[Cuarto capítulo de la serie «El Sistema Televisivo de Unidades» Capítulo 1, Capítulo 2, Capítulo 3]
El sistema de alertas de colores, que comenté en capítulos anteriores, se utiliza cada vez más. Ayer mismo los de Noticias Cuatro lo utilizaron para indicar el grado de tensión entre Irán y la comunidad internacional durante la pasada década. La verdad es que les salió penoso, pero la tradición ya ha comenzado. A partir de ahora, la moda será imitar el Reloj de Apocalipsis que la UCS (Unión de Científicos Comprometidos) utilizó durante décadas para calibrar las probabilidades de un holocausto nuclear.
La UCS tenía en cuenta todo tipo de variables políticas y militares para fijar su reloj. Esto pone en evidencia un problema agudo para los teleinformadores: ¿cómo calibrar la gravedad de un suceso? El común de los mortales se limita a usar adjetivos. Los técnicos usan sistemas de medición estándar, sea la intensidad sísmica, la categoría de un huracán, la temperatura en grados Celsius o el número de fallecidos en un accidente.
Los informativos televisivos tienen otras necesidades muy distintas. Cuando se desarrolló el Sistema Televisivo de Unidades (STU), pronto se hizo patente la carencia del lenguaje televisivo para entretener asustando. Hablar de los cien muertos provocados por un huracán en un país que ni siquiera conocemos no es precisamente muy descriptivo. En estos momentos, el tifón más destructivo en décadas ha provocado la muerte de hasta diez mil personas, según algunas fuentes. ¿Ocupa todas las portadas? En absoluto. Como apenas se tienen imágenes porque somos los de informativos son muy vagos (o, como dicen en el ramo, porque «las infraestructuras están destruidas y el acceso es difícil») la gente se limitará a encogerse de hombros y cambiar de canal. O al menos, así deben pensar los que alimentan el teleprompter del presentador de informativos. Hay que ir más allá.
Como consecuencia de todo lo anterior, el STU fue modificado para incluir una serie de términos técnicos que permitan describir adecuadamente… no, lo diré mejor, que haga que el espectador clave las uñas a los brazos del sillón y suspire aliviado porque su casa y su ciudad no están en peligro. Que es de lo que se trata, y al diablo con la ficción de informar objetivamente.
Con grave riesgo para mi vida, he conseguido una lista de términos y la he comparado con diferentes situaciones expresadas en los informativos de televisión. He aquí, para todos ustedes, una reconstrucción de la Sección Alerta Roja del STU. Algunos la conocen con el mote de Sección Matías Prats, pero ese término no está universalmente aceptado. Todavía.
Comencemos con el término estándar inicial en la escala de estrés: la Voz de Alarma (VdA). Siempre hay algún problema que se sale de madre, desde el calentamiento global al uso excesivo de videojuegos. En todos esos casos, hay que añadir la coletilla de los expertos dan la voz de alarma, porque si no eres experto tu capacidad de dar alarmas creíbles es limitada. Normalmente es una noticia del tipo «la actividad X está muy extendida, pero en exceso es perjudicial«. Sustituya X por lo que le de la gana: obesidad infantil, comida basura, uso del coche, videojuegos, Internet, telefonía móvil.
No es necesario describir algo perjudicial en sí. Incluso actividades en principio benéficas, como el ejercicio o la dieta saludable, se convierten en un peligro si uno se pasa de la raya. Para probarlo, se entrevista al experto de turno, quien afirma que, en efecto, hay casos de gente que se pone muy malita por hacer demasiadas mancuernas o comer brócoli en exceso. Los locutores juegan en esto al despiste: X es bueno, pero también puede ser malo, a no ser que sea todo lo contrario.
Hay matices a la regla anterior. Cuando hablamos de una actividad claramente beneficiosa, como comer bífidus, la norma impone la suave expresión los expertos advierten del peligro de, acompañado a veces de un no hay que bajar la guardia, lo que puede traducirse como «esto no tiene pinta de ser peligroso, pero una vez mi cuñado se mató con un corcho de sidra, así que usted mismo.»
