia. Eso se vende, y el sujeto que debe atacarlo es la Universidad.

  2. Leí no hace mucho que los economistas hacen un uso muy predominante de la regla de tres como herramienta matemática. Cierto es también que siempre explican maravillosamente los acontecimientos económicos a tiempo pasado. Hablar de prediciones mejor lo dejamos.

  3. No creo que ni Argullol ni Fernando García-Quero sean representativos de la opinión que hay en estos temas en las ciencias sociales. De hecho me parece un error no diferenciar entre humanidades y ciencias sociales ya que éstas últimas pretenden seguir el método científico y su objetivo principal es la publicación de papers. Lo que está claro que ni las ciencias sociales tienen el monopolio de lo intelectual ni las ciencias naturales tienen el monopolio de lo científico.

    Un saludo

  4. No sólo los intelectuales se han perdido, también la ortografía. No entiendo cómo un profesor universitario puede escribir un palabro como ‘paper’ en vez de ‘artículo’ o escribir con inicial mayúscula un nombre común como ‘universidad’.

    1. Un poco exagerada esta corrección ortográfica.
      Del mismo modo que hablamos de la Iglesia como institución y una iglesia como nombre común, me parece igualmente correcto hablar de la Universidad en sentido institucional.
      Por otra parte, tampoco me parece que esté reñido con la ortografía el uso de palabras extranjeras que sean de uso común en la jerga de una disciplina determinada, sobre todo si se ponen en cursiva o entrecomilladas.

      1. ¿Acaso se puede hablar de la universidad en sentido no institucional? Sea institucional o no, va con minúscula.

        Y lo segundo que comentas es la prueba más clara de que se han perdido los intelectuales. Como otros escriben mal, yo también puedo escribir mal… ¡Acabemos con la ortografía, que me canso mucho!

    2. Juass, qué razón tienes. Concuerdo punto por punto con lo escrito por los articulistas que aquí se pretenden criticar sin éxito.

      En cuanto al artículo de Quirantes dos puntos:

      Las universidades españolas no se encuentran ni entre las 200 mejores salvo 1 ó 2, así mismo entre las 500 mejores del mundo sólo hay 11, salvo en el nivel de corrupción, donde sí están entre las primeras.

      En las universidades españolas tiene el nivel de endogamia más alto del mundo desarrollado: http://digital.csic.es/handle/10261/1667

      Respecto a las C.Sociales: Las universidades españolas guardan una relación estrecha con los partidos políticos y corporaciones; lo que ha sucedido ha sido que los catedráticos sacaron a los curas de las catedrales para implantarse ellos y hacer política «científica».

    3. Llamarlo «paper» no es tontería, tiene su explicación. Extraído del número 161 de la revista Mercurio, escrito por José Lázaro.

      «Los anglosajones suelen distinguir con términos diferentes dos tipos de textos que nosotros llamamos por igual “artículos”: usan generalmente article para los periodísticos y paper para los académicos. La diferencia está bastante clara: a los artículos científicos se les exige una metodología determinada, justificación objetiva de sus afirmaciones, elaboración lenta y minuciosa, ausencia de opiniones personales, aportación de conocimientos nuevos al acervo de la respectiva disciplina, alto nivel de especialización… A los artículos periodísticos se les pide, en cambio, actualidad, rapidez, generalidad y opiniones acordes con la ideología del medio que lo publica (que suele ser la del cliente que lo consume).»

  5. Muy buen artículo

    Pero tengo un pequeño apunte que hacer. Se trata de la frase:
    «Quizá tenga que ver con las diferencias existentes en los capos de ciencias y de humanidades con relación al sistema de artículos censados y revistas especializaas, no sé.»

    ¡Esas erratas que las carga el diablo! XD

    Saludos

    PD: sí, también falta una «d» en «especializadas» pero esa no es tan divertida

  6. Arturo, me consta que tú no eres precisamente el mejor ejemplo para ilustrar los contenidos de los artículos comentados, cosa de la que me alegro. También es posible que entre los físicos y matemáticos, desde luego entre los que yo he conocido, hay mayor porcentaje de personas apasionadas con su disciplina y deseosas de compartir sus conocimientos con el mundo, de divulgar y de dar a conocer. No por nada, sino porque son disciplinas quizá muy exigentes en determinados aspectos, por lo que requieren un convencimiento y compromiso fuertes para tener éxito en ellas; y también minoritarias, por lo que la necesidad de difundirlas se hace mayor entre sus practicantes.

