Radicales Libres: una crítica literaria

Por Arturo Quirantes, el 31 enero, 2012. Categoría(s): Divulgación ✎ 8

Radicales libres

– Explíqueme qué les ha hecho a esos tiburones

– Sus cerebros eran pequeños para crear las cantidades suficientes de complejo proteínico.  Así que decidimos violar el Pacto de Harvard … no quería que ocurriera esto, pero estábamos seguros de que así eliminaríamos las enfermedades cerebrales degenerativas. Pensad en las generaciones que podrán salvarse

–  Ya.  ¿Y cuántos cartuchos de dinamita tendrían que estallar en sus oídos para que oyeran las cosas claras?

(Deep Blue Sea, 1999)

Los científicos necesitan normas de comportamiento.  Eso es inevitable, ya que son humanos.  Nos revisamos nuestros artículos, nos criticamos, ponemos barreras éticas y morales al avance descontrolado de la ciencia.  Que todas esas actuaciones no bastan es evidente, a tenor de lo que puede leerse en la prensa.  El problema fundamental estriba en que, en esencia, la ciencia es inconformismo, desafío, reto al conocimiento establecido, crítica continuada, escepticismo.  Un científico no es ese bicho raro, aislado en su laboratorio, ignorante de las consecuencias de su trabajo y caballeroso en sus relaciones con los colegas.

Hay de todo, como en botica.  Para recordárnoslo, Michael Brooks ha publicado un libro recientemente traducido al español.  La editorial (Ariel) nos ha proporcionado copias a algunos colaboradores de Amazings para que lo leamos, comentemos, y si tenemos a bien, hagamos una crítica.  Para que conste: la editorial me ha enviado mi copia gratuitamente, sin ninguna petición explícita o implícita de que escribamos sobre él, sea bien o mal.  No hay compromiso por ningún lado, y agradezco a Ariel la oportunidad.

En primer lugar, presentaciones.  El libro se titula Radicales libres.  La anarquía secreta de la ciencia.  Según la solapa, su autor es Doctor en Física cuántica y asesor de la revista New Scientist, así como articulista en diarios diversos.  También tiene un blog en el Huffington post.  El libro tiene bastantes ejemplos, algunos de ellos muy recientes, y tiene abundante número de referencias bibliográficas, entre las que se incluyen direcciones web y vídeos en YouTube.

Para explicarles la temática del libro, nada mejor que citar la contraportada:

A lo largo del último siglo, los científicos han cultivado una imagen de sobriedad, elegancia, respeto y buenas maneras.  Sin embargo, «Radicales libres» cuenta cuál es la realidad que se esconde tras la mayoría de grandes descubrimientos científicos.  Como dice su autor, muchos científicos tienen más semejanzas con libertinos y anarquistas que con la imagen de ratas de biblioteca que cultivan.

Fraudes, plagios, resultados encubiertos, falta de ética e imprudencias son a veces males necesarios para atraer la atención del público sobre algunos de los más brillantes hallazgos de la ciencia.  Además, la inspiración llega a menudo de lugares insospechados y Brooks desgrana cómo reconocidos premios Nobel han sacado sus ideas de las drogas, los sueños y las alucinaciones.

La ciencia es una disciplina muy competitiva donde el juego sucio está a la orden del día.  Para lograr éxito y reconocimiento, todo vale.

Confieso que el último párrafo me dejó bastante preocupado.  Llevo veinte años en eso de la ciencia, y aunque a veces competimos por recursos o para obtener méritos, no reconocía ese ambiente que nos sugiere Brooks.  Según suena, los centros de investigación parecen más esos típicos institutos norteamericanos de película, donde hasta los profesores viven con temor y las bandas imponen su ley.  Por supuesto, no soy ingenuo, así que me dispuse a leer el libro con ganas de aprender lo que el autor tenía que contarnos. Los extractos literales del libro aparecerán entrecomillados.