En el otro extremo, una actividad más claramente perjudicial -digamos, la obesidad infantil- requiere una expresión del tipo se disparan todas las alarmas, como si hubiese sirenas aullando mientras los chicos de las pistolas corren por los pasillos revólver en mano. Puede tratarse de algún suceso ocasional -que este mes haya habido más accidentes de tráfico- o permanente -que cada vez más jóvenes se droguen-, el caso es tomar una actividad chunga y convertirla en un jinete del Apocalipsis.
Una variante especialmente apropiada para los casos de desastres naturales es el propio término de Alerta Roja, o bien el del equivalente Máxima Alerta. Ya saben, ese estado de frenética actividad previa al lanzamiento de misiles nucleares. En la tele lo utilizan para todo tipo de catástrofes: tornados, huracanes, monzones. Pero también lo sueltan sin cuento cada vez que hay una amenaza terrorista, cuando ETA saca un comunicado amenazador, una banda de albanokosovares asalta otro chalé o un grupo de escracheadores presenta sus respetos a algún senador. En resumen: «máxima alerta» es el equivalente del gracioso que se acerca por detrás y grita «bu.»
Puede que un día un perro ataque a un niño. ¿Se acabó la historia? ¡No! Una noticia puntual (concreta y limitada en el tiempo, no que tenga forma de punto) es poco goloso. Como Hollywood, que convierte cualquier historia en una trilogía, las noticias se estiran y crean su propia saga. Una noticia concreta se convierte así en una Alarmante Tendencia (AT) sin más que echar mano de la hemeroteca y recordar que, desde comienzos de año, los casos de este tipo han aumentado un tropecientos por ciento, con lo que los expertos dan la voz de alarma y advierten del peligro de bla, bla. De una tacada, una noticia aislada se estira hasta dar un «reportaje en profundidad» que da la impresión de que los periodistas se han ganado el sueldo, al tiempo que se ha rellenado varios minutos del informativo tan guapamente. Cuando la cosa no es tan chunga -por ejemplo, el estudio sesudo que dice que follamos poco o que nos lavamos mal los dientes,- la tendencia pasa de Alarmante a Preocupante.
Una de las coletillas favoritas de determinados informativos (algunas cadenas más que otras) es la de la Trampa Mortal (TM). Consiste, como su nombre indica, en todo aquel lugar o situación proclive a que la gente muera, o por lo menos lo pase muy mal. El grisú convirtió la mina en una trampa mortal. Para un muerto en carretera, su vehículo se convirtió en una trampa mortal. Y fíjense en el matiz: no es que el coche fuese una trampa mortal, sino que se convirtió en una. Así se evitan que los fabricantes de coches les demanden, al tiempo que eso les permite usar el latiguillo en otros casos. Una puerta de discoteca, un ascensor, un ático cerrado, un carrito de supermercado… todo puede convertirse en una «trampa mortal.» Y claro, nadie puede contradecirles, porque la palabra «puede» les permite introducirse en el universo de lo hipotético impunemente.
Otras situaciones que no llevan connotaciones letales pueden asimismo convertirse en trampas, como las retenciones en la autovía o las aglomeraciones en aeropuertos, estaciones de tren, macroconciertos o rebajas de verano. En realidad, les pegaría mejor el apelativo de ratoneras, pero no se atreven todavía a utilizarlo. Algún día lo harán, o si no, al tiempo.
En el apartado belicoso, las noticias no sólo han de transmitir la idea de la violencia, sino la de violencia continuada, en una especie de rictus de desesperanza tipo «hay que ver, es que no escarmientan.» Así se habla de la violencia que no cesa, en relación con el último atentado o tiroteo en zona conflictiva, o de espiral de violencia en los casos en que se han pegado unos cuantos tiros y se esperan muchos más. Curiosamente, la espiral siempre tiene que ser creciente, como si la violencia que sí cesa no fuese noticia.