    Yo conozco bien el área de biología de la UGR, he trabajado en uno de sus departamentos varios años, conozco a la mayoría de profesores en el resto… Y me temo que cuando leí el artículo de García-Quero vi reflejadas mis impresiones en sus palabras, tal cual. ¿Hay profesores que se salen de esa norma? Por supuesto, solo faltaba. Los admiro y respeto profundamente. ¿Pero sabes dónde acaban aquellos que intentan innovar, y hacer todo eso que se supone tendrían que hacer para ser buenos profesores de universidad? Están ninguneados en sus respectivos departamentos, son objeto de rencillas por parte de otros profesores, los sucesivos planes de estudio y cambios docentes van mermando sus programas hasta hacer desaparecer asignaturas enteras… Es una lástima, pero es así.

    He participado muy activamente en multitud de proyectos divulgativos y educativos relacionados con mi disciplina, puestos en marcha por alumnos comprometidos, y hemos tenido que aguantar el desprecio y las negativas a ayudar cuando se ha requerido por parte de muchos profesores (la gran mayoría) , que supuestamente deberían interesarse por lo que les planteábamos dadas sus especialidades. La última: una conferencia en la que conseguimos congregar a unas 70 personas, venidas de muchos sitios diferentes (no solo de la facultad), pero a la que no asistió ni un profesor relacionado con la materia, pese a estar todos bien informados de ello. Quizá un jueves por la tarde no era el mejor horario que se podía escoger para facilitar esa asistencia…

    Y en cuanto a los alumnos que se forman en medio de semejante apatía, el resultado es más que evidente. Un porcentaje demasiado elevado de borregos que solo saben repetir como papagayos los párrafos aprendidos el día anterior, sin ninguna autoformación complementaria al fragmento de temario oficial del que tengan el próximo examen, incapaces de desarrollar un pensamiento crítico ante nada. Y lo que es más sangrante, obteniendo títulos como churros sin conocer realmente cuestiones básicas de la biología.

    Al final, aquellos que se dan cuenta de todo esto a base de palos, que pretenden ir por lo que entenderíamos por «el buen camino», acaban o fuera del sistema, despechados por una universidad que no es lo que esperaban; o diluyéndose y adaptándose al sinsentido imperante, demostrando quizá de vez en cuando algún fogonazo de lo que querían ser cuando llegaron. No es suficiente.

  7. Los artículos que comentas constituyen un ejemplo palmario de la desconexión de buena parte de nuestra intelectualidad con el mundo real de la ciencia y la investigación. Yo lo único que siento es que no tengan razón. Si realmente todos los profesores universitarios fuéramos «máquinas de publicar», obsesionados por el siguiente proyecto de investigación y el siguiente artículo, otro gallo muy distinto nos cantaría.

    Un debate distinto, y mucho más interesante, es aquel entre cantidad y calidad en las publicaciones. Curiosamente, yo creo que nuestro sistema funcionarial en la Universidad y los centros públicos de investigación sería un buen motor para fomentar la investigación de calidad frente a la inmediatez de la cantidad; sin embargo no lo estamos aprovechando, muy probablemente porque otros factores actúan de freno.

    Por cierto, prefiero que R. Argullol publique artículos a que nos martirice con esos engendros a los que llama novelas.

    Saludos

  8. Trabajo para la universidad, de forma cercana, pero no pertenezco a ella. Tengo una visión bastante cercana a la misma, sin estar digamos sumergido. Siempre parto que toda generalización acarrea injusticias, en un sentido o en el otro, lo cual no debe evitar ver y señalar lo que hay.

    Me remitiré a un punto: en esta universidad hace unos cuantos años ya, se activo un servicio de campus virtual, habilitando para los profesores que lo requerian (totalmente optativo) , plataformas como Moodle (y otras). Incluso se habilitó una plataforma paralela dedicada unicamente a grupos de investigación.

    Sus inicios fueron titubeantes, tuvo una acogida irregular, aunque su uso creció poco a poco. ¿Saben cuando se disparó su uso?, en el momento en el que la universidad decidió que aquellos que activaran y mantuvieran un servicio de campus virtual durante el año, recibieran una serie de méritos a tener en cuenta en su currículo- Es decir, una inversión en la nómina.

