Cuestión de tiempo

Por Arturo Quirantes, el 1 abril, 2011. Categoría(s): Divulgación • Física de Película ✎ 13

DeLorean no necesitamos carreteras

Si hay un tema recurrente, y también apetitoso, en el cine de ciencia-ficción, es el de los viajes en el tiempo.  A todos nos encantaría darnos un viajecito en la máquina del tiempo de H.G. Wells, bien hacia el pasado para ver acontecimientos históricos, o hacia el ignoto futuro.

Siempre ha sido raro el manejo de la variable tiempo.  En los tiempos de la mecánica clásica, estábamos acostumbrados a recorrer cualquiera de las tres dimensiones del espacio en ambos sentidos: arriba o abajo, izquierda o derecha, adelante o atrás.  Pero solamente podíamos viajar en el tiempo en un sentido: hacia el futuro.  El tiempo transcurre siempre a un segundo por segundo, y nunca podemos volver atrás.  Eso no le impidió a Wells inventarse una máquina que permitiese cambiar el paso del tiempo.  En El Tiempo en sus Manos (1960), el tiempo se trataba como una variable más.  Eso le permitía pasar de una época a otra, de forma similar a como una mosca vuela de un punto a otro de un plano bidimensional. El pobre inventor se las veía y se las deseaba para explicar el concepto del viaje en el tiempo a sus compañeros, quienes lo dejan poco menos que por loco.

En la actualidad, la teoría de la Relatividad consagra el tiempo como una dimensión adicional, a añadir a las tres dimensiones del espacio, e inseparable a éstas.  Ya no tiene sentido pensar en el tiempo como algo separado del espacio.  Sin embargo, seguimos sin poder viajar en el tiempo como viajamos en el espacio, y las posibilidades de convertirnos en viajeros temporales son muy limitadas.  En cierto modo, podemos alterar el transcurso del tiempo.  Cuando viajo en un avión, mi reloj avanza un poco más despacio que el de un observador en tierra.  La diferencia es muy pequeña, pero somos unos hachas en medir cantidades de tiempo minúsculas.  De hecho, las señales de los satélites GPS han de ser corregidas por efectos relativistas.  Pero de volver al pasado … de momento nada. Curiosamente, resulta que sí podemos, al menos en teoría.  Sin embargo, las ecuaciones relativistas son tan complejas que incluso los científicos dudan sobre en qué condiciones es posible un viaje en el tiempo.

En cualquier caso, supongamos que por algún motivo sean posibles los viajes en el tiempo.  La pregunta inmediata es ¿resulta posible cambiar el pasado, o el futuro?  Alterar el futuro es fácil, ya que lo estamos haciendo en el presente.  Si yo escribo este artículo, puede que influya a algunas personas; si no, puede que el rumbo de mis lectores cambie de forma desconocida. El genial Frank Capra ya nos mostraba las posibilidades del futuro alternativo en Qué Bello es Vivir (1946).  El protagonista, acorralado en una situación límite, acaba lamentándose «!ojalá no hubiera nacido nunca!», y un ángel atiende su petición.  Al instante, su mundo cambia.  Su hermano, al que salvó de pequeño, es ahora un nombre en una lápida; los centenares de hombres a los que éste salvó durante la guerra están también muertos.  El cacique local se ha apoderado del pueblo, convirtiéndolo en una gigantesca sala de juego, y el amor de su vida vegeta como una triste bibliotecaria.

Así pues, es posible cambiar el futuro desde el presente, al menos si tenemos un ángel a mano. Pero viajar al pasado para cambiarlo … ah, amigo, esa es otra historia.  Podríamos cambiar el curso de la Historia.   Podría irme diez años atrás e invertir en Apple, o ponerme corto en acciones de Tepco justo antes de Fukushima. Podría matar a Hitler y evitar el Holocausto. Podría matar a mi abuelo (la clásica paradoja), en cuyo caso  ¿cómo he podido nacer?, y si no he podido nacer, ¿cómo pude viajar al pasado para matar al abuelo?

Existen diversas soluciones a esta «paradoja del abuelo,» es decir, al hecho de que podamos -o no- cambiar el curso de los acontecimientos.  Pero, puesto que hablamos de películas, veamos las dos ideas más habituales al respecto:

1) El pasado inmutable.

