Problemillas con el portátil

Por Arturo Quirantes, el 13 abril, 2013. Categoría(s): Historias del Profe ✎ 3

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Uno de los problemas que tenemos en mi Universidad (aunque imagino que no sólo en la mía) se refiere a la compra de ordenadores. El problema es sencillo: no podemos comprarlos. Ignoro quién fue el genio al que se le ocurrió la idea, pero el caso es que lo tenemos prohibido.

Imagino que ello comenzó cuando alguien descubrió que, en ocasiones, el presupuesto que se otorga a un grupo por un proyecto de investigación no se gasta en su totalidad. Los responsables deciden entonces usar el remanente en comprar ordenadores. Si lo piensan bien, es una idea acertada, porque entre devolver el dinero (arriesgándote a que la próxima vez te den menos por eso de que «la otra vez no te lo gastaste todo») e invertirlo en herramientas que vas a utilizar sí o sí, la cosa está clara. Pues a alguien no le gustó eso, y como resultado se prohíbe comprar ordenadores.

El problema, por supuesto, viene cuando realmente necesitas un ordenador. En ese caso, cárgate de paciencia. Yo necesité uno hace algún tiempo. Tenía dinero de un proyecto de innovación docente, necesidad de un ordenador, autoridad para pedirlo. Pues no podía comprarlo. Conste que la culpa no era de los que soltaban la pasta. Ellos estaban encantados con que me gastase el dinero en lo que me diera la gana, pero necesitaban justificación por escrito. Tuve que solicitar una autorización especial, explicar por qué no podía vivir sin un ordenador nuevo, y aun así, seguro que el interventor frunció el ceño cuando firmó la aprobación.

El tema se volvió más kafkiano con el tiempo. Entre mis necesidades de investigación y las de innovación docente, resulta que tengo varios centenares de gigas de archivos. El asunto de las bases de datos que he creado para el proyecto de investigación en el que participo es especialmente sensible: más de cien gigas, fruto de un esfuerzo de computación de años en el que he usado desde mi PC hasta máquinas de la Red Española de Supercomputación, de esas en las que cuesta sangre y sudor obtener un par de CPUs. Mi ordenador se quedaba sin espacio de almacenamiento, y en cualquier caso la prudencia pide a gritos una copia de seguridad (o más), así que el hecho es que necesitaba un disco duro externo de gran capacidad. Ni corto ni perezoso compruebo que me queda dinero para comprarlo, lo pido, lo pago (adelantando el dinero de mi bolsillo), envío los papeles para recuperar el dinero… ¡y me lo deniegan!

No sé bien quién fue el responsable, y menos mal porque me entran ganas de escupirle por la calle, pero en algún lugar del infierno burocrático, hay un “beancounter” de la Universidad, de esos que piensan que negarte un bolígrafo redunda en un beneficio para todos, y ese individuo decidió un día que los discos duros se considerarían como material informático. De nuevo a escribir la justificación por escrito, llorar un poco, y ver qué pasa. Afortunadamente, todo salió bien.

No sé que haré en el futuro, porque alguien ha decidido que los discos duros deben ser inventariados, sea cual sea su precio. Es decir, puedo comprar cincuenta euros en no sé, folios o libros, pero si quiero un disco duro, por barato que sea, tengo que hacer papeleo adicional, y pobre de mí como un día entre en mi despacho un chupatintas y me pida cuentas porque el disco duro portátil que pedí no está en mi despacho. A ver cómo le explico yo que un disco duro portátil es, por definición, portátil, y que es mejor no tener los datos de backup junto con los originales por si hay un incendio o un ataque alienígena.