El autor parece partir de la premisa de que el mundo de la ciencia es un engaño.  Creemos que los científicos son seres apacibles que, enfundados en sus batas blancas, se desviven por mostrar la verdad y ayudar a la Humanidad; en su lugar, tenemos un reino de anarquía y descontrol.  Los científicos rompen las reglas, falsean los resultados, mienten, se hacen zancadillas y no dejan que la verdad se interponga en el camino del éxito.

No estoy en contra de que un libro trate la ciencia de esa forma, pero en mi opinión este libro falla en su objetivo.  En cada capítulo se presentan un par de casos de mala ciencia (plagios, prácticas poco éticas, malicia) para, a continuación, insinuar, o afirmar a las claras, que se trata de una práctica habitual.

Permítanme un ejemplo.   En el primer capítulo se trata de sueños, drogas y visiones de Dios como medios para que salte la chispa y al sabio se le encienda la bombillita.  La idea subyacente es que esa bombillita no se enciende así por las buenas, sino que precisa de una ayudita externa, una «inspiración irracional» como la llama el autor.

Comienza afirmando, o más bien saca de otro libro, que «el biólogo Francis Crick, ganador de un premio Nobel, estaba ‘fascinado por sus efectos’ durante sus viajes con el ácido»  Casi al final del libro, el autor cita al periodista Alum Ress, quien en 2004 afirmó que Crick había estado drogado cuando hizo su famoso descubrimiento sobre el ADN.  El propio Brooks reconoce que «la evidencia de Rees de que Crick utilizó LSD para descubrir el secreto de la vida procede de tercera mano, de fuentes no fiables, y absolutamente no corroboradas.»  Pero como resulta que, en 1967, Crick firmó una carta pidiendo una reforma de las leyes sobre drogas, la conclusión de Brooks es tajante: Crick no solamente era un «anarquista», sino un «anarquista secreto.»

El autor incluye algunos otros casos, como por ejemplo un premio Nobel que achacaba sus éxitos a las ideas que tuvo mientras estaba hasta arriba de LSD.  Menciona asimismo a un profesor de matemáticas y a un puñado de ingenieros de gráficos de ordenador, alguna experiencias de Richard Feynman y Carl Sagan.  Eso es todo en cuanto a las evidencias.  De ahí saca esta impresionante conclusión: «para hacer un gran descubrimiento o para permanecer en la cresta de la ola, los científicos toman drogas…»

Dejaré de lado el hecho de que, en la California de los años 60, tomar drogas estaba tan de moda como fumar en nuestros días.  Puedo imaginarme a un escritor del futuro atribuyendo los éxitos de la ciencia de hoy al consumo de tabaco.  Lo que no me cabe en la cabeza es esa generalización tan brutal.  Es como asistir a una conferencia de Stephen Hawking y concluir que, para ser un físico de fama mundial, nada mejor que tener esclerosis lateral amiotrófica.

Oh, perdón, me olvidaba una prueba más.  Según el autor, la revista Nature hizo una encuesta sobre el tema.  Resulta que un 20% de los lectores reconocieron usar «drogas que mejoraban el rendimiento cerebral, tales como Ritalin o Provigil.»  Pero resulta que el primero es un psicoestimulante, usado en trastornos que van de la fatiga a la narcolepsia, pasando por la hiperactividad; en tanto que el segundo ayuda con los trastornos del sueño. Por supuesto, el hecho de que «drug» en inglés significa tanto «droga» como «medicamento» ayuda a la confusión.  Según eso, yo debería ser un yonqui impenitente, porque ahora estoy a base de Couldina y aspirinas.  Cuando mi esposa me pase el mucolítico, no quiero ni pensarlo.