En este esquema, las cosas no pueden cambiarse, y las que se cambian, es porque tenían que cambiarse.  Todo lo que haga un viajero del tiempo en el pasado ya está escrito en la historia. El ejemplo típico es la película El Final de la Cuenta Atrás (1980).  Un portaaviones nuclear norteamericano entra en una tormenta desconocida.  Cuando sale, se encuentran frente a Hawai … en la antesala del ataque japonés contra Pearl Harbor.  Durante su estancia en el pasado, los viajeros del tiempo alteran el curso de las cosas, pero dejando la Historia inalterable.  Por ejemplo, salvan a un senador de ser acribillado por los japoneses.  Podría haber sido presidente en 1945, y con ello la historia moderna quedaría alterada; pero al final muere sin dejar rastro, justo lo que el libro de historia decía que había pasado.  El propio capitán del portaaviones, al decidirse por defender a Estados Unidos de cualquier tipo de enemigo, habría evitado que su país entrase en guerra; pero al final fracasó.  !Ah!, y uno de los pilotos del portaaviones acaba abandonado en una isla.  Cuando el barco vuelve al presente, vemos de nuevo a dicho piloto, convertido ahora … en el armador que construyó el portaaviones.

Este tipo de películas son de tipo fatalista.  Sabemos lo que pasará, y también sabemos que los esfuerzos de los viajeros temporales por cambiar el destino serán infructuosos.  Eso es algo que da pie a algunas películas interesantes, pero en general es algo que no suele gustar a Hollywood, ya que los usamericanos son amantes del libre albedrío.  Por eso, suelen preferir la segunda interpretación de los viajes en el tiempo.

2) El futuro no existe.

Ahora, sí que podemos cambiar el futuro o el pasado, a nuestro antojo.  Lo que sucede es que, de algún modo, creamos una especie de «universo paralelo» donde los cambios efectuados permanecen.  Hay películas de este tipo para parar un tren, así que perdónenme si me dejo alguna en el tintero.

El ejemplo más característico es la trilogía de Regreso al Futuro. Un profesor chiflado roba plutonio a los libios para montar una máquina del tiempo en un DeLorean.  Por error, su amigo Marty se monta en el vehículo, y acaba en 1955, donde su madre acaba enamorándose de él.  Esto hace peligrar su propia existencia, así que se sucede una situación disparatada tras otra para restaurar el equilibrio.  Al final, Marty consigue arreglar el desaguisado, y se las apaña incluso para crear un universo paralelo más benigno: al volver a su época, su familia de perdedores se convierte en un modelo de triunfadores, y Biff, el matón del barrio acaba encerando el coche de Marty.

Las cosas se complican algo más con la segunda película, en la que el propio profesor chiflado se conoce a sí mismo en el pasado.  Resulta que ahora Marty viaja al futuro y se compra un anuario deportivo.  El ya viejo Biff, roba el anuario y el coche, viaja a su pasado (es decir, el presente) y luego vuelve.  Cuando Marty y el profe regresan a su época, el matón se convierte en el amo de una ciudad consumida por la corrupción y el juego (¿reminiscencias de Qué Bello es Vivir?), todo gracias al famoso anuario.  La única forma de arreglar el estropicio consiste en volver al pasado de nuevo.

Si ven la película y piensan que hay cabos sueltos, en efecto, haylos.  Sólo por poner un ejemplo, si Biff va al pasado para entregarse el anuario, ya ha cambiado el futuro.  Sin embargo, ¿cómo puede volver al futuro original y devolverle el DeLorean a los protagonistas?  Sospecho que aquí entra más las ganas de hacer películas taquilleras que el rigor científico.  Menos mal que Regreso al Futuro III es algo menos paradójica, y los personajes se limitan a poco más que gamberrerar en el salvaje Oeste.  Al final, el profe chiflado pontifica sobre el albedrío: «vuestro futuro no está escrito, como no lo está el de nadie.  Vuestro porvenir sólo depende de vosotros.  ¡Labraos uno que sea bueno!»

