Después de la Estrella de la Muerte, es posible que el dispositivo más letal del cine sea la nave de Sunshine (Alerta Solar), una película que combina dos méritos: es más aburrida que chupar un candado, y su física es aún peor que la de Armageddon.
La idea conductora es esta: el Sol se muere. También se mueren los astrofísicos, imagino, de indignación por ver apagarse una estrella estable, pero eso queda para Sunshine 2. A partir de ahí, es la historia de siempre: construimos una nave, reclutamos una tripulación y la lanzamos con el arma nuclear reglamentaria. El problema es que esta vez no se tratan de ñoñerías como desviar un asteroide o darle marcha al núcleo de la Tierra. Ahora nos enfrentamos a toda una estrella, así que debemos montar el “big bang” más gordo que podamos. Vamos a ver cómo lo intentan, y qué física hay detrás. Lo único que sabemos es que, según el narrador, la Tierra ha echado el resto, construyendo una bomba del tamaño de la isla de Manhattan basada en material fisionable. A partir de ahí, comenzamos.
La fisión nuclear es un proceso fácil de entender. Un neutrón choca con un núcleo atómico. Como resultado, obtenemos dos núcleos menores (los famosos residuos radiactivos), energía, y dos neutrones. Esos dos neutrones chocan con dos núcleos más, que producen cuatro neutrones, que chocan contra cuatro núcleos, que producen ocho neutrones, y así sucesivamente. La mayor parte de la energía se emite en las últimas desintegraciones, lo que nos da una reacción explosiva, es decir, una bomba atómica. En nuestras centrales nucleares hacemos lo mismo, pero controlando el flujo de neutrones mediante materiales moderadores, porque queremos energía a lo largo de tiempo, no una gran explosión.
Hay pocos átomos capaces de desencadenar esta reacción. El más usado es el llamado Uranio 235. (U-235 para los amigos). El problema es que el más del 99% del uranio natural es un isótopo distinto (U-238), que no es fisionable. Por eso hay que “enriquecer” el uranio, es decir, someterlo a procesos que aumenten la cantidad de U-235. En los reactores nucleares, el porcentaje de U-235 no llega al 10%, frente al más de 99% de las bombas. Por supuesto, esa es una medida deliberada para evitar que una central nuclear salte por los aires (lo de Chernobil lo hablaremos otro día).
¿Será suficiente el U-235 que hay en la Tierra para darle marcha al sol? Resolvámoslo a estilo Fermi (es decir, a ojo de buen cubero). No tengo ni idea de cuánto uranio hay en el mundo, pero admitamos las cifras de la Wikipedia, que proceden de la OCDE: unos 35 millones de toneladas. De ellos, el 0.7% es U-235. Eso nos da un total de apenas 250.000 toneladas. Y eso después de destrozar la economía (y la ecología) buscando, extrayendo y procesando hasta el último gramo de uranio sobre la faz de la Tierra. Pero claro, se trata de la supervivencia global, así que Greenpeace tendrá que sufrirlo en silencio.
Bueno, ¿y cuánta energía supone eso? La bomba atómica de Hiroshima, en 1945, liberó una energía de 15 kilotones (equivalente a 15.000 toneladas de TNT). La mayor bomba nuclear jamás detonada (50 megatones, o 50.000 kilotones), hubiera convertido a cenizas toda la provincia (repito, provincia) de Madrid. Nuestra hiperbomba de uranio tendría una potencia de casi cinco millones de megatones. O, usando la ecuación E=mc2 de Einstein, sería equivalente a la conversión total de unas 214 toneladas de materia en energía.
Impresionante, pero ¿qué supone eso a escala solar? Prácticamente nada. El sol convierte en energía cuatro millones de toneladas de materia por segundo. Es decir, la hiperbomba Sunshine equivale a la energía generad por el sol en un veinteavo de milisegundo. No sé a ustedes, pero a mí me parece insuficiente. Necesitamos más potencia, señor Scott.
¿Cómo lo hacemos? Podríamos echar mano de otros elementos fisionables, pero no hay tanto a mano. El torio podría servirnos: aunque no se utiliza apenas, sus reservas pueden superar en varias veces a las de uranio. También podríamos rebañar el plutonio que hay en las centrales nucleares y las armas nucleares actuales. O reprocesar el combustible nuclear. O explorar los planetas, satélites y asteroides de nuestro sistema solar.
Aun así, nos seguiríamos moviendo en cantidades insignificantes de energía, si las comparamos con las que emite nuestro amigo el gigante gaseoso. Y no hay cristales de dilitio a la vista. Pero tenemos otras opciones. Las examinaremos en el próximo post.