[Serie Decálogo de Pamies]
Josep Pamies afirma que los pastores, que vivían todo el día en el campo y no tenían una farmacia a la vuelta de la esquina, fueron encontrando remedios contra todo tipo de enfermedades. Lo cierto es que, diga él lo que diga, la esperanza de vida no se incrementó hasta que esa búsqueda de remedios se hizo con procedimientos científicos. Quizá las técnicas del pastor sirvan para algunos casos, pero en la actualidad las enfermedades que no pueden curarse ni tratarse con esos remedios son muchas, y no resulta probable que un pastor lo encuentre por casualidad. Si algún remedio se encuentra en los montes, esperando a que se fijen en él, no lo descubriremos más que con búsquedas sistemáticas y pruebas, pruebas, pruebas.
Cuando la premio Nobel Tu Youyou (a quien Pamies gusta citar) buscó un remedio contra la malaria, lo hizo a la vieja usanza científica: analizó centenares de remedios, probó sus efectos en ratones, hizo comprobación tras comprobación y finalmente sacó sus conclusiones. El hecho de que se ayudase en su búsqueda a partir de textos antiguos ha sido interpretado por muchos como una «prueba» de que la curación basada en evidencias encontradas en viejos tratados de medicina milenaria funcionan, y fomenta la idea de que los agricultores que viven en comunión con la tierra saben más que las personas de bata blanca que prueban un remedio tras otro en su laboratorio estéril.
Que algo funcione en un solo caso no nos dice nada. No sabemos realmente cuáles son los factores implicados. ¿Se curó el paciente por el remedio que le hemos dado o por un caso de remisión espontánea? ¿Acaso se cometió un error y se le diagnosticó erróneamente una dolencia? ¿Influyó su constitución genética, sus factores ambientales, su historial pasado? ¿Habrá efectos secundarios perjudiciales? Si le damos el mismo producto a otras mil personas ¿se curarán también?
Por esos motivos uno de los elementos clave de un estudio médico, por ejemplo para evaluar la efectividad de un remedio, es su comprobación experimental. Se da a un grupo el remedio a evaluar, a un segundo grupo un placebo, y ninguno de los participantes (ni los de los grupos ni los propios experimentadores) saben quién recibe qué producto. De ese modo pueden filtrarse efectos como los debidos al placebo y averiguar cómo funciona.
Si, en lugar de todo eso, nos limitamos a darle el remedio a alguna que otra persona y resulta que le va bien, los resultados no son fiables. De ahí a la superstición y la pseudociencia no hay más que un paso. Todos hemos oído ejemplos del deportista que lleva siempre la misma prenda interior o salta al terreno de juego con el mismo pie porque «le da suerte.» No llegó a la conclusión de que sus gayumbos le dan suerte porque hizo una serie de experimentos; lo hizo porque un día se los puso y el partido le fue de fábula. Me funcionó, así que funcionan y a callar todo el mundo.
Eso es lo que hacen personas como Pamies. Cuando habla de sus remedios, casi siempre cuenta algún caso personal que «demuestra» de modo incontrovertible su eficacia. Tal pareja vino porque su hijo estaba enfermo y no se curaba, le dio unas hierbas y se curó. Los padres le escribieron para contárselo, y él lo considera prueba del éxito. Incluso tiene una página con testimonios, que incluye direcciones de contacto para que podamos comprobarlo.
El problema, por supuesto, es que esto introduce un fuerte sesgo de confirmación. Puedo creerme que las personas que se han molestado en escribir a Pamies hayan sanado de sus dolencias, y que le consideren a él artífice del éxito. No me imagino a un padre que haya perdido a un hijo por el cáncer escribiendo a Pamies y diciéndole «su remedio no funciona, sólo quería que lo supiese.» Éste, por su parte, reconoce que no lleva un registro de casos, y que no sabe cuáles de sus pacientes se curan o cuáles no. Se llevaría una sorpresa si supiese la verdad completa.
Además de ello, no parece que se tenga nunca en consideración el hecho de que la sanación se pueda deber a otras causas. Los cánceres, la diabetes, el ébola, cualquier enfermedad que usted pueda imaginar, por terrible que sea, no tiene una tasa de mortalidad del cien por ciento; lo que significa que hay curaciones. En algunos casos se debe a los avances médicos, en otros se trata de remisiones espontáneas o de otras causas que aún no se han establecido. Es por eso, y no por otra cosa, por lo que algunos remedios «alternativos» parece funcionar.
Es como ver pasar un gato negro frente a usted. Consciente del saber popular, cree que eso le traerá mala suerte, y cualquier cosa mala que le ocurra a lo largo del día la achacará al gato, a pesar de que puede pasarle cualquier día con gato o sin el. Si, por el contrario, resulta que ese día no le pasa nada, usted olvidará al gato y no volverá a acordarse de él, y si otro día vuelve a toparse con él no pensará algo como «los gatos negros traen mala suer… ah, no, que el otro día se me cruzó uno y no me pasó nada.» Es lo que tiene el sesgo de confirmación.