En los casos en que el Ejército o la Policía hayan ocupado posiciones en las calles, el término correcto es Tomar las Calles (TlC). Esta expresión tiene la gran ventaja de que puede usarse para casi todo, aumentando con ello el rango de situaciones en las que podemos asustar a la población. En lugar de decir que la gente se reúne en la calle, o que sale a ella, tiene que saltar siempre con que los ciudadanos toman las calles. Ese cliché, que en mi mente evoca muchedumbres armadas lanzándose al asalto del Palacio de Invierno, puede aplicarse sin problemas a cualquier reunión pública de personas. Incluso cuando bajan las temperaturas, los turistas toman al asalto las terrazas, los chiringuitos y el paseo marítimo. Parece que eso de salir a pasear no suena lo bastante estresante.
Este abuso de la expresión tomar las calles ha hecho que, cuando las fuerzas de seguridad (término genérico que sirve para el ejército, la policía, los grupos milicianos y en general cualquier tipo armado medianamente uniformado) realmente tienen que salir a la calle y dar caña, haya que buscar una descripción más dura. Surge así la ciudad en Estado de Sitio (EdS). El problema es que el término «estado de sitio» describe una situación en la que fuerzas militares rodean un lugar para rendirlo. En el ámbito militar, un sitio es un asedio, esto es, una situación en la que una fortaleza o ciudad es rodeada por fuerzas armadas. El Álamo estuvo sitiado. El Alcázar de Toledo estuvo sitiado. Cádiz, Zaragoza, Gerona, Numancia e incontables ciudades españolas estuvieron sitiadas en un momento u otro de su historia.
Pero señores, una ciudad en conflicto no es una ciudad sitiada necesariamente. Si Hezbollá toma las calles (ahora sí) y se hace dueña de medio Beirut, eso podrá ser estado de guerra, de emergencia, de alarma… pero no de sitio. A lo mejor creen que la expresión va por otros derroteros, y la usan como quien quiere decir «miren ustedes en qué estado está el sitio ese» Por supuesto, eso no debe preocuparnos en España, donde los informativos no suelen disponer de asesores militares ni falta que les hace.
Y, dependiendo de qué bando haga los destrozos, siempre hay que tomar partido, pero de modo disimulado. Si los atacantes son de los que consideramos malos, siempre hay que hablar de un acto terrorista o de violencia sectaria; si por el contrario, los destrozones son los buenos, se hablará de respuesta a los ataques de otro día pasado.
Cuando hay que dar cobertura a crisis políticas internacionales, hay que echar toda la carne en el asador. Si interviene algún país de esos del llamado eje del mal, hay que sazonar la noticia con comentarios del tipo desafío a la comunidad internacional. Si el problema se confina en las fronteras de un solo país, se puede hablar de inestabilidad en la zona; cuando otro país se contagie, nada como hablar de conflicto generalizado, o mejor aún, de que la inestabilidad se extiende para dar la impresión de una plaga que invade el mundo de modo inexorable. En lo que respecta a inestabilidad social, no hay más que hablar de que el país está al borde de una guerra civil.
Y siempre, siempre, SIEMPRE hay que hablar de Al-Qaeda cuando se mencione cualquier atentado en el que remotamente pudiera estar involucrado uno o varios tipos con turbante. Como en nuestros días, Al-Qaeda es más una franquicia que otra cosa, siempre que haya dudas sobre la autoría se incluirá eso de según algunas fuentes (que significa: me lo ha dicho un pajarito) y la expresión grupo vinculado a Al-Qaeda. Es mucho más emocionante y «thrilling» que soltar el nombrajo de algún grupúsculo terrorista conocido en su casa a la hora de comer, adónde va a parar.
Cuando se trata de algún desastre natural (incendio, inundación, terremoto), jamás hay que dar la impresión de que todo está controlado. Muy por el contrario, la situación siempre es caótica, los servicios de emergencia siempre están desbordados, la orografía del terreno siempre hace muy difícil el envío de equipos de rescate.