Otro problema es la profusión de tópicos y malentendidos.  Al principio, hablando del temor a la ciencia, el autor dice que «fue la liberación catastrófica de la bomba atómica por parte de los científicos lo que les permitió ganar [la Segunda Guerra Mundial].»  No sé si alguien se lo ha dicho al autor, pero la bomba de Hiroshima fue lanzada por las fuerzas armadas norteamericanas, después de que millares de personas (entre ellas científicos) hubiesen participado en su construcción por orden de la jerarquía política de la época.  Más adelante dice que los científicos han adoptado la idea de que no deben quejarse, que son unos meros mandaos.  Yo solamente puedo volver la vista atrás a los años 80, cuando Carl Sagan batallaba ferozmente contra el sistema de destrucción mutua asegurada imperante en la guerra fría mientras entidades como la Union of Concerned Scientists y Computer Professionals for Social Responsibility (por nombrar sólo dos) concienciaban a los científicos y técnicos con respecto a los peligros de llevar la guerra al espacio.  Si quieres llamarnos cagaos, Brooks, documéntate antes y déjate los tópicos en casa.

El autor parece jactarse de que los científicos estamos encariñados con el papel de servidor público abnegado, que aburre a las ovejas: «No es extraño que la ciencia no haya formado parte de la cultura popular,» dice.  Evidentemente, el autor nunca ha oído hablar de Carl Sagan o Brian Cox, y es ajeno a que una fracción cada vez mayor de las películas de Hollywood giran en torno a la ciencia.  ¿De dónde cree que salen todos los superhéroes, sino de laboratorios y experimentos científicos?  ¿No sabe que la ciencia-ficción es tan popular que tiene canales temáticos propios en televisión?  Hace tan sólo unos días, el último capítulo de la serie The Big Bang Theory obtuvo un índice de audiencia tal que desbancó a American Idol (la «Operación Triunfo» de EEUU).

Parece que Brooks no quiera tener en cuenta nada de eso, no vaya a ser que se venga abajo su teoría.  En un momento dado, para vendérnosla, dice «La ciencia como marca se presenta como si diera una serie de pasos fríos y lógicos (pero brillantes), un elegante flujo de ideas desde el concepto a la prueba irrefutable.»  Personalmente, jamás he visto esa presentación.  Si algo abunda en ciencia son las teorías invalidadas, los datos erróneos, la incertidumbre.  Hace poco, cuando apareció el tema de los neutrinos superlumínicos, todo eran conjeturas, especulaciones, emoción.  ¿Serán datos erróneos?  ¿Habrá que cambiar las leyes de Einstein?  El tema era tan apasionante que salió hasta en el programa de Iker Jiménez, quien no tiene fama precisamente por eso de los pasos fríos y lógicos para llegar a la prueba irrefutable.

Lo peor es, en mi opinión, esa manía que tiene el autor por presentarnos tres o cuatro casos, y a partir de ahí generalizar a mansalva.  Ya he comentado el caso de Crick con las drogas.  Pero hay ejemplos en prácticamente todos los capítulos:

– En el capítulo 2 («Delincuentes.  Las reglas están para romperlas») nos cuenta unas historias sobre el mal hacer de Galileo y Newton; nos critica el experimento de Millikan; nos cuenta que Einstein era un hijo de perra en su vida privada (irrelevante) para mostrarnos que era un manazas en matemáticas (cosa que sabe todo el mundo); critica el intento de validar la teoría de Einstein mediante la observación de un eclipse; comenta un par de estudios modernos. ¿Conclusión? Los científicos son un fraude, hacen trampa y maquillan los resultados; y lo consideran algo habitual.

– Capítulo 4 («Jugando con fuego.  El que no se arriesga no gana).  Se presentan varios casos en los que los propios científicos hicieron de conejillos de Indias para sus experimentos.   En favor de su tesis, usa casos de experimentos peligrosos ocultados a los propios pacientes, e incluso menciona (en apenas dos párrafos, eso sí) el caso de Andrew Wakefield, el señor «no vacunen ustedes a sus hijos.»  La conclusión es que los científicos son unos temerarios, y no se cortan un pelo a la hora de romper las reglas cuando éstas no sirven. Y, por supuesto, los comités de ética son obstruccionistas y evitan que se salven miles de vidas, así que al diablo con ellos.