Usar casos individuales y anécdotas personales, además de cubrir la falta de rigor científico y la ausencia de pruebas fiables, permite apelar a la empatía del público y conectar con ellos de una manera más íntima. Reconozcámoslo, las mates son un rollo. Un fabricante de medicamentos que nos informe de una reducción del 12% en la incidencia del sarcoma de Kaposi gracias a su nuevo producto nos hace bostezar; pero si nos muestran un caso individual, una niña enferma de esa dolencia, una familia destrozada por el dolor buscando remedio para su desgracia, nos levantaremos y una oleada de solidaridad invadirá nuestro ser.
Así somos, y eso no es malo. La táctica de los casos personales cala fuerte y es un arma muy poderosa que puede ser usada, y debe ser usada. Las campañas de concienciación usan personas con rostro y nombre para apelar a nuestro sentido del civismo. Lo hacen las asociaciones que apoyan a los enfermos y a sus familias, lo hace ACNUR, la DGT, la Cruz Roja. ¿No han visto las campañas para recaudar fondos con destino a países en peligro? No nos dan estadísticas. No nos demuestran matemáticamente que hay necesidades en el mundo. Nos muestran a un niño escuálido, enfermo, mirándonos fijamente. Eso es lo que nos mueve. Es lo que nos conmueve. Es el factor humano.
Por supuesto, todo gran poder conlleva una gran responsabilidad. Si Cruz Roja o Intermón Oxfam me piden dinero usando niños hambrientos, doy por sentado que lo usarán de forma responsable para ayudar a otros, no a sí mismos. Si, por el contrario, alguien me viene con casos particulares de todo tipo con el fin de venderme sus productos a buen precio, exijo pruebas. Y esas pruebas no existen. Hay testimonios personales, hay anécdotas, hay historias bonitas; pero nada más.
Para ilustrarles el poder de las historias personales, voy a compartir una con ustedes. Juro que lo que voy a contarles a continuación es verdad. Hace unos años, mi amigo Lucas contrajo un cáncer. Más que contraerlo, le cayó encima como una tonelada de ladrillos. Una persona sana, no fumadora, en buena forma física, sin factores de riesgo pasó a estado moribundo en cuestión de días. Nadie se lo esperaba. Nadie sabía qué hacer.
Los médicos llegaron a decirle a la esposa algo del tipo «podemos operarle e intentarlo, pero como está la cosa, casi que ni vale la pena.» Lucas nos contó (o nos lo refirió un amigo, no recuerdo bien) que había un remedio novedoso descubierto por un físico, y que pretendía una eficacia extraordinaria contra el cáncer. Lucas sabía que el remedio era altamente especulativo, pero a las puertas de la muerte ¿qué tenía que perder?
Muchas personas se han encontrado en esa tesitura: cuando la ciencia probada no funciona, ¿qué perdemos intentando un remedio alternativo? ¿No es mejor quemarse aferrando un clavo ardiendo que caer al vacío? Pero como buen físico que era, Lucas quiso más información antes de decidir. Sus amigos asaltamos las bases de datos de publicaciones científicas para saber más del asunto. Dio la casualidad de que en mi facultad hubo una conferencia sobre ese mismo tema. Estuve escuchando todo tipo de opiniones, y la mayoritaria fue que, aunque parecía funcionar, aquello no tenía ni pies ni cabeza desde el punto de vista médico o biológico.
Le dimos toda la información a Lucas y su familia, y poco después conocimos su decisión: apostaría por el tratamiento médico convencional. Sus amigos estábamos al tanto de las escasas posibilidades de éxito así que nos resignamos y nos preparamos para lo peor. Finalmente nos llegó la noticia: ¡la operación había sido un éxito completo! Contra todo pronóstico, nuestro amigo salía de la pesadilla. Todo rastro de cáncer acabó desapareciendo; se quedó calvo por el tratamiento pero ¡bendito problema! Para él y para su familia se abrió una segunda oportunidad.
Ahora imagine qué habría pasado si usted, en la misma situación, hubiese optado por el remedio alternativo (llámese X) junto con el tratamiento convencional; o en sustitución del tratamiento convencional. Suponga que sigue vivo. ¿No pensará usted que X fue responsable, siquiera parcialmente, de su curación? Lucas no lo creía así, porque era científico y además muy listo (compartimos años de facultad y créanme, sé de lo que hablo), pero una persona sin formación científica o médica hubiera tenido la tentación de correlacionar remedio y curación. No importa que en otros casos el remedio no sirva para nada, a usted le funcionó. Ha caído usted víctima del amimefuncionismo.
