Los héroes de pacotilla de Armageddon

Por Arturo Quirantes, el 23 marzo, 2013. Categoría(s): Filosofía • Física de Película
Somos los héroes del mundo. ¿Eso desgrava?

Armageddon es una de las peores películas de ciencia-ficción de la historia. No les estoy desvelando nada nuevo. Y no se trata solamente de la física que contiene (que también). Solamente en una mala película podemos encontrar transbordadores que se mueven como cazas atmosféricos, vehículos con ametralladoras Gatling, un comandante con una pistola en una caja fuerte y un tío que no quiere salvar el mundo a no ser que le digan quién mató a Kennedy. Y así todo.

En el fondo, esta película trata de lo que llaman ahora “el espíritu humano.” Es decir, no importa el escenario sino los personajes. El argumento de la película es tan sólo una excusa para ver el comportamiento y la evolución de los caracteres, sus motivaciones, sus temores y su valor. De eso se supone que va esta película. Un padre, una hija, un novio, unos amigos fieles, y una aventura en la que puedan mostrar de qué están hechos.

En esta ocasión, voy a centrarme en el carácter heroico de los personajes. En esto, confieso que voy a seguir la senda de El superpoder de la filosofía, una web que os recomiendo y en la que los superhéroes son aprovechados para plantear dilemas éticos y morales del tipo que ocupan a los filósofos desde el comienzo de los tiempos. Permítanme que intente algo parecido con los personajes de Armageddon, y veamos si salen bien parados.

Lo primero, el escenario. Es sencillo: viene un asteroide con muy mala leche, y debemos detenerlo. Eso, por supuesto, es tarea de la NASA. En EEUU, y también fuera, NASA es sinónimo de frontera científica, de tecnología punta, son el equivalente espacial de Chuck Norris. Se supone que son los mejores, los más preparados, la vanguardia de la exploración espacial. Y sin embargo, se les pasa un meteorito del tamaño de Texas. Es un varapalo para la agencia espacial. El presidente demanda una explicación, e implícitamente una disculpa, pero el jefe de la agencia espacial no entra al trapo y replica: “el presupuesto para [detectar asteroides] es de un millón de dólares, con eso rastreamos como un 3% del cielo.”

Suena a alivio cómico, pero no deja de ser un recordatorio de lo obvio: ni siquiera el mejor equipo o agencia puede hacer milagros con presupuestos inadecuados. Hace tan sólo tres días el jefe de la NASA en el mundo real, Charles Boden, afirmó que si un meteorito se dirigiese hacia Nueva York, lo único que el mundo podría hacer sería… rezar. Incluso en Estados, Unidos, el brutal ajuste presupuestario conocido como Sequester está afectando al ya debilitado presupuesto de la NASA, y en cuanto a España, la reducción a la mitad de su participación en el programa espacial de la Agencia Espacial Europea nos asegura que, realmente, no nos quede más que rezar cuando el próximo bólido decida que Barcelona es un lugar más interesante que Siberia para dejarse ver.

En cualquier caso, cuando la NASA se pone a la tarea descubre que es incapaz de enfrentarse a la amenaza del asteroide. Es algo que deja en estado de shock a todo el mundo. El propio protagonista, Harry Stamper (Bruce Willis) se queda con la boca abierta al enterarse: “¡Pero si … son la NASA, por Dios! Pusieron a un hombre en la luna. Son genios, son los tipos que montan estos tinglados. Seguro que tienen un equipo de hombres sentados en algún sitio estrujándose el coco, y alguien echándoles una mano.” Muy mal van las cosas si la agencia estrella de los Estados Unidos es incapaz de solventar el problema.

Tampoco los hombres de uniforme están a la altura. La mentalidad guerrera norteamericana queda patente desde el principio. Los primeros impactos de meteoritos son seguidos por el Mando Espacial del Pentágono y calificados como objetos enemigos. “Podría ser un ataque sorpresa con misiles,” dice un militar, lo que en una época en la que la Guerra Fría ya era historia y el 11-S aún no había sucedido suena poco creíble. Pero ataque o no, son impotentes para detener el meteoro con sus medios. El típico general de la Air Force propone lanzar el arsenal nuclear al completo, y cuando le muestran la inutilidad de esa medida, casi se sube por las paredes: “Gastamos 250.000 millones de dólares anuales en defensa, y aquí estamos, con el destino del planeta en manos de unos locos a quienes no daría ni una pistola de agua.” Lo que viene a decir que los encargados de la defensa nacional tampoco están a la altura de la situación.

Tampoco parece que sirva de nada solicitar concurso internacional y salvar al mundo todos juntos, cosa que hacen en otras películas como El Núcleo. Se supone que si EEUU no puede conseguirlo, nadie más lo hará. Por mucho que Harry Stamper diga eso de “Naciones Unidas nos pide que salvemos el mundo” en la versión española, la original dice claramente “the United States Government.” La única ocasión en que los no-norteamericanos ayudan es cuando un astronauta ruso chiflado se les une en la expedición, tras una operación de reabastecimiento que acaba destruyendo la estación orbital rusa.