Incluso con todo a favor, a veces se hace muy cuesta arriba adquirir material que necesitas, y por supuesto los recortes no ayudan. Parece que la consigna general es «no les des el dinero, que se lo gastarán en vino,» y que se aplica incluso cuando tienes el dinero autorizado, librado y concedido. Menos mal que la gente tiene mucha imaginación. En ocasiones, se hacen trampas simplemente para poder obtener el material que ya deberías tener. Uno de los trucos más útiles es camuflarlo como tóner de impresora. Puesto que el material fungible es de las pocas cosas que aún se pueden comprar sin preguntas, y dado que el tóner de impresora láser tiene precio de caviar iraní, resulta muy útil. Aunque me pregunto cuándo se dará cuenta la Universidad de que ha pagado suficiente tóner para llenar una piscina olímpica. Hum, tal vez debería haberme callado esta parte, porque resulta que dentro de unos días necesito realmente hacer un pedido de tóner (de verdad, me estoy quedando sin cian).

En cierta ocasión tuve un problema especialmente raro con esto de los ordenadores. Un portátil, comprado con fondos universitarios, comenzó a darme problemas. En teoría, podía enviarlo a arreglar y cargar los gastos, pero ¿a quién? La asignación presupuestaria con la que lo compré se cerró hace años. Para liarlo más, ni siquiera sé de dónde vino el dinero. Un día, nos avisaron a algunos profesores de la carrera donde dábamos clase que se había asignado una cantidad económica para ayudarnos con los planes de estudios nuevos. A día de hoy, desconozco quién soltó la pasta o a santo de qué, y la verdad es que no me importó una higa: dijeron que nos gastáramos el dinero, lo hicimos, enviamos al jefazo las facturas y punto. No es el tipo de regalos que te hacen todos los días, pero cuando te toca no vas a decir que no, ¿verdad?

El caso es que tenía un ordenador estropeado, y legalmente no podía repararlo (bueno, sí que podía, pero de mi propio bolsillo, y eso no mola). Aquí es donde entra mi proveedor, que a efectos de este blog denominaré con el nombre código de Papá Noel. Imagino que habréis oído historias de proveedores de material que, haciendo trampas y untando manos, se forran a costa del dinero público. Bueno, hay de todo por esas viñas, pero yo no he visto nunca nada de eso por mi despacho. Los proveedores con los que yo trato son el tipo de gente que nos permite cosas como recibir ahora el material y pagarlo dentro de seis meses, cambiar unos conceptos por otros, devolver algo fuera de plazo, ese tipo de pequeños detalles que tanto nos facilitan el trabajo. Algunos se están volviendo exigentes y reclamando el pago antes de enviar el material, cosa que no podemos reprocharles tal y como está el patio, pero algunos todavía se lo montan de guay. Tragan con todo y aceptan cobrar tarde, mal y nunca. A cambio, se aseguran un cliente grande que, de un modo u otro, acabará pagando. Ambos salimos ganando.

De modo que, cuando llamé a Papá Noel y le expliqué el problema, me dijo que no problemo, ellos se llevarían el portátil y lo facturarían de alguna otra forma. Casualmente, acababan de arreglarme el PC, así que combinarían ambas facturas. Sí, el arreglo del PC sí podía justificarlo. Locuras de la burocracia. El caso es que un día llega el experto informático de la empresa de Papá Noel. Este experto, al que llamaremos Chip, cogió mi portátil y se lo llevó. Vale, picajosos, lo diré correctamente: cogió el portátil de la Universidad que yo gestionaba, pagado con fondos públicos, y se lo llevó.

Dos semanas después, Chip me llamó por teléfono. Para entender lo que viene a continuación, debo explicarles en qué consistía el fallo del portátil. Nunca supe bien por qué, pero en ocasiones, la pantalla se llenaba de rayas de color, que desaparecían cuando presionabas los laterales del teclado. Quizá algún cable suelto, quién sabe. Pues Chip me llamó y me dijo algo así como:

– Oye Arturo, he estado mirando el portátil. No le he encontrado de momento el fallo, pero voy a seguir haciendo pruebas. Puede que sea un problema de los drivers, pero por si no lo fuera, ¿me das permiso para formatear el disco duro si hace falta?