Como probablemente la Fox o Reuters todavía no les habrán enviado imágenes del suceso, hay que escudarse con un rollo sobre lo inaccesible que está la zona. Un truco muy usado en el ramo consiste en limitarse a narrar a los espectadores lo que ya están viendo en la pantalla. «Centenares de personas han sido evacuadas (imagen de civiles subiendo a un camión militar)… infraestructuras demolidas (imagen de un puente viniéndose abajo)… gentes que han perdido su hogar (imagen de una casa hundiéndose en el río)… personas evacuadas en helicóptero (imagen de UNA, puede que DOS personas rescatadas desde un helicóptero).» Pruebe usted la próxima vez, verá lo fácil que es darse cuenta de que el bien pagado reportero de televisión tiene el teleprompter vacío.
En el caso de desastres nacionales, sazónese con entrevistas a personas que siempre se quejen de lo tarde que han llegado los equipos de extinción, listillos que sabían cómo apagar el fuego pero no les dejaron y alcaldes que reclamen la declaración de zona catastrófica, añádase voz en off sobre las décadas que tardará la zona en recuperarse, lo negro que lo tienen los supervivientes, y listo. Y si estamos batiendo el récord de hectáreas quemadas respecto al año pasado o de muertos en accidente de tráfico, JAMÁS dejar que el espectador lo olvide.
Lo bueno de un gran suceso nacional es que puede estirarse después de que haya sucedido. Igual que un partido de la Champions tiene su debate posterior, su análisis y sus sesudos pronósticos (lo que ahora llaman el pospartido), el desastre puede dar minutos y minutos de seguimiento en los telediarios de los próximos días. Para ello, el STU utiliza un conjunto de menciones que funcionan como una especie de «extra bonus» para indicar que esto ha sido algo gordo, gordo, gordo. Sin ánimo de ser exhaustivo, he aquí algunas de estas menciones:
– El Telegrama del Rey (TdR) en sus variantes de pésame, condolencias o solidaridad.
– La Declaración de Zona Catastrófica (DZC). Funciona como los cursos universitarios no oficiales que añaden el latiguillo de «solicitados dos créditos de convalidación:» los concederán o no, pero llaman la atención y te hacen quedar bien.
– La Visita de Altos Cargos para Valorar las Consecuencias del Desastre (VACVCD). En realidad todos sabemos que el propósito es salir en la foto y dar la impresión de que se preocupan genuinamente por el bienestar del pueblo, ya que evaluar y calibrar los daños es trabajo para los expertos, quienes lo harán mucho mejor. No importa, sirve como elemento para resaltar que la riada o el incendio han sido de aúpa. La Visita valdrá por más o menos puntos informativos según se trate del delegado del Gobierno, uno o varios Ministros, el Presidente o los Príncipes de Asturias. Si en alguna ocasión aparecen el Rey o la Reina, es que ha cosa ha sido de órdago, así que si se encuentra usted a cien kilómetros a la redonda, siga mi consejo y corra como loco.
– El Minuto de Silencio (MdS). Como la Visita, valdrá más o menos según quién lo haga y dónde. Unos cuantos vecinos frente al ayuntamiento tendrán un valor, un grupo de parlamentarios frente al Congreso otro.
– La Comisión de Investigación (CdI). ¿No tiene nada mejor que hacer y su despacho se le hace grande y frío, señor político? ¡Anuncie la creación de una comisión de investigación! Invadirá competencias, duplicará el trabajo de jueces u fiscales, la verdad la decretarán los que tienen más votos, no tendrá poderes ejecutivos ni autoridad para convocar a nadie, y puede que nunca llegue a conclusión alguna, pero ¿acaso importa? ¡Hay cámaras delante! Esta es la oportunidad de proyectar imagen de líder, y con un poco de suerte evitar que los espectadores se olviden de que quizá usted, como alto cargo, debería haber hecho algo antes para evitar el desastre.