    No puedo olvidar a muchos sesudos profesores e investigadores, como se indignaban cuando se les sugería leerse un manual, leerse una FAQ, o apuntarse a uno de los cursos gratutitos que se les ofrecía. Increible.

    Esto es un simple caso de una universidad más. Puede no ser extrapolable, puede no ser categorizante, pero es un suma y sigue, en un conjunto que personalmente veo yo muy negro: politización extrema, sectarismo, negligencia, nepotismo, etc, etc.

  9. Pues sí, me ha encantado el artículo. Realmente lo que hace falta es que la sociedad como conjunto entienda la utilidad de la ciencia, y por ende la necesidad de su desarrollo. Pregunto ¿Es curiosidad que los países «desarrollados» inviertan muchos recursos en ciencia? No creo, mientras nuestros gobernantes sigan defendiendo el modelo de «que somos un bonito país y que investiguen otros» seguiremos desperdiciando el talento de los jóvenes ávidos de cambiar al mundo un paso a la vez.
    Saludos

    Pd: Me han parecido excelentes tus reflexiones sobre los intelectuales, los de letras y los científicos.

  10. Hasta hace relativamente poco en España en las «ciencias sociales» no había publicaciones de papers, iba más enfocado hacia las publicaciones de libros. No había la «tradición» de publicar resultados como en las ciencias experimentales. Eso supone un cambio de pensamiento que algunos no quieren asumir. Publicar lo que investigas es importante y no, no se publican artículos como «churros» porque las publicaciones que cuentan son las importantes y ahí es difícil que te acepten un churro (excepciones existen, por supuesto). Afortunadamente, las nuevas generaciones (parece que no todos sus integrantes) están cambiando esa percepción

    1. Los papermakers y el publica o muere «publish or perish» lo único que hacen es bajar la calidad, y sino mira a los USA.

      Ojito que hablo de humanidades.

    2. Muchas gracias por el artículo, Arturo, con el que estoy de acuerdo en muchos puntos. Comento dentro de este comentario de «Investigador» porque también quiero hablar de la situación en la Humanidades, y no en todas, porque no las conozco, sino únicamente de la de mi campo, que es la filología hispánica y la lingüística. Me centro en el primero, porque la tradición en él no solo ha sido publicar libros, sino también artículos muy largos y detallados, normalmente en español, lo cual tiene bastante sentido, tratándose de la materia que se trata. El problema de hacer unas exigencias (algo repentinas, creo) como las que se hacen para los sexenios es que son más complicadas de cumplir en algunos ámbitos que en otros. Un buen trabajo en filología (y lingüística) exige, esto sí, como en todos los campos, mucho tiempo, pero no solo eso: también mucho espacio. No contamos con protocolos que nos permitan zanjar la cuestión del origen de los datos y su tratamiento en pocas palabras, sino que necesitamos de muchas de ellas, porque además son también nuestro material de estudio. Además, el tratamiento de cualquier lengua que no sea aquella en la que está escrita el paper conlleva todavía más gasto de espacio: la traducción estandarizada de los ejemplos multiplica por lo menos por tres el espacio que estos ocupan. Desgraciadamente, los papers en las calificadas de «buenas revistas» (que generalemente son de habla inglesa) suelen tener un límite de extensión, lo cual nos dificulta alfo las cosas. Además, existen pocas revistas que cumplan los criterios de «buenas revistas» (criterios que tampoco tienen en cuenta el campo de investigación, porque buenas revistas en filología y lingüística hispánicas hay muchas) que acepten este tipo de artículos, precisamente porque no es lo tradicional. Esto es, en algunas ramas, publicar papers en dichas revistas supone simplemente una disminución de la calidad de su trabajo. Y no defiendo no publicar en inglés, no quiero que se me mal interprete, sino que las opciones que tenemos para hacerlo no se adaptan bien a nuestras necesidades.
      En otros sistemas universitarios (como el alemán o el suizo), este tipo de decisiones de evaluación se realizan por parte de expertos en la materia, que pueden evaluar de forma bastante más fina el trabajo del profesor-investigador en cuestión y creo que ese no es un mal camino a seguir.
      Otra queja que se oye mucho en el campo de las humanidades es el hecho de que en otras disciplinas tienden a publicarse artículos con muchos autores, mientras que lo normal en humanidades es que sea solo uno (o dos como mucho). Lo cierto es que desconozco absolutamente cómo se cuantifican los papers en coautoría para los sexenios…

  11. «Física de película», «Café con ciencia», la publicaciones en Naukas, los libros electrónicos recopilando artículos, etc, creo que he tenido acceso a casi todo lo que en el ámbito divulgativo (y un poco docente) ha hecho Arturo. Lamentablemente no como alumna ya que él da a la gente de Química y yo era de Física.