¿Drivers? ¿Formatear? Yo no soy informático profesional, pero llevo la tira de años usando ordenadores, y hasta yo sé que si un problema se soluciona dándole un porrazo con la mano al ordenador tiene que ser algo de hardware, no de software. De hecho, ahora que pienso, creo una buena distinción entre software y hardware es justamente esta: hardware es lo que puedes patear, y software lo que no. Salvo, claro, que se trate deel ordenador que usaba Tom Cruise en Minority Report, y les aseguro que la Universidad de Granada no está tan avanzada. Se lo dije a Chip, intentando que no parezca que lo estoy llamando tonto, y finalmente me dijo:

– Sí, vale, entonces voy a tener que abrirlo y ver si algo se ha soltado, una soldadura o algún cable. Ya te avisaré.

Genial. El tío tardó dos semanas en darse cuenta que, para resolver un problema de hardware, hay que abrir el cacharro. Lo dejé trabajando y sigo con lo mío. Era la Semana Burocrática del Corte Inglés, estaba de papeleo hasta el cuello, y no tenía tiempo para tonterías.

La Semana Burocrática se convirtió en dos, luego vinieron unos días de vacaciones, y a la vuelta me acordé de nuevo del asunto del portátil. Llamé a Chip, y me explicó que, en efecto, ya había abierto el cacharro. Menos mal, pensé, al menos sabe usar el destornillador. Por lo visto, su examen consistió en echar un vistazo, ver que no hay aparentemente ningún cable suelto, y poco más. Su dictamen experto fue:

– Voy a enviárselo al servicio técnico oficial, y ya te cuento con lo que me digan. Mejor que lo hagan ellos, porque si no, voy a tener que seguir quitando tornillos, y no sé qué voy a encontrar.

Vaaaale. Hubiéramos empezado por ahí. Unos días más de espera. Finalmente, llamé a PapáNoel y le pregunto qué pasó con el tema del portátil. Antes de que me responda, casualidades de la vida, me volvió a llamar Chip:

– Mira, que me han dicho los del servicio oficial que probablemente sea la placa, alguna conexión o soldadura suelta que tenga (imagino que se refiere a la placa donde va el chip gráfico). Tengo aquí un portátil de otro cliente, voy a probar si su placa vale en el tuyo, y te cuento.

Me quedé de piedra, pensando algo así como «si este tío destripa el ordenador de otro cliente para arreglarme el mío, ¿qué no hará con mi pobre portátil?» Me encomendé a Santa Tecla y confié en lo mejor. Finalmente, mientras estaba en una sesión de prácticas, me sonó el móvil. Bueno, más bien me vibró, que soy un profe-sional. Dejé a los otros compañeros al mando y salí al pasillo. Allí, Chip me dio su veredicto:

– No he arreglarlo, creo que se trata de la pantalla del portátil. Probablemente habrá que cambiarla entera. Eso puede salir por unos 100-150 euros. ¿Qué hacemos?

Reprimí mis deseos de arrojarlo a una picadora industrial (a Chip, no al portátil), y consideré mis opciones. El portátil tiene ya sus añitos, y solamente lo usaba para tareas no esenciales. El problema de hardware era molesto, pero solamente sucedía de vez en cuanto. Arreglarlo me costaría la cuarta parte de lo que costó, y aunque me quedaba algo de presupuesto, prefería usarlo para cosas más útiles. Decidí que no valía la pena. A los dos días, Chip me devolvió el portátil.

Ha pasado ya un año desde que sufrí esta odisea. ¿Y saben lo más divertido? Desde que lo tengo de nuevo en su puesto, el portátil funciona perfectamente, con alguna que otra recaída ocasional que un par de golpes consiguen resolver a la perfección. El coleguilla ha decidido portarse bien por la cuenta que le trae. Creo que el día que vuelva a fallar, le pondré en la carcasa un post-it que diga «pórtate bien, o si no vendrá Chip y se te llevará.» Y no me vengan con eso de que los ordenadores son máquinas sin sentimientos. No es cierto.