– La Llamada del Líder Internacional (LLI). Sucede cuando alguien importante telefonea del extranjero para ofrecer sus condolencias. Lo ideal sería una llamada de Obama desde la Casa Blanca, o de Angela Merkel desde Berlín, pero vale casi cualquiera con un cargo gordo. En realidad, esto sirve para poco más que para que el destinatario de la llamada pueda sacar pecho y dar imagen de gran líder internacional. También vale un telegrama, y puede que el sistema telegráfico se haya mantenido solamente para estos casos, porque estamos en la Era de la Información y deberíamos ir aceptando nuevas formas de comunicación interlíderes, como mensajes en Twitter o megustas en Facebook. Quizá algún día…
Cada cierto tiempo, la amenaza doméstica favorita cambia. Antes fueron los ataques de perros, las palizas de jóvenes grabadas en móviles, la quema de coches, los episodios de «terrorismo callejero», etcétera. Ahora está de moda (para nuestra desgracia) la violencia contra las mujeres: violencia machista, de género, doméstica, llámenle como quiera. Bien, en estos casos, el libro de estilo apocalíptico impone una cobertura lo más morbosa posible.
Primera regla: a tomar por ministro la presunción de inocencia. Ante la duda, es violencia de género. Para que quede claro, se añade el rótulo del teléfono 016 contra el maltrato, que en teoría sirve para ayudar a otras víctimas de ese tipo de violencia pero también sirve para añadir el mensaje subliminal de «sí, ha sido violencia de género, pero que lo confirme el juez dentro de seis meses no es noticia, así que nosotros decimos que lo ha sido, y si luego resulta que el tío no era culpable, peor para él, algo malo habrá hecho.»
Segunda regla: nunca de la impresión de que se trata de un caso aislado y punto. En lugar de «caso de violencia doméstica», es preferible decir «nuevo caso de violencia doméstica» (o «último caso»). Eso deja un regusto a continuidad: hubo muchos más como éste, los habrá en el futuro, y les daremos cumplida información.
Tercera regla: incluir el contador. Hay que recordar una y otra vez cuantas víctimas de violencia de género llevamos este año. Tal vez otros crean que eso transmite información relevante al caso, pero a mí siempre me ha hecho rechinar los dientes. No sé, me da cierto repelús esa fijación que tiene Ana Blanco por dejarnos claros cuántas víctimas llevamos ya. Parece como si los teleinformadores se regodeasen con el marcador, como si estuviesen retransmitiendo un partido de fútbol. Seguro que ellos piensan que no, pero ¿realmente es necesario llevar el tanteo con tanta precisión? ¡Por supuesto que sí! ¿No hemos dicho ya que lo importante no es informar sino espeluznar?
En todos los casos, siempre que sea posible inclúyanse detalles de destino fatal. Si la víctima murió a pesar de haber denunciado, abandonado el domicilio familiar, obtenido una orden de alejamiento, indíquese claramente. Si, por el contrario, murió sin denuncia, sin orden de alejamiento ni gaitas, dígalo también. De ese modo nadie sabrá si denunciar u obtener órdenes de alejamiento es bueno, malo o indiferente. Dígalo frente a la cámara con un tono de voz intrascendente, como si hablase del color del pelo de la víctima; así nadie se dará cuenta de que usted, reportero dicharachero, no sabe si las órdenes de alejamiento son eficaces, ni le importa lo más mínimo.
El estilo «crónica de una muerte anunciada» es asimismo asimilable a otro tipo de desgracias. Si hay un accidente en un paso a nivel sin barrera, incluyan todo tipo de testimonios sobre accidentes pasados, proyectos de reforma que llegan demasiado tarde o casos similares en otros pueblos. Sobra gente deseosa de contarnos cómo ellos ya lo veían venir, así que ¿por qué no aprovecharse? Así el presentador de turno podrá ofrecernos ese aspecto compungido mientras declara lapidariamente que la tragedia «podía haberse evitado,» y son el contrapunto perfecto a la bonita estampa del delegado del gobierno intentando esquivar balonazos.