Pamies presume de ser un superviviente (salió airoso de una angina de pecho) y afirma que los años que le quedan por delante son un regalo de sus remedios naturales. Cuando plantea a sus espectadores la posibilidad de usar sus plantas curativas, dice que si eso le sirve para alargar la vida más allá de lo que marcan los médicos, tanto mejor para el enfermo. «Que me quiten lo bailado,» dice en referencia a sí mismo. Es incapaz de admitir que los casos personales que le cuentan, del tipo «los médicos le dieron dos meses, y fíjense, sigue vivo tras cinco años» no son más que anécdotas sin base alguna basadas en la falibilidad de los médicos.
Porque los médicos se equivocan. También se equivocaron con mi amigo Lucas. Dos veces. La primera, cuando creíamos que se nos iba irremediablemente. Sí, los médicos se equivocaron, y bendita sea su equivocación porque no se dejaron llevar por ella, hicieron todo lo posible por Lucas y triunfaron aquel día. La segunda vez en que se equivocaron fue cuando creyeron que la curación era definitiva. Todos lo creíamos, Lucas el primero. Por desgracia, cuando había pasado más de un año y el cáncer era un lejano recuerdo, la bestia volvió con furia y sin avisar, y esa vez no soltó su presa. Lucas murió en cuestión de días. Era una buena persona, y me alegra ver que una década después de su muerte el Instituto de Astrofísica de Andalucía, donde trabajaba, sigue manteniendo viva su memoria con el ciclo Lucas Lara de conferencias.
Esa es mi historia personal. No la he contado nunca, y esta es la primera vez que la hago pública. No gano nada ni vendo nada con ella. Tengo más, y seguro que usted también, así que no le cansaré con ellas. Pamies, por el contrario, tiene de sobra. Y les saca un magnífico rendimiento.
Preciosa entrada; has explicado en pocos parrafos el método científico en la medicina. Creo que muy asequible.
Todas las areas de conocimiento humano tienen lagunas, la decisión de cada individuo es asumir o que no se sabe todo y hay que esperar a llenarla con ciencia o llenarla con cualquier idea mistica, fabulosa, dogmática o incluso racional pero sin contrastar.
Sobre tu aportación personal darte las gracias.
Hay sin duda dos cuestiones planteadas en mi opinion.
Una es que en gran medida, la capacidad de hacer relaciones causa y efecto indirectas son una de las ventajas evolutivas de ser humano. El ser capaz de decir; «¡Me ha debido sentar mal algo que comi hace unos dias!», por ejemplo, es algo que la gran mayoria de los animales, no me atrevo a decir que todos, no son capaces de hacer.
De ahí que los venenos funcionen…, bueno, las ratas aprenden en grupo a evitarlos, puede ser una buena excepcion.
Esta capacidad esta en el origen del metodo cientifico: ¿Cual es la causa? ¡Busquemosla!
Pero desgraciadamente, toda cualidad tiene un precio y en este caso es que si no somos disciplinados, racionales y somos algo vagos, es muy comodo caer en relaciones simplistas.
Resultado: El Amimefuncionalismo. (¡Ag! ¡Que neologismo mas horrisono!)
El otro factore es la Amigdala.
No, no estoy bromenando ni soy como el señor este.
Pero si es cientificamente cierto que consevamos un nucleo cerebral responsable de los instintos basicos de la supervivencia — aparte de las funciones autonomas —, pero tambien es responsable de ciertas caracteristica poco deseables para una especie pretendidamente inteligente; la agresividad, la competitividad, la depredación, el egoismo, la poscratinacion…
Son caracteristicas primitivas que a veces nos dominan. Demasiado a menudo.
Yo lo denomino mi bestia interior y soy consciente que es la responsable de mis contradicciones cuando pretendo ser racional.
Por ejemplo; nunca uso el numero doce mas uno si puedo evitarlo o me hace sentirme incomodo cruzarme con un coche funebre.
Son claramente supersiticones estupidas de las que me avergüenzo en publico, pero permitirmelas mantienen «tranquila» a mi bestia interior.
Todos tenemos esos impulsos atavicos.
La diferencia radica en si somos capaces de ser conscientes de ellos y si no dominarlos, al menos, mantenerlo a raya.
O si nos dejamos que nos dominen, alimentandolos y dejando que crezcan en forma y numero.
El publico objetivo de este señor se deja llevar por esos impulsos con o sin saberlo, bien por casos como el relatado por el profesor, por necesidad desesperada donde domina el instinto de superviviencia, por ejemplo. Bien porque ignoran sus propios demonios.
En todo caso es mas facil y comodo ceder a ellos y al Amimefuncionalismo.
Otros dos puntos.
Si, ya se, soy un pesado, perdonen que intente hacer alguna aportacion, si no valiosa, que al menos despierte interes en alguna neurona.