3 Comentarios

  1. Te entiendo perfectamente, Arturo. Es el eterno problema de joder a todos para evitar los abusos de algunos. Pero los abusos que dan lugar a estas restricciones existen y tu lo sabes. Yo trabajé durante unos años en un centro asociado al CSIC y vi verdaderas barbaridades: investigadores que se compraban un portatil fabuloso un par de meses antes de jubilarse y que luego desaparecían, departamentos de cinco personas con 10 cámaras digitales reflex inventariadas (y que luego nunca aparecían cuando alguien les pedía una), etc. Y si, nada que no se haga igualmente en las empresas privadas, como siempre, pero en las públicas nos duele más. Y más cuando nos creemos lo que se hace en ellas… Desgraciadamente estas medidas no valen de nada porque luego cuando alguien quiere meter la mano no tiene escrúpulos en buscarse las formas de hacerlo. Por ejemplo, uno de los trucos más usados por los investigadores en mi tiempo era una variante bastante más perversa de lo que explicas que hiciste para la reparación: solicitar al proveedor que en la factura no apareciese el concepto comprado (por ejemplo un portátil) sino su equivalente en toners para la impresora laser. ¡Tendrías que ver la de toners que consumían algunos! 😀
    Ánimo

  2. Yo es que de verdad.. los trabajadores del sector público vivis en los mundos de yupi…
    José María, no, eso no pasa en la empresa privada, ahí solo desaparecen los bolis y los folios, con discrepción, no material inventariado, porque allí -el jefe- en las pyme sr. con nombre y apellidos culpa a uno sea culpable o inocente y ya sabes: ALPC. y más ahora que no hay indemnización. ah! que en la pública se aprueba una plaza y a vivir, del cuento, SI a vivir independientemente de los resultados.

    Artuo, Yo te hubiera reparado perfectamente el ordenador, es todo cuestión de aptitud y actitud por ambas partes, si validabas la hora de diagnostico de desmontar el portatil y ver que tiene 70eur. (hora de mecanico de tu coche alemán, quitale 20 eur. si es francés), y luego cambiar el bus del ¿acer? que se tazaría o habría soltado, y que sale mejor comprar toda la pantalla 150+70 eur.

    Obviamente chip, trabaja para papanoel, y a papanoel no le hace gracia que entretengan a su duende, por muy grande que sea el cliente si no va a cobrar y obtener beneficio cuando lo necesita y requiere el servicio, igual que cuando compras las naranjas. Claro, que eso no se lo va a decir al cliente, y siempre te tratará cómo tu amigo.

  3. No quiero crear polémica con esto, Claudius, pero llevo maś de 25 años trabajando en empresas privadas, públicas y privadas de capital público (de la SEPI, vaya) y te puedo asegurar que este tipo de cosas se hacen en todos sitios. Lógicamente no cualquiera tiene acceso a hacerlas, pero ni en una pública ni en una privada.

    Por aportar algo constructivo al debate, la forma de evitar estas prácticas abusivas está ya inventada lo que pasa que en pocos sitios (públicos o privados) se hace. El sistema se llama, creo recordar, de la «triple llave» y consiste en que haya tres personas o departamentos separados en cualquier proceso de compra. El que necesita realizar la compra (un investigador en el caso de Arturo) comunica sus necesidades al departamento de compra. El departamento de compras prepara las ofertas las hace públicas con una valoración también pública de los criterios de selección y de forma transparente y auditable elige quién la gana. Por último, el departamento de administración valida la compra, la recepciona cuando se entrega, la inventaria y la entrega al interesado. Si el proceso se hace de forma pública y transparente es sumamente difícil que se produzcan abusos.

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Por Arturo Quirantes, publicado el 13 abril, 2013
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