Hay un par de expresiones adicionales usadas para tensar los nervios del espectador, algo así como la música de violines de Psicosis cuando están dándole materile a la chica. Una de ellas es la que usan para poner a alguien bajo los focos, en el escenario y a la vista de todo el mundo: estar en el Ojo del Huracán (OdH). Suelen emplearla para indicar que alguien está «en el candelabro» por el motivo que sea, aunque si es por algo gordo que haya hecho tanto mejor.
Hasta cierto punto, es una expresión válida, ya que un huracán gira en torno a su ojo, y es el lugar más llamativo visto desde el satélite. Pero creo que ya han abusado demasiado de la frasecita de marras. Sobre todo cuando oculta un contrasentido. En un huracán, los vientos pueden llegar a velocidades de catástrofe, pero no en el ojo. De hecho, ¡el ojo es la zona más tranquila del huracán! Está en el centro, con lo que el viento allí no sopla. Si usted está en el ojo del huracán (de uno verdadero), puede salir al exterior del refugio y ver brillar el sol… pero refúgiese de nuevo o llegará el resto de la ventolera.
En realidad, lo del ojo del huracán no lo dicen refiriéndose a que el sujeto en cuestión está tan tranquilo mientras todo bulle a su alrededor. Seguro que quieren decir algo así como en el punto de mira (PdM), otra expresión que puede usarse cuando el tipejo no ha armado tanto follón. Es decir, si Raúl afirma que ojalá vuelva a ser capitán de la selección en la Eurocopa, está en el punto de mira de la afición; pero si además acusa a Messi de tener caspa y juanetes en los pies, entonces se monta un huracán deportivo de un par, y con él en el centro. Ya no sé que dirían si fichase por el Barsa, pero lo mismo lo calificarían de agujero negro (galáctico, por supuesto), que es como un huracán cósmico pero a lo bestia.
Uno de los adjetivos más «impactantes» que sacan a colación cada dos por tres es el de Dantesco. En principio, el adjetivo dantesco se refiere a «escenas o situaciones desmesuradas que causan espanto,» lo que le viene que ni pintado a una cadena de televisión, que por supuesto ofrece escenas. En realidad, se supone que dichas escenas han de servir para informarnos y no para espantarnos, pero ¿por qué no matar dos pájaros de un tiro?. Las escenas dantescas favoritas de los directores de informativos incluyen muchas llamas, sean de un incendio, una colisión de vehículos o una explosión en un mercado de Bagdad.
Parece que alguien se leyó una vez la Divina Comedia y se quedó con eso de que el autor bajó a los infiernos. Y como en el infierno hay calderos hirvientes, llamas y toda esa parafernalia, pues nada, cada vez que aparezca una noticia con explosiones, llamas y/o cuerpos calcinados colocamos lo de «escenas dantescas» y quedamos como gente que no sólo informa sino que también lee libros. Espero que no se lean de verdad la Divina Comedia, porque si lo hacen nos vamos a reír mucho. A fin de cuentas, Dante acababa su paseíto en el Cielo, así que técnicamente una bendición del Papa también sería una escena dantesca. ¿A que no hay huevos? ¿Ni siquiera si es una homilía de Rouco Varela? Bueno, a lo mejor ahí sí pega.
Igual que mega significa millón, el STU tiene un latiguillo que envía la señal de «esto ha sido un desastre horrible.» Aparece cuando se da cuenta de la actuación del Equipo de Psicólogos (EdP). Eso ya es para nota en la escala Freddy Kruger de Informativos. Los accidentes, incendios y desgracias en general están plagados de helicópteros, ambulancias, coches patrulla, equipos de primeros auxilios, heridos y familiares al borde de un ataque de nervios. Pero amigos, eso de decir que los supervivientes o los familiares precisaron asistencia psicológica eleva el desastre a un nivel de tragedia sublime que sobrepasa lo dantesco. Es el equivalente de las angulas. No hay cena navideña de postín que no incluya angulas, y no hay tragedia digna de tal nombre si carece del equipo de psicólogos.