¿Quién nos queda? Bruce Willis y su pandilla. Esos locos a los que aludía el general son, por supuesto, el grupo de héroes que se convertirán en la única esperanza de la Humanidad. A la hora de la verdad, se supone que los únicos que pueden salvar la papeleta son los americanos hechos a sí mismos, esos que se van al rincón más perdido para extraer petróleo y hacer que la libertad y la democracia sigan funcionando. Eso sí, por un precio. Son los héroes de Ayn Rand, el exponente del individualismo salvaje. Esos serán los héroes de la película.

Nuestro primer contacto con Harry Stamper se produce en una plataforma del Mar de China, donde nuestro héroe bombardea con pelotas de golf a un buque de Greenpeace. Para que se hagan una idea, es el tipo de persona que persigue a su mejor amigo a escopetazo limpio porque éste ha osado tener pretensiones hacia su hija, en el mejor estilo norteamericano sureño. Evidentemente, es alguien determinado a defender lo suyo, ya sea petróleo o su hija. Afortunadamente para el pretendiente, los militares hacen acto de presencia en un helicóptero y le piden a Stamper (bueno, le ordenan) que deje sus importantes obligaciones para ir a hablar con unos cuantos burócratas en el otro extremo del mundo.

Allí se entera de la verdad: el meteoro condenará a la Humanidad a la extinción, a menos que el plan que la NASA está organizando tenga éxito. A continuación, lo llevan a conocer al equipo. ¿Saben cuál es su primera reacción? Enfado y desprecio. Enfado porque la NASA ha construido una perforadora basada en su diseño, sin pedirle permiso ni nada (“¿robaron la llave de la Oficina de Patentes?“), y desprecio porque la han montado mal: “a ver si me aclaro: me sacan de mi plataforma y me hacen volar por medio mundo porque han robado mi diseño de taladro, no han sabido leer los planos y han hecho una chapuza al montarlo.” Que las patentes no se apliquen en el espacio, o que haya seis mil millones de vidas en juego parece importarle menos a este individualista que el hecho de que no le haya llegado el cheque por sus derechos de propiedad. En España, Stamper sería un perfecto director de CEDRO o la SGAE. Sí, salven el mundo si quieren, pero no se olviden de mis regalías. Una actitud muy heroica, sin duda alguna.

Una vez que se ha desahogado y le muestran la situación, nuestro “héroe” se niega a trabajar en equipo, salvo que sea con sus términos. ¿Que la NASA tiene astronautas entrenándose para perforar en Marte desde hace ocho meses? Para Stamper, son poco más que una pandilla de boy-scouts. Está bien, pero al menos ¿tendría usted la amabilidad de entrenarlos para poder cumplir la misión, señor a-mi-manera Stamper? Tampoco. Él prefiere ir de jefe y liderar el equipo, que luce más; por ello, con la excusa de “si soy el mejor es porque trabajo con los mejores,” se busca a su cuadrilla de perforadores y los convence para que le ayuden.

Bien, supongamos que lo hacen con la mejor intención. No se fían de extraños, trabajan mejor con su propio equipo y todo eso. Vale. Esto es lo que me alucina del asunto: ¿por qué se creen que son héroes? Stamper y los suyos se lo piensan mucho porque la misión es peligrosa y puede que alguno pierda la vida. Esa es la típica situación que hemos visto en situaciones heroicas, reales o ficticias: un verdadero héroe escoge salvar las vidas de otros, incluso si eso significa arriesgar la suya propia.

El problema es que Stamper y sus perforadores ya están muertos. No tienen opción. El meteoro destruirá toda la vida en la Tierra en unos pocos días, y no hay escapatoria posible, así que no es una situación de tipo “o me quedo quieto y vivo, o cumplo la misión y tal vez muero.” En esta ocasión, si los perforadores no se montan en los transbordadores, no les queda otra opción que la de irse a casa y esperar allí la muerte; o comer, beber y follar como locos, y luego esperar la muerte. Participar en la misión espacial al menos les garantiza una oportunidad de vivir si lo hacen bien. No es heroísmo, es pragmatismo.

No contentos con hacerse de rogar, encima tienen la desfachatez de pasar factura. Cuando uno de los integrantes del grupo afirma que irá porque “esta es una auténtica misión de héroes,” otro de ellos replica “no quiero ser el cerdo materialista del grupo, pero ¿nos pagarán peligrosidad?” Aunque podemos considerarlo como parte del alivio cómico, vuelve a mostrarnos la verdadera cara del grupo de héroes: sí, salvaremos el mundo, pero que nos lo reconozcan. Acto seguido, nos muestran otra escena que incide en más de lo mismo, cuando Stamper le dice al tipo de la NASA que su grupo ha decidido apuntase, pero con condiciones. Uno de ellos quiere que vuelvan las cintas de ocho pistas, otro quiere una estancia en un hotel, un tercero quiere conocer la Casa Blanca. Otro dos quieren que le quiten las multas de tráfico, y a otro que le den la nacionalidad americana a dos chicas que conoce. Incluso hay quien quiere saber la verdad sobre quién mató a Kennedy.