De forma similar transcurre la saga Terminator.  En un futuro post-nuclear, las máquinas libran una guerra a muerte contra los humanos supervivientes.  El líder es un tal John Connor.  Skynet, la jefa de las máquinas, decide enviar un robot para matar a la madre, Sarah Connor, antes de que dé a luz al futuro líder de la rebelión.  A su vez, los humanos envían un soldado, un defensor que al final se convertirá en el padre de John.

Con Terminator 2, la amenaza continúa.  Ahora, Schwarzenegger interpreta a un robot bueno, enviado para proteger al joven John Connor de un cyborg de polialeación mimética, más malo que un dolor de muelas.  En esta ocasión, Sarah Connor recuerda una frase que le dijo el padre de John: «el futuro no está establecido, no hay destino, sólo existe el que nosotros hacemos.»  Decide que la mejor forma de evitar la futura guerra nuclear consiste en eliminar a Miles Dyson, el hombre que diseñó Skynet, y de paso volar la empresa.  Consiguen ambas cosas, y con eso crean una paradoja, ya que si Skynet no va a existir, ¿de dónde salieron los cyborgs y el humano que viajaron desde el futuro?  La cosa tiene más miga, ya que Dyson estaba creando Skynet a partir de los restos del primer Terminator.  De esa forma, el primer Terminator debía viajar, no sólo para intentar matar a Sarah Connor, sino también para permitir la existencia de Skynet.  Al final, con el terminator malo destruido (y el malo, también), y con la amenaza de Skynet eliminada, Sarah Connor respira tranquila: «el futuro desconocido rueda hacia nosotros.  Por primera vez lo afronto con un sentimiento de esperanza»

Por supuesto, eso eliminaría la posibilidad de hacer Terminator 3.  La solución es vendernos la moto de que el acto de Sarah Connor y todos los demás solamente consiguió retrasar la guerra unos años.  No voy a criticar aquí esta película (aunque tan sólo por ponerle al Terminator gafas de Elton John, sus creadores merecen arder en el infierno), pero se nota un distanciamiento respecto al argumento general de las dos primeras películas de la saga.  De hecho, la siguiente del ciclo, Terminator Salvation, tiene toda la acción en el mundo post-nuclear, olvidando cualquier referencia a máquinas del tiempo.

Ningún artículo sobre los viajes temporales en el cine estaría completo sin una referencia a la pentalogía de El Planeta de los Simios.  En la primera película, del mismo nombre y del año 1968, una expedición astronáutica americana aterriza en un planeta desconocido, donde el hombre es esclavo de los simios.  Solamente al final, el protagonista se da cuenta de que, en realidad, el planeta donde se halla es la Tierra del año 3978, en la que los hombres se han autodestruido y cedido a los simios el dominio del mundo.  Los astronautas llegaron a tan lejano futuro por la dilatación relativista del tiempo (viajar a velocidades próximas a la de la luz ralentiza el propio reloj), con lo que se supone que no hay vuelta atrás.

En Regreso al Planeta de los Simios (1970), una segunda expedición llega al mismo tiempo y lugar, con la misión de encontrar supervivientes de la primera.  De nuevo, se supone que han llegado por dilatación relativista del tiempo, y poco más.  Pero en la tercera, Huída del Planeta de los Simios (1971), la cosa se pone interesante.  Tres simios toman la nave de la primera película, se montan en ella y vuelven al presente, a los años setenta.  Esto ya se sale de la raya, ya que la dilatación temporal es hacia el futuro, no hacia el pasado.  Sin embargo, la película pasa de puntillas por este hecho, y presuponen que si el espectador se cree que hay monos parlantes superinteligentes (el sueño de Homer Simpson, por cierto), también se tragarán que un cohete que viaje hacia el futuro también puede dar marcha atrás. También fallan al plantear la preocupación de los humanos por el bienestar del coronel Taylor, el líder de la primera expedición humana al futuro.  Los simios no hacen más que dar largas a la pregunta de si el coronel Taylor está vivo.  No quieren contestar porque ellos mismos vieron explotar la Tierra, pero no tiene sentido preocuparse, ya que Taylor no estará muerto hasta dentro de dos mil años.

