Malos rollos en clase

Por Arturo Quirantes, el 31 octubre, 2013. Categoría(s): Historias del Profe ✎ 5
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Castigado a veinte años de cárcel. Y sin recreo.

Esta semana comenzó bien. Después de dos años, por fin funciona el sistema de altavoces del aula donde doy clases. Eso me viene muy bien, porque utilizo fragmentos de películas para ilustrar principios físicos, y la verdad, no es lo mismo sin sonido. El caso es que solamente funcionan la mitad de los altavoces, y necesito traerme un cable extensor de casa para poder conectar el sistema a mi ordenador, pero por fin puedo dejar de traerme los altavoces de casa.

La cosa se torció hoy. Me he encontrado con una situación insólita para mí. Para entenderlo, le explicaré que una de las cosas que me irritan en clase es que los alumnos se pongan a cuchichear entre ellos. Vale que se comenten algo de forma rápida, pero que se pasen toda la hora susurrando es otra cosa. Resulta difícil enseñar cuando tienes grupitos de personas haciendo tertulia. No sólo se trata de que tengo que alzar la voz y que me desconcentran. Me parece una falta de respeto hacia todos: hacia los demás compañeros, porque no les dejan aprender; y a mí, porque esencialmente me están diciendo «jo, tío, qué rollo eres.»

Dentro de lo malo, disfruto de una ventaja: ni yo tengo que aguantarlos a ellos, ni ellos a mí. Estamos ya en la Universidad, les digo cuando llegan, y una diferencia con el instituto es que no estáis obligados a venir a clase. Se acabó eso de aguantar una hora de clase tras otra. Si te aburres, nada mejor que irte a la cafetería y echarte un café. Así, digo, los demás pueden trabajar, y yo puedo enseñar mejor. Es así de sencillo.

Como corolario, espero que los que se queden en clase al menos hagan un esfuerzo por mostrar atención. No siempre es tarea automática. Llegan los lunes a primera hora acelerados como las motos, tardan unos minutos en sentarse y callarse, y a veces no pueden resistir la tentación de contarse algo muy importante que no puede esperar al Whatsapp. Por lo general, bastan uno o dos bufidos por mi parte y la situación se estabiliza. En casos extremos, cuento con mi autoridad como profesor y con un dedo que permite señalar la puerta. Pocas veces he tenido que usarlo, gracias a que incluso los alumnos más díscolos tienen dos dedos de frente.

Hoy he tenido que usarlo. No sé qué pasó hoy, si es que estaban deseando salir de clase para irse a la fiesta de Halloween, o a jugar al truco o trato, pero había varios grupitos de susurradores. Lo hacen muy bajo, pero los veo, y mientras hablan entre ellos no prestan atención, así que tengo que llamarlos al orden.

Todos acabaron obedeciendo, menos una parejita de chicas sentadas en primera fila, delante de mis narices. En diversas ocasiones a lo largo de la hora tuve que pedirles que se callasen. Empleé los buenos modales, la persuasión razonable, algo de sarcasmo sutil. Todas las armas que uso habitualmente en estos casos acabaron de igual forma: mirada de «lo siento, profe, no lo haremos más,» unos minutos de atención… y vuelta a la tertulia.

Finalmente, les di un ultimátum: u os calláis, o a la calle. Callaron. Seguí con mis explicaciones sobre la energía cinética en sistemas de partículas. Miré de nuevo a las dos chicas. ¡Y allí estaban otra vez! Me harté y me puse serio: «vosotras dos, levantaos y salid de aquí.» Me miraron. Esperé que se levantasen. No lo hicieron. Volví a ordenarles que se fuesen, alzando más la voz (puede que las pobres sean sordas). Me miraron. Y se quedaron sentadas.

En ese momento, me quedé anonadado. He visto cosas que ni el Nexus de Blade Runner creería. He tenido casos de alumnos que se pusieron a oír música en clase, con auriculares de los gordos; el año pasado tuve que lidiar con gente que, después de tres cuartos de hora, llegan a prácticas esperando que les agradezca el detalle de haber venido. He visto todo tipo de fauna en clase, pero en más de veinte años de experiencia docente, jamás me había encontrado un alumno que se encarase conmigo y cuestionase mi autoridad. Hasta esta mañana.

No sabía qué hacer. Sentí deseos de coger a esas dos rebeldes sin causa, cogerlas del cuello y sacarlas del aula a puntapiés. Me dio la impresión de que a sus compañeros no les hubiera gustado mi actitud, y la verdad, no es mi estilo. Pensé en identificarlas y ponerlas en la lista negra. Tampoco ese es mi estilo. No soy una persona vengativa. Lo único que se me ocurrió fue tirar la toalla y probar la presión de grupo. Les dije a los demás que el resto de la explicación se la buscasen ellos, y si tenían alguna cuestión se la preguntasen a sus dos compañeras. Les deseé un feliz Halloween, salí por la puerta y me fui a mi despacho sin mirar atrás. Quedaban tres minutos de clase, pero igual daba que fuesen tres horas o tres segundos.