Por mucho que quieran disfrazarlo de “alivio cómico,” la verdad es que me deja un mal sabor de boca. Es como esos dibujos animados donde los buenos tienen que “salvar la Navidad,” lo que invariablemente termina significando “salvar los regalos de Navidad.” Incluso en los momentos más críticos del mundo, los “héroes” no tienen en mente más que su propio beneficio. Me encantaría que el general les espetase algo así como “pues no, no vamos a decirle quién mató a Kennedy ni le amos a quitar las multas. ¿Qué van a hacer al respecto, hatajo de chiflados?” A ver qué cara ponen.

Y llega el momento cumbre para mí en todo este despropósito, cuando Stamper mira al general y al tipo de la NASA muy seriamente, y dice solemne: “ah, y otra cosa, ninguno quiere volver a pagar impuestos; jamás.” ¡Tócate los pirindolos! Nos hacen creer que les están haciendo un favor a la Humanidad, cuando se lo están haciendo a sí mismos, y no piden una medalla, no, ¡lo que quieren es no pagar impuestos! Nada de volver a contribuir al bienestar común ni cumplir con nuestra obligación, como todos los demás pringaos. Nosotros vamos allí arriba, cumplimos el trabajo que sabemos hacer mejor que nadie, bajamos, y a vivir la gran vida después.

No consigo imaginarme situación alguna en ninguna película de ficción similar, sea ciencia-ficción, superhéroes, o similar, donde el bueno saque la lista de exigencias antes de actuar. Incluso el mercenario de Han Solo se arrepintió de haber tomado el dinero y correr, y en el último momento cambió de idea y se unió a la causa de los buenos. “Sí, detendré al Duende Verde, pero quiero empleo fijo en el Daily Bugle y que le quiten la hipoteca a mi tía May.” Evidentemente, la cantinela de que una gran poder conlleva una gran responsabilidad se queda para Spiderman. Los Aynrandianos del grupo de Stamper opinan que un gran poder lo que conlleva es un montón de pasta, que para eso se la han ganado.

No sólo es un proceder muy poco heroico, es que ni siquiera resulta coherente. Justo antes de despegar, alguien del grupo describe la situación de una forma que encuentro encantadora: “Eh, Harry, estamos sobre dos mil toneladas de combustible, una bomba nuclear y una cosa que tiene 270.000 piezas móviles construida por la empresa más barata, eso te da seguridad ¿eh?” Si quisieron dar a entender con ello que la industria privada, eficiente y competitiva, ha sido la que ha hecho todo el trabajo duro y se merece el mérito de “salvar la Navidad,” la verdad es que no les ha salido muy bien. Porque el transbordador fue el elemento final de un esfuerzo espacial pagado durante décadas por el gobierno norteamericano con dinero del contribuyente, es decir, de los impuestos. El ejército y la NASA detectaron el meteoro, prepararon el plan de acción y entrenaron a los astronautas con dinero de impuestos. La Oficina de Patentes, a quien Stamper acusa de no haber protegido bien su patente, funciona con dinero de impuestos. Todo ese gigantesco esfuerzo para detener el meteoro, la bomba nuclear que destruirá la amenaza, las instalaciones de la NASA donde Stamper jura a su hija que todo saldrá bien, la misma oportunidad de vida que Stamper y su grupo tienen se paga con dinero de los impuestos.

La idea de “individualistas buenos, gobierno malo” se agudiza durante la película. Cuando las cosas se ponen mal, el Ejército y el Presidente pierden la calma y deciden detonar el arma nuclear a distancia, a pesar de que ésta no se encuentra en el lugar adecuado y la detonación prematura sería inútil. El personal de la Fuerza Aérea invade las instalaciones de la NASA, toman el control y el coronel al mando del transbordador saca una pistola y amenaza con ella a Stamper. ¿A ver si adivinan quién resuelve la situación? Por supuesto, los perforadores; eso sí, con la ayuda de la NASA, esa agencia pagada con dinero de impuestos que sabe mejor que nadie lo que hay que hacer.

A la vista de todo lo anterior, el eslógan del cartel de la película (por amor, por honor, por la Humanidad) parece una broma. Deep Impact, que tiene una temática parecida, es mucho mejor no sólo desde el punto de vista técnico y de credibilidad, sino que los personajes son menos estúpidos. Pero claro, no tenían a Bruce Willis, y eso les quita puntos a la vista del público. Pues para mí tan sólo la interpretación de Morgan Freeman como presidente es mucho mejor que todo Armageddon. Vale, díganlo, seguro que hay quien lo piense: es envidia porque Stamper ya no tiene que pagar impuestos y yo sí. Seguro que es eso. Sí, eso va a ser.



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Por Arturo Quirantes, publicado el 23 marzo, 2013
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