A pesar de ello, esta película es interesante por sus paradojas que presenta, y por las que promete. En efecto, los simios son finalmente asesinados por los humanos.  Pero antes de ello tuvieron un hijo, que fue ocultado por un humano bueno (no todos van a ser malos).  Ese simio, César, crece y en la cuarta entrega (Conquista del Planeta de los Simios, 1972) se convierte en el Espartaco de su raza.  Los humanos, avisados por grabaciones en la que los simios de la segunda película avisan de lo que va a pasar, intentan inútilmente detenerlo. César conduce a la rebelión a los simios (convertidos en sirvientes) y acaban tomando el mando de la ciudad; pero en lugar de contentarse con ello, se limita a esperar que los humanos se aniquilen entre ellos.  Finalmente, en la quinta película (Batalla por el Planeta de los Simios, 1973) simios y humanos intentan construir una sociedad igualitaria, pero la presencia de «halcones» en uno y otro bando amenaza con dar traste al proyecto.  Finalmente, parece que ambas razan alcanzan una coexistencia pacífica, pero el final nos sugiere que, en el futuro, acabará convirtiéndose en la sociedad de simios esclavistas que vimos en la primera película.  En general, una saga excelente, que recomiendo a vuestra atención.

Hay más películas que tratan los viajes en el tiempo, desde puntos de vistas muy originales en ocasiones. Por desgracia, tendremos que dejarlo para otro artículo.  Se nos acaba el tiempo.



13 Comentarios

  1. Curioso artículo. Saliéndose del ámbito de las películas existen otros usuarios de la máquina del tiempo, yo soy uno de ellos.

    En mi trabajo como consultor y cuando tengo que explicar como establecer políticas de precio necesito un ejemplo teórico de producto que todo el mundo querría comprar, adivináis cual uso, LA MAQUINA DEL TIEMPO.

    Por supuesto los foros en los que me muevo no son distintos de cualquier otro por mucho texto que tengan las tarjetas de visita, siempre hay algún irreductible que afirma no tener interés en comprar tan endiablado producto.

  2. Soy un apasionado de este tipo de películas. Recomiendo «Millenium» de 1989 (nada que ver con la saga de Lisbeth Salander). En esta los humanos del futuro viajan a nuestro presente para rescatar a las víctimas de accidentes aéreos y sustituirlas por cadáveres, para llevarlas al futuro donde la mayor parte de los humanos son estériles. En esta película aparece un concepto bastante interesante: los cronoseismos. Cuando algo se cambia en el pasado esto afecta al furuto en forma de perturbaciones, que si son lo suficientemente grandes aparecen como terremotos. Muy recomendable.

  3. Hay un capítulo de Futurama, en el que el profesor Fansworth inventa una máquina del tiempo, pero solo puede ir hacia el futuro. Cuando quieren ir hacia el pasado, deben avanzar tanto en el futuro hasta que el universo se vuelva a contraer y se repita el big bang; con la correspondiente creación de galaxias, creación de la tierra nuevamente, …..

  4. yo creo en el destino la vida me lo demuestra todos los dias a la que te descuidas bofetada¡¡ 🙂 acordaos de las palabras de cristo «todo esta consumado»

  5. Siempre pensé que Terminator era más una saga de «futuro inmutable» porque en caso de que Connor no existiera en el futuro no habría enviado al pasado a Kyle Reese, a la postre su padre desconocido, y si no hubiera enviado a su padre desconocido al pasado no habrían tenido las máquinas que enviar a Termi-nagger al pasado para matar a su madre por lo que Dyson no hubiera encontrado los restos de Termi-nagger y no hubiera empezado a construir Skynet…

    A lo mejor es mi cabeza, que le gusta meterse en jardines paradójicos de éste tipo ^^

  6. Antes de nada es un artículo muy bueno, pero le falta un detalle, poner en el título un SPOILER en el tamaño de letra más grande. Yo he visto todas las pelis que citas, con lo cual no me chafas nada, pero a un posible incauto…

      1. No es que se te haya olvidado. Es que hay tantas películas (y también series de televisión) sobre viajes en el tiempo que no puedes mencionarlas todas.

        Por cierto, te recomiento el episodio «Una puntada en el tiempo» (episodio 1 de la segunda temporada) de la serie de televisión «Más allá del límite».

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Por Arturo Quirantes, publicado el 1 abril, 2011
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