Una, es que evidentemente aunque la educacion, la formación y la divulgacion son buenas medicinas para «vacunar» a las personas. No bastan. Hay personas muy inteligente y de vastisima cultura que son autenticos ceporros. Hagas lo que hagas.
Y dos, me pregunto hace dias si estos articulos y estas discursiones nuestras llegan a algun posible publico objetivo de este señor.
¿Alguno de ellos lee esto?
Creo que en realidad, todos estamos aqui como su publico en sus conferencias, porque somos afines a los criterios del proferor Quirantes.
Pero ¿hay alguien que lea esto queno lo sea?
¿Lo leerian o simplemente dirian que no les interesa?
Concuerdo en que la denuncia y la concienciacion al divulgar es importante, pero si no se llega al publico que se quiere convencer, ¿no somos el equivalente de ellos, encerrados en nuestro mundilllo?
Ya se, se me volvera a acusar de rendirme y de inmovilismo, pero de verdad, hago la pregunta con toda sinceridad.
¿No sería mejor intentar ir a ellos de algun modo?
No digo coger las «atalayas» cientificas e ir a la puerta de sus conferencia…, o si, no lo se.
Pero me parece un tanto pirrico este esfuerzo.
Todos ya somos convencidos, ¿o acaso no?
Un saludo.
Yo entro aquí a sabiendas de lo que hay y tengo claro de qué lado estoy. Aún así, siempre aprendo algo más, o, como poco, recuerdo algo. En todo caso, los que no disponemos de facilidad de palabra encontramos aquí una referencia, una fuente de la que beber y «salpicar» a otros.
Un «testimonio personal»: Cuando oí hablar de la homeopatía no sabía lo que era. Cuando supe en qué consiste, mis limitadas formación de ciencias y capacidad de raciocinio bastaron para convencerme de su ineficacia. Pero gracias a la divulgación ahora dispongo de argumentos para poder convencer a otros, y de una lista de sitios donde mostrarles la información adecuada.
La divulgación científica es más que necesaria, es imprescindible, nunca está de más. Y si pensamos en la cantidad de amimefunciona que hay por ahí . . . ¡Cuánto daño hacen ciertos personajillos con gran tirón popular, atrevidos ignorantes metidos a sabelotodo, sentando cátedra sobre todo entre los mayores y los jóvenes!
Me da usted la razon, señor Miguel.
A lo que me refería en el ultimo parrafo es a que los que necesitarian ser «iluminados» no entran aqui salvo por accidente y si lo hacen, rechazan d eplano lo que se le cuenta aqui, asi dificilmente podemos «ayudarles» a evitar ese daño que usted menciona y es lo que a mi me preocupa y me desanima profundamente.
Ya he peleado molinos muchos años.
Los testimonios resultan muy utiles a la hora de divulgas, pero hay que emplearlos de manera rigurosa e integra.
Un ejemplo de como se pueden emplear correctamente los testimonio lo tenemos en los videos y presentaciones de Hans Rosling.
Hans Rosling lleva años intentando luchar contra los mitos sobre demografia. Busca nuevas formas de presentar los datos y las estadísticas… pero sabe que los datos no son suficientes por eso en sus vídeos ademas de dar datos, los personaliza en testimonios. No se si los testimonios son reales, o son interpretados por actores( lo mismo daria), lo importante es que estos testimonios son representativos de la realidad, que son coherentes con los datos objetivos.
Os recomiendo que no os perdáis vídeos como:
http://www.gapminder.org/videos/dont-panic-end-poverty/
Excelente de nuevo, Arturo. Sólo pasaba por aquí porque, a raíz de mis propias batallas con el tema de la bioneuroemoción (en la que Pàmies anda enredando de tarde en tarde, a juzgar por algunas de sus frases), tengo en mi «bibliografía» un artículo sobre la mala estimación en la prognosis en cerca del 80% de casos de pacientes terminales de cáncer: http://www.ncbi.nlm.nih.gov/pubmed/10678857
Es muy importante de cara a explicarle a los «milagrosamente salvados cuando los médicos no le daban ni dos meses y siguen vivos a los dos años» que no es que su método milagroso funcione; es que los médicos calculan muy mal a menudo. En este tipo de casos, en los que el paciente ha abandonado la terapia funcional y parecen curados, acaban muriendo dentro de los plazos estadísticos de supervivencia a ese tipo de cáncer, por cierto, como ocurrió recientemente con Maribel Candelas y la bioneuroemoción o ya en tiempos con Ana Penas y su precursora, la «nueva medicina germánica».
¿Pamies va de superviviente de una angina de pecho? ¡¡¡¡Pero si los hay por millones en España!!!
Mi padre.
Dos anginas y un infarto, tres desvios de arterias coronarias y vivio unos 30 años mas, aunque parece que murio por un desgarro de las mismas, pero en todo caso…