Cuando llegué a casa me desquité en Twitter, comí, me tomé un café y me puse a reflexionar. Me di cuenta de que no tengo ni idea de cuáles son mis atribuciones sobre los alumnos en caso de conflicto. ¿Puedo realmente expulsar a un alumno de mi clase? ¿Pueden alegar que tienen derecho a ir a clase? ¿Lo tienen? ¿Tengo yo «derecho» a echar a un alumno si está perturbando el buen funcionamiento del aula? ¿Puedo expedientarlo? ¿Cómo se hace eso? ¿Qué puedo hacer contra un alumno, y qué no? No he encontrado nada en la web de mi Universidad. Los únicos documentos que conozco hablan del procedimiento de revisión de exámenes, pero nada sobre régimen disciplinario del alumno. Eso sí, sobre el régimen disciplinario del personal universitario hay para dar y tomar.

Buscando, encontré algo en la Memoria 2010 del Defensor Universitario de la Universidad de Granada. Según parece, no soy el único profesor que tiene inquietudes al respecto. La Memoria 2010 me informa de que la única norma al respecto en vigor es el Reglamento de Disciplina Académica. ¡Una norma del año 1954! El Defensor Universitario se hace eco de mis preocupaciones:

«Existen en la actualidad un gran número de preguntas sin respuesta sencilla en materia disciplinaria… ¿Puede obligar un profesor a un alumno a que salga de clase porque está molestando a sus compañeros o impidiéndole impartir docencia?… ¿Puede un profesor ordenar a un alumno que se cambie a otra banca?… »

Me alegra ver que no soy el único con dudas. Y me entristece ver que en treinta años de Constitución ningún gobernante se ha atrevido a resolver el problema. Nos vemos abocados a esperar que cada Universidad redacte sus propias normas. Si la mía lo ha hecho, yo no las conozco.

Por su parte, el Estatuto del Estudiante Universitario incluye como deberes del estudiante «Respetar a los miembros de la comunidad universitaria» (Art. 13.2b), lo que mis alumnas no han hecho ni conmigo ni con sus propios compañeros. En ese mismo Estatuto, publicado en BOE de 31/12/2010, se insta al gobierno a presentar un proyecto de ley reguladora de la potestad disciplinaria (Disposición Adicional Segunda). Según parece, esa ley sigue sin proponerse, y no se le espera en un futuro próximo.

¿Qué hago entonces, aplicar el Reglamento de 1954? Si es así, las cosas se van a poner divertidas. Según ese Reglamento, lo que mis alumnas hicieron podría considerarse como falta menos grave («… cualesquiera actos que perturben notablemente el orden que debe existir en los establecimientos de enseñanza, dentro o fuera de las aulas»), castigable con prohibición de examinarse o pérdida de becas; o incluso como falta grave («injuria, ofensa o insubordinación contra las autoridades académicas o contra los Profesores»), que se castiga con la prohibición de examinarse de ninguna de las asignaturas durante todo un año académico, junto con la prohibición de trasladar el expediente académico.

Gracias a este Reglamento franquista todavía en vigor, puedo convertirme en un completo cabrón en el momento que quiera. Afortunadamente para mí, ese Reglamento no se aplica al personal universitario, ya que tenemos un Real Decreto de 1985. Menos mal, porque si no esta noche no pego ojo. Pero para los alumnos sigue en vigor. Anonadado me hallo.

Es una pena que los profesores tengamos que llegar a eso, y eso que como profesor universitario soy un privilegiado comparado con mis compañeros de instituto, que tienen que lidiar con adolescentes revolucionados que deben ir a clase sí o sí. Estoy tan alterado que, por primera vez, Wert me ha caído bien. Resulta que con la LOMCE, el profesor será considerado como autoridad (aunque no sé si es para todos los profesores, o sólo para los preuniversitarios). ¿Pero de verdad tenemos que llegar a eso, ponernos a jugar a carceleros y presos? Yo no me apunté a la docencia para eso. Yo quiero enseñar a quien quiera aprender, y que el resto se vaya a otro lado y me deje trabajar en paz.

Me perturba la actitud de esas dos alumnas. Entiendo que en bachillerato esas escenas se vean un día sí y otro también, pero no entiendo que lo hagan en la Universidad, donde la asistencia no es obligatoria. Yo paso lista para ver quién viene y quién no, y lo hago para animarlos a venir (incluso les doy algunas décimas extra), pero quien no venga ni un sólo día puede sacar su diez perfecto. Venir a clase es molesto para los alumnos, es pesado, seguro que tienen mejores cosas que hacer por ahí. Venir a clase, pasarse la hora cuchicheando y molestando a los demás, cuando pueden estar en cualquier otro lado, es absurdo.

Si alguien sabe cuáles son mis poderes y responsabilidades como profesor, en lo tocante a disciplina, agradeceré cualquier indicación. Por mi parte, y a falta de normas más recientes, tendré que acogerme al Reglamento de 1954. Si esas dos se me vuelven a indiscipinar sacaré el móvil, conectaré la cámara, describiré la situación y les ordenaré que salgan del aula. O pueden callarse y atender. No es tan difícil.