Dejaré los restantes capítulos para que se los lea usted, si quiere.  Pero queda avisado que el mensaje del libro, repetido capítulo tras capítulo es siempre el mismo: todo vale.  «Al menos los artistas disparan a sus colegas por la espalda; los científicos lo hacen cara a cara»  «ahora es evidente que si uno quiere conseguir grandeza en ciencia tiene que estar dispuesto a matar o a que lo maten» «la ciencia es una lucha por la muerte intelectual»  Sí, suena a frases de El club de la lucha.  De hecho, ese es precisamente el título de uno de los capítulos: «El club de la lucha.  No hay premio para el subcampeón»  No sé qué hace Chuck Norris desperdiciando su vida como ranger de Texas, habiendo tanta ciencia que patear.

Eso sí, lo más desconcertante es el título.  Reconozco que eso de «radicales libres» es un título genial.  Pero el subtítulo (que es el título en inglés, traducido) dice «la anarquía secreta de la ciencia,» y es un recordatorio de lo que trata el libro.  En él, se repite hasta la extenuación la palabra anarquía.  En mi opinión, es una mala elección. Anarquía es como el autor llama a ser escéptico, inquisitivo, innovador; en suma, lo que se supone que debe ser un hombre de ciencia.  Pero el término anarquía, según lo entendemos habitualmente, evoca falta de normas, ausencia de poder establecido, caos.

El autor juega con ambas acepciones para convertir las carencias de la ciencia (que las tiene) en una especie de orgía de destrucción caótica.  Y cada vez que lo hace, me deja en la boca un regusto de «derribemos todo esto, y a partir de ahora no hay normas.»  Para que no quede dudas, el autor llega a citar Por quién doblan las campanas de Hemingway, para acto seguido lanzar su soflama revolucionaria: «La ciencia es guerra civil sin el derramamiento de sangre.  Hay asedios, y hay puentes que hacer volar… muchos anarquistas perdieron su vida luchando por el futuro de España.  Y muchos anarquistas científicos saben lo que es perderlo todo en la búsqueda del descubrimiento.»

Si Brooks cree conocer la Guerra Civil española porque se leyó un libro de Hemingway,  no se sorprendan si les digo que ha dedicado una página entera a lo que él considera una luz en la oscuridad: «el espíritu anárquico del Fútbol Club Barcelona.»  Según este hombre, el Barcelona es símbolo de la anarquía catalana porque es propiedad de sus socios.  ¡Toma ya!  Pues me acaba de dar un ramalazo anarquista a mí también, así que me voy a comprar acciones de Repsol.  Vuelvo enseguida.  O mejor no.



8 Comentarios

  1. Buenas, Arturo. Gracias por escribir esta crítica. Estaba esperando a ver qué decía la gente del libro (que esta vez no pedí) porque me estaba temiendo precisamente que fuese como lo describes aquí, la verdad. Me dio esa impresión de generalización a partir de casos particulares tan sólo viendo los tweets de promoción, y parece que no andaba errado… Tendré que leer qué dicen los demás también, a ver si difieren mucho 😛

    También quería señalarte un par de pequeñas erratas en el texto:

    En un momento dices «Los extractos liberales del libro aparecerán entrecomillados.», cuando supongo que querrás decir «literales» 😉

    Y en segundo lugar, precisamente el otro día estuve en la web oficial de la serie The Big Bang Theory, y me sonaba que el programa al que desbancaron no era Factor X sino American Idol http://the-big-bang-theory.com/
    Un pequeño error sin importancia 😉

    Un saludo!

  2. Al igual que Darksapiens, yo tampoco pedí el libro porque me mascaba el tema. Mi pila de libros está ya bastante saturada como para sumar otro que ya me olía que sería un «cherry picking» continuo, y creo que todos ya conocemos suficientes casos de mala ciencia como para saber que, como en botica, hay de todo.

    Al menos sí servirá para algo útil, podremos enseñarlo a aquellos que defienden lo de la «ciencia oficial» 😀

    Un saludo

  3. Sí, pero por ejemplo no se podría enseñar a quienes defienden el acto de mandar paquetes bomba a los investigadores que trabajan con animales… Ya cuesta convencerles de que los comités de ética velan por que se use la menor cantidad de animales posible y éstos sufran lo mínimo, como para que ahora dé la impresión de que los científicos normalmente se saltan estas reglas… :-/

  4. Buena critica. Estoy de acuerdo contigo en todo lo referente a como es el mundo de la ciencia, nada que ver con lo que dice este tipo.