No quiero sonar banal ni irrespetuoso en este punto. Ciertamente, una persona que ha perdido a un hijo o ha visto su hogar desaparecer tras una explosión de butano va a necesitar un montón de tiempo y ayuda para reajustarse a la nueva situación, y algunos no lo consiguen jamás. Los psicólogos están preparados y entrenados para confortar y ayudar a la gente en esos casos, y yo no pienso negarlo ni mucho menos reírme de su labor, faltaría más.
Pero cada vez que mencionan en una noticia que alguien «requirió ayuda psicológica,» me quedo con la impresión de que la catástrofe ha sido de tal calibre que los supervivientes o familiares se volverán locos para el resto de su vida, convertidos en patéticos monigotes ambulantes, a menos que los pongamos en manos de psicólogos para un tratamiento de choque. Sutilmente nos dicen que los que sobrevivieron han visto el horror absoluto, y están al borde de un abismo de locura y desesperación, tal fue la magnitud de la tragedia. Un Apocalypse Now al lado de casa.
Cada referencia al equipo de psicólogos nos transmite subliminalmente la idea de «pobres diablos, lo que habrán sufrido.» Y efectivamente, habrán sufrido, y mucho. Así que ¿por qué ahondar más? ¿No basta con que un padre haya perdido a su hijo? ¡No! Esto es un informativo sensacionalista, digo sensacional. Y el STU ha de darle a los directores de informativos las herramientas necesarias para que su telediario suene a respetable y comprometido con su audiencia al tiempo que suelta noticias con la amabilidad y sutileza de una necrológica. Adentro, pues, el equipo de psicólogos, y al primero que tenga huevos de utilizar psiquiatras, clérigos o videntes lo nominarán para el próximo premio Ondas.
Como ven, el Sistema Televisivo de Unidades es muy poco concreto en lo relativo a situaciones límite. Más que definiciones precisas, consta de un conjunto de normas genéricas que van cambiando con los vaivenes de la moda. Es por eso que la Sección Matías Prats del STU tiene un eslógan no oficial: Todo Vale (TV; ¿o acaso creían que significaba TeleVisión?). Todo es caza libre para hinchar una noticia hasta convertirla en una dantesca y espeluznante catástrofe. Y en caso de duda, recuerde los seis mandamientos de oro de la Alerta Roja:
– Describir la escena que el espectador ya está viendo.
– Usar indiscriminadamente la palabra centenares, será el único término cuantitativo que necesites.
– En caso de querer currárselo mucho, incluir también la palabra decenas.
– Emplear algún número concreto como «3.010 fallecidos» para dar la impresión de exactitud y rigor periodístico.
– No olvidar incluir la coletilla según fuentes oficiales, que serán los culpables de cualquier inexactitud cometido por el informativo.
– Cuando no se sepa nada de nada, camuflarlo con expresiones estándar como no descartan la posibilidad o las líneas de investigación están abiertas.
– No hay sucesos puntuales, sólo alarmantes tendencias.
Estos mandamientos se resumen en dos: no permitirás que nadie cambie de canal, y si el espectador no se ha cagado de miedo, no estás cumpliendo bien tu trabajo.
Nada mejor que ver un telenoticiero mientras leo esto.
¿Y cuando se incendia un coche o una vivienda, y el reportero de turno nos informa de que X personas «han muerto CARBONIZADAS»? Joder, con lo que se tarda en carbonizar 70 kilos de cuerpo humano… qué agonía interminable. Solo falta que cuando aparezca un ahogado en la playa, después de cuatro o cinco días de búsqueda, y correspondientemente picoteado por todo bicho viviente, nos cuenten que «la víctima murió devorada por los cangrejos»…
No sé si los espectadores nos cagaremos de miedo, pero seguro que se nos quitan las ganas de pedir postre. Puñetero sensacionalismo.