5 Comentarios

  1. Una posibilidad que a mi me ha funcionado, es escribir en el apartado «incidencias» de la hoja de firmas del profesor, lo siguiente: Los alumnos X e Y han impedido el normal funcionamiento de la clase, impidiendo que ésta desarrollara de forma clara y ordenada, por tanto ha sido imposible completar el trabajo previsto para hoy.

    Cada vez que repitan el mismo comportamiento se vuelve a escribir. No hay nada que proteja al profesor, pero sí se contempla en la normativa que se altere el desarrollo de la clase e impida al resto de los alumnos atender las explicaciones del profesor.

    Si son reincidentes el Decano/Vicerrector puede tomar las medidas oportunas. Por eso hay que dejarlo por escrito (y guardarse las copias).

  2. Hola Arturo, te sigo desde hace ya bastante tiempo. Soy Sergio Paredes, profesor de instituto de física y química, y realizo desde 1º de ESO hasta 2º de Bachillerato (donde utilizo fragmentos de tu FdP que adquirí hace unos años y me funciona muy bien), y como puedes imaginar me he encontrado de todo en las aulas.

    El método que sigo, que quizás te podría ayudar, es el siguiente: primero lo digo de buenas maneras, tal y como tu has dicho. La segunda advertencia la realizo muy cerca del alumno, mirándolo fijamente para que sepa que va directamente a él y no ha otra persona. A la tercera vez, y si se trata de dos personas que no callan, las separo. Seguro que quedan sitios vacíos al final del aula, pues una de las dos debería irse para allí (la que veas que habla mas). Si aunque se lo digas muy cerca y a la cara no te hace ni caso, aplicas la presión de la clase. Esperas un rato mirando fijamente al alumno y esperando que haga algo. La situación se vuelve incómoda porque toda la clase está pendiente de eso. Si no se mueve dices que has preparado la clase para llegar hasta un cierto punto, y que si no se llega se dará por dado. Si continuas esperando al lado de ella (digo ella, porque me refiero al caso que has mencionado), y pasan 1-2 minutos con la clase parada siempre hay algún alumno que comienza a decir: ¡¡venga!! ¡¡Cámbiate ya!! La presión social por no quedar mal con el resto de compis hará que lo haga.

    Siempre intento que echar a alguien de clase sea realmente la última opción, aunque en la Universidad lo tenéis mucho mas fácil para hacerlo.

    Espero haberte ayudado. La verdad es que me he encontrado en situación mucho mas violentas que la que has comentado, e incluso en bachillerato, donde también deberían no darse. Es una pena, pero es a lo que ha evolucionado nuestra sociedad superprotectora.

    ¡¡Un saludo y ánimo!!

    Sergio

  3. Como alumno me molestan bastante los cuchicheadores, en muchas ocasiones levantan el tono hasta que se hace difícil prestar atención. A la mayoría de mis profesores por suerte en general les alcanza con un llamado fuerte de atención, otra opción muy efectiva es pedir y anotar nombre y apellido de los alumnos que lo hacen, la mera amenaza de que se la tomaran contigo en el examen es un buen disuasivo xD.

    Cuando no puedo soportar una clase teórica, ya sea porque el profesor opta por repetir cual loro lo que esta en el libro o en los apuntes de la cátedra (que en general leo antes de la clase) o porque tengo mucho sueño (en ocasiones organizo mal mis horarios y las clases de la tarde se me hacen muy pesadas) opto por recoger mis cosas e irme procurando molestar lo menos posible, ya luego retirare algún libro de la biblioteca que tenga lo dado ese día.

  4. La verdad es que es una pena, pero bueno, si quería decir una cosa:

    Yo paso lista para ver quién viene y quién no, y lo hago para animarlos a venir (incluso les doy algunas décimas extra), pero quien no venga ni un sólo día puede sacar su diez perfecto. Venir a clase es molesto para los alumnos, es pesado, seguro que tienen mejores cosas que hacer por ahí.

    Creo que precisamente esto es un error grave. Tu mismo lo dices, en la universidad se nos supone mayorcitos para saber que debes hacer, además no está de más que la gente aprenda a priorizar esfuerzos, organizarse, etc. Mi experiencia (algo lejana pues acabé mis estudios universitarios hace 10 años) es que este tipo de comportamientos, hechos con toda la buena fé del mundo acaban siendo contraproducentes.

    Es verdad que ofreciendo esa propina conseguirás que más alumnos vayan a tus clase, si, pero van a ser alumnos que van por la razón equivocada. Así estás alimentando a ese tipo de alumno que va por las décimas, y que se dedica a copiar (y que va a ser mucho más propenso a hablar y molestar en clase) que el que va para aprovecharla. Y sin embargo, el que si quería aprovecharla se encuentra con una clase mucho más poblada, con mucho más ruido, por lo general más lenta y con menos lugar a «intercambio profesor alumno».

    Todo esto dicho desde mi perspectiva de alumno de hace años. Creo que si fuera profesor preferiría tener 20 alumnos realmente interesados en mi asignatura que 40 máquinas de coger apuntes.

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