    Pero si hay algo, que se parece en la vida real a lo que dice el autor y que nunca me ha gustado, y son las «rencillas» entre departamentos o entre grupos de investigación. Cuando llegas a un centro nuevo y te cuentan las disputas del lugar, es decir «-Pepito no se habla con Jaimito porque hace 25 años este le dijo que era feo, así que ahora no le deja el SEM a su grupo, y este no le deja el FTIR a Pablito porque hace 35 años no fue a su fiesta de cumpleaños.» (Cuidado! esto solo es una dramatización).

    Esto es algo que he visto en todos los sitios que he estado (menos en el centro en el que estoy ahora, pero es que llevo poco tiempo), y me parece un verdadero lastre, ya que resulta que un departamento se tiene que gastar dinero en una maquina(llamalo TGA, SEM o XDS), en vez de invertirlo en otra cosa (como contratar un doctorando), teniendo el departamento de al lado, la misma, muerta de risa, pero claro… ¡es que hace 25 años no me dio de su bocadillo!.

    Por supuesto que no quiero generalizar, pero, ¿Conoces casos iguales a los que hablo? ¿o es que tengo mala suerte siempre?

    Un saludo

  5. Lo que muchos críticos con la ciencia no parecen o no quieren entender es que los argumentos «ad hominem», aunque quedan preciosos publicados en un libro o en un blog, en realidad no tienen ninguna validez sobre los descubrimientos científicos. Estoy ya aburrido de escuchar a los pro-creacionismo hacer críticas a la teoría de la evolución aludiendo a que Darwin era un personaje polémico, que cometió errores en su vida,….. y siempre mi respuesta es ¿y qué?, ¿acaso el que Darwin se fuera de putas todos los días cambia el valor de sus descubrimientos científicos?

    ¿Qué importa si Crick tomaba LSD cuando hacía sus experimentos con el ADN?, ¿acaso por eso deja de tener valor su descubrimiento?

    De todos modos, en el entorno de la ciencia deberíamos tener cuidado con no caer en el error que comete por ejemplo, la religión, de idolatrar a algunos de sus personajes ilustres (Jesús, San Pedro, San Juan,….). Empiezo a ver de vez en cuando cosas como el día de Darwin y parecidos. Y que conste que me parece genial que se recuerde a científicos ilustres, personas que con su esfuerzo y dedicación contribuyeron enormemente a hacer de este mundo un lugar mejor, o al menos, más cómodo. Pero lo que no debemos caer es en la idolatría, la reverencia, la sumisión,….

    Para mí, personajes como Darwin, Einstein, Newton, Sagan,….. son ilustres y dignos de recordárseles, pero hay que diferenciar entre recordar a un personaje histórico y valorar lo que realmente interesa, que es sus descubrimientos científicos y sus aportaciones a la ciencia.

    También, hay que hacer entender que una vez un científico hace un descubrimiento y lo pone en conocimiento de la comunidad científica, y ésta le da el visto bueno, es decir, supera los filtros de control de calidad, y ese descubrimiento se acepta como válido, ese descubrimiento deja de pertenecer a su autor, y empieza a pertenecer a la ciencia.

    Digo esto último, porque por ejemplo, hay que diferenciar entre el darwinismo y el evolucionismo. El darwinismo ya está muerto y enterrado, muchos de sus postulados han sido rebatidos, otros han sido superados, y otros obsoletos; mientras que el evolucionismo es una ciencia viva, que sigue evolucionando (valga la redundancia) en la actualidad. Por lo que criticar a Darwin como personaje histórico en el mejor de los casos sería criticar al darwinismo, no al evolucionismo, ya que este último pertenece a la ciencia, no a Darwin.

    Lo mismo podría decir de los descubrimientos de Einstein, de Crick, de Feynman,…..

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Por Arturo Quirantes, publicado el 31 enero, 2012
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