    En la licenciatura no tuve acceso a becas de iniciación a la investigación ni colaboración ni nada, así que mi vida transcurrió lejos del mundo de las publicaciones, aunque me empecé a dar cuenta de lo que suponía durante mi Erasmus en Berlín, allí la gente mordía por publicar. Fue al entrar en el máster (precisamente en Ciencia de la Información) cuando conocí todo el sistema español y sus entresijos. La verdad que ni los artículos de los periódicos ni el artículo de Arturo llevan, en mi humilde opinión, el 100% de la razón, pero tampoco son 100% mentira. Los bibliometras se dan golpes contra la pared cuando encuentran un artículo con infinitos autores, el factor de impacto (*) de una revista puede variar en cuestión de dos años, idem el h (**) de cada investigador/a . Todas estas medidas no miden la calidad propiamente de cada paper (o artículo científico en revistas especializadas o publicación o como quieran llamarlo), aunque se están tratando de hacer avances. La ANECA (Fundación Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación) pasa muchas cosas por alto y como organismo de gestión también se ve acribillado por la crisis.

    Aún con todo esto la universidad española cuenta con muchos profesores en muchas áreas y generalizar es injusto. Me he topado durante mis estudios (que han involucrado ciencias físicas y ciencias sociales) con profesores que han utilizado sus clases como filtro fijando un favorito al que «fichar» para su grupo de investigación, con profesores que se han desvivido por sus clases y las han hecho amenas, con profesores ineptos y profesores de 10. A algunos les acompañaba una trayectoria investigadora brillante y a otros una normal y sin poder estableces una relación directa o indirectamente proporcional en ninguno de los casos.

    (*) medida de la importancia de una revista científica calculada cada 2 años dividiendo el número de citas que ha tenido la revista en ese período entre el número de artículos publicados en esa revista en ese período.
    (**) índice que mide la calidad profesional de un científico. 10 trabajos publicados que hayan sido citados como mínimo 10 veces cada uno, da un h de 10 para el investigador.

  12. Pues como es una cuestión opinable y fruto de las percepciones personales y vivencias de cada uno, suele ocurrir que nadie está en posesión de la verdad, como bien se indica en uno de los comentarios al hilo.
    Me llama especialmente la atención de este artículo la consideración de que los 5 «papers» que la CNEAI valora para los sexenios son publicaciones buenas o de impacto. La publicación en revistas indexadas no siempre implica mayor impacto, ni difusión, ni visibilidad, etc., etc. Y es fácilmente comprobable, yo lo he hecho: he encontrado más citas y referencias de algún artículo «sin impacto» que de otros publicados en revistas consideradas impactantes 😉
    Y la arbitrariedad con las que -en algunas áreas al menos- juzga la CNEAI sería fácilmente ejemplificable.
    Si a eso añadimos la obsesión por publicar que tienen algunos para poder tener sus acreditaciones, llegamos a concluir el efecto pernicioso del modelo ANECA en la actual universidad española.
    También hay aspectos positivos y coincido en que cambiar los modelos de enseñanza desde enfoques innovadores es encomiable… el problema es que algunos sólo lo cambian en el papel (la famosa guía docente), para luego en clase seguir haciendo lo mismo que hacían antes. Y la ANECA lo aprueba todo mientras los números cuadren, absolutamente lamentable.
    Y por último, la locura de los actuales planes de estudios fraccionados hasta la mínima expresión, hechos a medida de los intereses particulares del profesorado y no pensando en las necesidades de formación reales ni en el mercado laboral. Lo cual unido a la contratación masiva de asociados en los últimos años, la tasa de reposición, la febril obsesión por las publicaciones y no por la investigación ni por la docencia,… resulta finalmente un cóctel que dejará a la universidad muy enferma durante tiempo, con el mal que ello supone para el futuro de nuestro país. Porque no hay mejor inversión para el futuro de un país que la realizada en formación.

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Por Arturo Quirantes, publicado el 1 junio, 2014
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